Cultura/Educación

IV Domingo de Cuaresma

Bárbara Jackson. Pixabay

PorAntonio Marrero.

pero debíamos celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado” (Lc. 15,32)

 

En este cuarto domingo de Cuaresma se nos invita a la Alegría, lo que antiguamente se llamaba el domingo de “Laetare”, Sé feliz, porque ya se siente la cercanía de la Pascua y con ella el tránsito de la oscuridad hacia la luz, de la muerte hacia la vida. El triunfo de Jesús, que es ya nuestro triunfo. “Regocíjense por Jerusalén y salten de júbilo con ella todos los que la aman; rebosen de regocijo con ella todos los que por ella han hecho duelo…” (Is. 66, 10). Esta alegría se pone de manifiesto en el texto evangélico de este domingo (Lc. 15, 1-32). Ante la crítica de los escribas y fariseos a Jesús por comer y recibir a los publicanos y pecadores (15, 1), Jesús les dijo estas tres parábolas: la oveja perdida, moneda perdida, y el hijo perdido. En las tres el verbo “encontrar” es la invitación perfecta para el júbilo y la alegría.

De las tres parábolas la más conocida, en realidad una joya literaria que ha inspirado a pintores y artistas en general es la del hijo prodigo, toda una revelación del corazón misericordioso de Dios, una manifestación de la bondad divina.  Aunque es más conocida como la parábola del hijo prodigo, en verdad debería llamarse la parábola del Padre bueno. En los ámbitos religiosos siempre se ha puesto más la atención en el hijo menor, por aquello que se va de casa, por su regreso a casa y la acogida con la que es recibido por su padre, pero tendríamos que poner la mirada en la persona del Padre, que es en realidad el verdadero protagonista de esta historia: Y otra vez Jesús les dijo: Un hombre tenía dos hijos…” (Lc. 15, 11) El mundo semita concibe toda su existencia desde el ámbito familiar, de esta manera los judíos expresan su fe religiosa, desde el momento mismo de la creación del ser humano Dios instituye lo que llamamos familia: Y los bendijo Dios, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla…” (Gn, 1, 28), de ahí el valor sagrado de la familia que será siempre lugar de encuentro y presencia de Dios. Dios es el Dios de Abraham, de su hijo Isaac y de su nieto Jacob, el que se revela y hace su morada en el hogar llenándolo de armonía, ternura y amor, dándole el calor y el sabor de la alegría como anticipo a la felicidad futura expresada en el corazón del Padre, y servida por y para sus hijos.

Este Padre tiene dos hijos, el menor le pide la parte de su herencia y el dividió sus viene entre ellos (15, 12). En la antigüedad la herencia no se daba en vida, lo que en el fondo el hijo menor le esta diciendo al su padre es: tardas mucho en morir, dame la parte que me toca… también en la mentalidad hebrea la herencia es totalmente de quien la posee ya que se ganó el pan con el sudor de su frente (Gn. 1, 19), es la santificación de su trabajo, luego este hijo pide una herencia que no ha sudado ni ha trabajado. Tomó todo lo que le correspondía y se marchó, lejos de casa; está dado el golpe mortal, la herida que sangrará en el corazón del Padre, del hogar, de la familia. Como es de esperar al hijo menor enfrascado en romper, despilfarrar lo gasto todo llevando una mala vida lejos de casa y empezó a padecer necesidades. La imagen que Jesús utiliza para mostrarnos lo degradante que ha sido la vida del hijo menor, no solo diciendo que suplicó por un trabajo de cuidador de cerdos, sino que además tenia tanta hambre que le daban deseos enormes de alimentarse  de las algarrobas que comían los cerdos, para el judío el cerdo es un animal impuro, lo cual quiere decir que ha descendido hasta lo más bajo, se ha revolcado como los cerdos en el lodo; y es aquí cuando recapacita y piensa en los trabajadores de su padre que tienen abundante comida proporcionada por su padre y decide volver, ensaya todo un discurso implorando la misericordia de su Padre, hay que notar que lo que el hijo espera es que su padre lo trate y acepte como un obrero más. La escena es verdaderamente conmovedora, el Padre que ve a lo lejos a su hijo que está de vuelta, echa a correr, se le abraza al cuello mientras su hijo le dice “Padre mío, he pecado contra el Cielo y contra ti; no merezco llamarme hijo tuyo.” (15, 18), el Padre calla sus palabras con sus besos, en la mística judía se nos habla de la nube que desciende y envuelve imagen del abrazo y beso santo de Dios para con su pueblo e hijos. Abrazo y beso santo que ofrece el perdón y revelan la misericordia que nace del amor del Padre. Pónganle un traje nuevo, un anillo en su mano y cálcenlo con sandalias, será la orden con rapidez del Padre. Vestidura nueva, signo de limpieza, pureza, haberse lavado de toda falta y estar liberado de toda culpa, el vidente Juan nos habla en el libro del Apocalipsis de la gran multitud que venían con vestiduras blancas: Estos son los que salieron de la Gran aflicción, que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron en la sangre del Cordero.” (Ap. 7, 14), la vestidura representa la redención de aquellos que con corazón arrepentido se vuelven al Padre Celestial. El anillo signo del Espíritu que sella, crea el sentido de pertenencia, con el anillo se sellaban los documentos importantes, y tenían inscrito la casa o familia de donde procede, en este caso también significa que toda lo que el Padre posee le pertenece. Las sandalias son la evidencia de que no es un sirviente mas en la casa, es hijo del Padre.

