Cultura/Educación

‘Historias que nunca nos contaron’. Palabras de presentación por el autor

Por Redacción ZoePost.

El pasado 19 de abril se presentó en la Maison de l’Amérique Latine la novela ‘Historias que nunca nos contaron’ con la presencia de su autor, Rolando Morelli, y de la escritora Zoé Valdés (pulse aquí para ver el vídeo), además del co-editor Kurt Findeisen. Morelli escribió este texto, que ahora les presentamos:

“Ya prevenía Cervantes al lector, respecto a prólogos y recomendaciones de libros, no sin un guiño de inteligencia, a éste a quien se dirigía. Él, precisamente, que tantos y tan bien cortados prólogos escribió. ¡Siempre hay que hablar de Cervantes! Es imposible no tenerlo en cuenta, cuando se habla de novelas, de prólogos, y, en mi opinión, de la novela histórica, considerada ésta fuera del estrecho canon diseñado para el género, por el teórico marxista George Lukás. ¿Qué otra cosa viene a ser toda la novelística de Cervantes, sino un mural vivísimo, de su época, y de su propia vida, y la de sus contemporáneos, insertas en éste? Esto dicho, debo añadir, “entre otras muchas cosas”, según se entiende, porque Cervantes es, naturalmente, un creador que se resiste a los esquemas, aún los más amplios y variados. A los prólogos de Cervantes se ha dedicado más de un estudio, como sabemos, por parte de comentaristas rigurosos. ¡Cervantes lo inventó casi todo en lo que respecta a la novela! Por eso un novelista conocedor, es decir, bien informado del género por él cultivado, debería encomendarse a San Miguel de Cervantes y Saavedra, antes de hablar del tema. Me hallo aquí, pues, ante ustedes, como autor de una novela, para hablarles de ella, no sin antes encomendarme al santo patrón de los novelistas que en todas las épocas y lugares han sido. Para hablarles del asunto de mi novela, debo hacerlo al propio tiempo, de las circunstancias y motivaciones que la propiciaron, como si dijéramos, la historia de la historia que relata la novela. Es lo más conveniente a fin de situar, rápida y efectivamente, los hechos, el argumento y los personajes, en el lugar apropiado.

Ya les advertía, con Cervantes como testigo y Santo Patrón, que lo del prólogo tenía sustancia, de modo que aquí vamos por ello.

