Cultura/Educación

La Ciudad de Asís -Cuna de San Francisco-

Por Manuel C. Díaz.

En el mismo corazón de Umbría, la única provincia italiana que no bordea el mar ni otro país y que todavía cuida con celo su milenaria cultura etrusca, se encuentra el pueblo de Asís.

Desde sus miradores pueden verse no solo extensas praderas sembradas de girasoles sino también grandes campos en los que las vides se pierden de vista en la distancia.

Situada en lo alto de una colina y rodeada de verdes montañas en cuyas laderas crecen los olivos, Asís es una genuina representación del típico pueblecito italiano. Es también el lugar donde nació y murió San Francisco, uno de los santos más milagrosos de la Iglesia Católica.

Habíamos llegado a Asís para cumplir una vieja promesa hecha por mi esposa a San Francisco en una etapa difícil de nuestras vidas. Por ella fue que supe la historia del santo, tanto sus votos de pobreza, castidad y obediencia, como los estigmas de sus manos y los numerosos milagros que fueron confirmados durante su canonización.

Por eso lo primero que hicimos al llegar a Asís fue buscar el lugar donde se encuentran sus restos: la Basílica de San Francisco.

La Basílica de San Francisco de Asís

Y no perdimos tiempo al hacerlo. Ni siquiera nos detuvimos en el mirador de la Plaza de Santa Clara, desde donde es posible ver el inmenso valle que rodea el pueblo. Tampoco lo hicimos en las antiguas Columnas de Minerva, debajo de las cuales se encuentran las ruinas de la época romana. Ya podríamos hacerlo cuando viniésemos de regreso de la Basílica.

Vista del valle que rodea la ciudad de Asís

Lo único que demoró nuestra marcha fueron las macetas de geranios que cuelgan en las ventanas de las casas. El contraste entre el leve color terracota de las paredes y el rojo de las flores es único. No podíamos dejar de mirarlas. En cada bocacalle nos parábamos debajo de las ventanas y comparábamos, extasiados, el colorido de unas macetas con otras.

Macetas de coloridos geranios cuelgan de las ventanas de las casas

Caminábamos por la Vía del Seminario, que es la calle que conduce a la Basílica cuando de repente, al final de una empinada cuesta, la vimos. A primera vista parece un templo cualquiera, pero es solo hasta que uno descubre que son dos iglesias diferentes, construidas una sobre la otra.

La primera de ellas, conocida como la Basílica Superior, es amplia y luminosa y es donde se encuentran, adornando ambas paredes de la nave central, los famosos frescos de Giotto sobre la vida de San Francisco.

Como la visita a la Basílica era el propósito del viaje, le dedicamos todo nuestro tiempo. Así que nos fuimos deteniendo en cada uno de los frescos y mi esposa me fue explicando sus significados: desde los de su conversión y su renuncia a la herencia paterna hasta los de sus exequias y canonización.

Cuando terminamos el recorrido bajamos a la Basílica Inferior, que es donde se encuentra la tumba de San Francisco. Su nave central está rodeada de capillas y no tiene ventanas, por lo que una serena penumbra lo envolvía todo. Desde que entramos, nos fue imposible sustraernos a su sobrecogedora solemnidad.

Avanzamos entonces hasta las rampas por las que se baja a la cripta y llegamos a una celda funeraria donde, protegido por una reja, se encuentra el sarcófago que contiene los restos de San Francisco.

Y si en la parte alta de la iglesia reinaba la solemnidad, aquí pudimos palpar una extendida aura de santidad. Es difícil explicar lo que se siente en esta cripta. Algunos peregrinos, arrodillados frente al santo, sollozaban abiertamente. Mi esposa se unió a ellos. Y yo sentí una momentánea sensación de paz interior.

El autor y su esposa

 

Cuando salimos a la luz de la tarde, las tranquilas sombras de la Epifania franciscana fueron desapareciendo. Nuestro viaje a Asís había concluido. Y la promesa de mi esposa cumplida.

Emprendimos en silencio el camino de regreso. Desde lo alto de la cima todavía pudimos ver la Basílica recortada sobre un cielo azul intenso. Y también pudimos ver, resplandeciendo en las paredes de sus casas, el irrepetible rojo de sus geranios.

El contraste entre el color terracota de las paredes y el rojo de las flores es único

 

Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.

Fotos del autor.

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