Cultura/Educación

TO. Una semana particular

Por Félix de Azúa/The Objective.

Aunque la actualidad es lo que se impone a nuestra mente inmediata, me gustaría saltarme las normas por una vez y remitirme a lo inactual absoluto, es decir, a esta Semana Santa que se repite, y se repite, y se repite, y nunca es actual porque durará mientras dure la civilización occidental. Quiero decir que cuando ya no se celebre, tampoco quedará ya nada de nuestra vieja cultura, la que comenzó en el siglo V, con un bonito prólogo griego. A estas cuestiones Nietzsche las llamó, si no me equivoco, «intemporales» (unzeitgemässe).

La razón por la que me ha parecido interesante dar este paseo por los orígenes de nuestros mitos es una pregunta que me hizo Inés, que ahora tiene 12 años, y que no es fácil de contestar. Lo que le intrigaba es que celebráramos con fiestas una muerte tan espantosa durante seis días. Y no es fácil de contestar porque es aún más difícil explicar que lo que se celebra no es una muerte sino una resurrección. Por supuesto Inés no ha oído hablar nunca de la resurrección (se educa en un colegio inglés) y yo supongo que en los colegios católicos no resultará fácil contarles a los niños que dentro de unos años van a pasar una eternidad resucitados en alma y cuerpo. El primer agobio es: ¿y con qué edad resucitará mi cuerpo?

No hay explicación posible de la Semana Santa por la misma razón de que no hay explicación posible para Don Quijote de la Mancha o para Harry PotterLas narraciones, los cuentos, las leyendas, las novelas, los mitos, no se pueden explicar, no tienen por qué, sólo se pueden contar, relatar y leer. Debe tenerse muy presente que las historias, las leyendas, las novelas, los mitos, no mantienen una relación rigurosa con la verdad, como la que tienen los enunciados matemáticos. Son aproximaciones. No son «verdaderos», sólo son verosímiles.

El misterio de nuestras narraciones es contemporáneo de la vida misma de los humanos. Al parecer, la más antigua hasta la fecha es la epopeya de Gilgamesh, el héroe babilónico que cuenta con unos cinco o seis mil años de edad. Un poco más tarde vendrían algunas de las partes arcaicas de los escritos bíblicos. En todo caso, los humanos hemos inventado o necesitado nuestras leyendas desde el principio mismo de nuestro ser. Dicho con todo rigor: desde que descubrimos que íbamos a morir, que éramos mortales. Y no sabemos por qué eran necesarias, evidentemente, pues para saberlo habría que escribir otra leyenda. En cambio, sí sabemos para qué son necesarias: para perder el miedo a la muerte, o aún mejor, para rendirle un homenaje a nuestra condición mortal. ¿Voy a morir tarde o temprano? Pues antes te voy a contar un cuento.

Esta es la peculiaridad de la Semana Santa: que enaltece la inmortalidad y por eso los griegos no inventaron una semana de Aquiles, porque su héroe no resucitó, se murió para siempre jamás. El mito cristiano, su leyenda, en cambio, es la novela de Jesús de Nazaret escrita por los evangelistas del siglo segundo en adelante, y es perfectamente independiente de cualquier verdad histórica. Da lo mismo si es verdadera o falsa. Lo que importa es lo que cuenta y que se repite una, mil, millones de veces por escrito, oralmente, en imágenes dibujadas o esculpidas, en el cine, en la comedia musical, en innumerables analogías, similitudes, copias, imitaciones, burlas…

Pulse aquí para continuar leyendo en la fuente.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*