Hagamos un banquete, traigan el becerro gordo y festejemos, notemos que no es un cerdo. Es entonces que regresa el hijo mayor, pregunta y cuando le dicen el motivo de la fiesta se niega a entrar, el Padre vuelve a salir de casa a buscar a su hijo suplicándole que entre, esta vez al mayor que lleno de reproche: le echa en cara su trabajo, su fidelidad y obediencia y nunca ha recibido nada de recompensa. Es verdad que el hijo mayor ha estado siempre con el Padre que le ha obedecido en todo, pero este hijo no sabe amar como su Padre, ha aprendido muy poco de Él, solo exige sus derechos a costa de denigrar a su hermano “ese hijo tuyo” (15, 30), una actitud muy a lo Caín, lleno de celos y envidia por su hermano, a quien ahora no reconoce como tal. La actitud del hermano mayor, en la cual pocas veces se pone la mirada, debe interpelarnos tanto en el ámbito familiar como en nuestra relación con nuestro prójimo en comunidad, ¿cuánto en verdad conocemos de nuestro padre y de Dios? En el ámbito religioso se puede correr el riesgo de como los fariseos y los escribas, quedarnos solo en la letra de la ley, “En la catedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan pues, y observen todo lo que les digan; pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen.” (Mt. 23, 2-3) se puede hablar mucho de Dios, y guardar sus mandamientos, pero sino aprendemos amar como el nos ama no le conocemos, la dureza del corazón se da por falta de conocimiento.

“Hijo mío, tu siempre has estado conmigo y todo lo mío te pertenece.” (15, 31) El padre, nos dice Jesús, repartió la herencia entre sus dos hijos, el mayor ni se enteró, tan lejos está de su Padre que no es capaz de disfrutar de todo lo que le pertenece, vivimos tan llenos de reproches, de resentimientos, que no nos damos cuenta de la gran riqueza que tenemos porque estamos sordos, tan llenos de ruidos exteriores, ciegos, no miramos a los ojos de aquellos a los que debiéramos amar más, distraídos sin detenernos y disponernos para el encuentro. No tomamos lo que nos pertenece por estar pendiente en los bienes del otro, la envidia enferma nuestro corazón, la competencia hiere nuestra relación con el hermano, todo se transforma tan banal, solo damos espacio en nuestra vida para el egoísmo desmedido, fruto de una carencia que solo la ternura y el amor suplirán. En el diálogo que Jesús tiene con la Samaritana le dice: Si conocieras el Don de Dios y quien es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a Él y Él te dará a beber agua viva.” (Jn, 4, 10) si como criaturas comprendiéramos la delicadeza y los cuidados que el Creador tiene para con nosotros entonces de nuestro interior dice Jesús brotara en un surtidor de agua que salta para vida eterna (Jn 4, 14) siempre tendríamos nuestra vida como una vasija dispuesta a recibir todo aquello que generosamente Él nos proporciona y que no recibimos porque hemos olvidado o descuidado nuestra relación con El. Regresar a casa, como el hijo menor, tanto como entrar a casa, hijo mayor, para participar de la alegría del retorno del hermano perdido es nuestro Si a Dios, es responder a su llamada, nosotros seguimos clasificando a sus hijos, El en cambio nos sigue esperando a todos, sin distinción alguna, el Amor no excluye, todo lo contrario el amor incluye siempre y Dios es Amor” (1 Jn 4,  8)

La alegría del Padre es nuestra alegría es el verdadero cumplimiento de la ley divina: amarlo a el y a nuestro prójimo (hermano).  “Queridos amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.” (1 Jn. 4, 7)

Antonio Marrero, es teólogo y biblista.

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