EDITO

TO. Medievalia

Por Félix de Azúa/The Objective.

Esta noche se me apareció una de aquellas bestias míticas que atormentaban a nuestros antepasados. Un muerto viviente de enorme tamaño, cabellera leñosa y piel erizada de púas, que destruía cuanto alcanzaba con su aliento pútrido.

Era el propagador de la peste bubónica que hemos visto en tantos frescos y tablas medievales. Allí en donde soplaba su aliento pestífero, todo sucumbía.Bufaba sobre los fiscales generales y los encogía como caracolillos de cuernos quemados como cerillas, sobre el recolector de las encuestas del reino y lo dejaba convertido en un charquito maloliente, sobre la presidenta de las Cortes y la convertía en un bubón lleno de pus, pero también, al contrario, resollaba sobre los asesinos con cuchillo de resorte entre los dientes y los transformaba en apuestos mozos de tupé y peine en el bolsillo, en fin, iba arrasando la población y de los ciudadanos libres e iguales hacía unos inclinados siervos que arañaban la tierra con sus largas uñas.

Estas viejas figuraciones de monstruos arcaicos parecen desaparecidas de nuestro tiempo, pero no es verdad, sólo han cambiado de aspecto, como todo lo actual. Las brujas antiguas conservan su aspecto temible de largas narices y grietas en lugar de ojos, pero van vestidas por los peores y más caros modistos; los grandes cabrones ya no usan pezuñas y cuernos, sino trajes de seda o alpaca de color Virgen de la Concepción. Todo se disfraza en nuestro mundo, todo se viste de mercancía, a ver si la compra el vulgo. Pero la peste bubónica, la muerte viviente, sigue siendo la misma…

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Foto: El académico, escritor e intelectual Félix de Azúa. Jorge Ruiz.

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