El marco de estas Historias que nunca nos contaron, se constriñe, mayormente, a una pequeña ciudad de provincia, ni siquiera una capital —pudiéramos decir que se trata de un pequeño centro urbano sin consecuencia alguna, sin mayor importancia para la vida del resto del país donde transcurre—. De estas poblaciones, y aún otras, menores, o algo mayores, está lleno el país donde se insertan, Cuba, pero generalmente, ni el arte, ni la literatura del propio país las tienen en cuenta. Podrían indagarse las razones para que esto sea del modo que es, pero no podría ocuparme en forma de este fenómeno, en el curso de mi presentación. Un dicho común del país sostiene, que todo lo que no es La Habana, (entiéndase la capital) es terreno baldío, o dicho con sorna, “áreas verdes”. Se trata de un fenómeno más o menos común a los países subdesarrollados, agravado por la fracasada experiencia comunista de largo efecto en el país. Sostengo desde hace mucho tiempo, la tesis de que, “en provincias, siempre es peor”, lo que ha dado título a una colección de cuentos también de mi autoría. Pero no bastaba, con sostener semejante propuesta. En la medida en que las noticias del país se filtran al exterior, y a través de amigos y familiares inmediatos vamos conociendo en concreto, las procedentes de esta parte del país en que mi novela tiene lugar, me fue pareciendo cada vez más necesario, ilustrar la proposición antes mencionada. Al interior del país siempre han de ser más vulnerables las personas, las líneas de “distribución de alimentos”, controladas y regimentadas por el estado, son más ineficientes. La represión sistemática corre menos riesgo de ser expuesta a la luz pública nacional e internacional. En provincia no existen agencias de prensa extranjeras, acreditadas ante el estado. A la larga, pues, mi relato también aportaría algo importante a la mirada general sobre el país, que, por otra parte, tampoco abunda. Hablo, claro está, de la mirada indagadora y crítica, no de la panorámica aduladora que promueve las playas de una tierra paradisíaca, (en las que los nativos no pueden nadar) propaganda que hace oídos sordos a la mezquina realidad de opresión ejercida sobre los isleños. Soy, por naturaleza, o tal vez a causa de la naturaleza de muchas de las historias personales que me ha tocado vivir, reacio a contar mi historia, de modo que descubrí, en algún momento, la manera de contar las historias de los otros, y a veces, de insertar, valiéndome de una suerte de travestismo, algunas de esas experiencias personales. Si numerosas veces no he sido testigo de un hecho específico, bien puedo considerarme un testigo de excepción de multitud de otros, que validan lo que cuento. Los caracteres, particularidades, y experiencias  atribuidos a mis personajes en la novela, se  corresponden, en mayor o menor medida, con atributos semejantes, y vivencias de personas que he conocido. No sé, si ellos se reconocerían en mi narrativa, pero no creo que eso baste a desconocer de quienes se trata. Creo que si algo tienen de particular, es que, en mi narrativa, muchos de ellos alcanzan un relieve que la vida y las circunstancias particulares les negaron, o ellos mismos se empecinaron en no poseer. Mejor, será leerles un segmento, tomado del primer capítulo de la primera parte, es decir, allí donde comienza el relato —evidentemente, un memorial—, que nos permita pasar momentá-neamente, del obligado prólogo a la novela. El texto ha sido concebido, o si lo prefieren, dividido en cuatro partes y un apéndice, constituidos por “el testimonio” del narrador, en primer lugar, y su “contraparte”, llamémosle así, en la forma de diarios y cartas, encontrados por Sergio, la principal voz narrativa. Comencemos pues, con él, mediante cuyo testimonio conocemos asimismo a Yolanda, su co-protagonista, y alcanzamos a formarnos idea, del entorno de “normalidad”, en el cual se ubican, de manera equívoca, las vidas de los personajes.

               “Está decidido que Yolanda y yo vivamos con sus padres después de casarnos. La boda será en breve. Mis suegros aplauden la decisión, que, como es natural, no tomamos unilateralmente. Ambos se sienten jubilosos, pero es Miranda quien más parece demostrarlo. Emilio, por su parte, se limita a sonreír a cada momento, y de hallarme cerca de él, a palmearme los hombros, cual si fuera éste un recurso suyo, para comprobar que no soy un mero sueño. Mis suegros y yo hemos hecho las mejores migas desde el primer momento. Constantemente se hacen voces ante cualquiera, de una relación abundante de virtudes, que deben corresponderme, como mejor viene al futuro esposo de su única hija. Mis padres, por su parte, aprueban sin resquemores, la decisión de establecernos con mis suegros. La casa donde viviremos es más amplia, y está mejor situada —observan con sentido práctico—. El barrio sigue siendo próspero para los parámetros actuales. (Observaciones de esta clase, sostienen su convicción, de lo que es mejor, o más conveniente para nosotros, y nuestro futuro, a pesar de que, una parte de ellos, innegablemente, quisiera tenernos al alcance de la mano, como quien dice, en la pequeña casa donde crecí, y que aún comparto con ellos, y dos hermanas, menores que yo). La mayor parte de los vecinos en esta zona residencial en la que está enclavada la casa de mis suegros, ha vivido en las mismas casas por generaciones, aunque algunos de los familiares se hayan marchado al extranjero, en uno u otro momento, mientras las salidas del país fueron algo autorizado, o posible. Y por si esto fuera poco, se halla cerca de todo. Como bien dicen mis padres, tiene el aire de ser un enclave de paz y armonía, en medio de la pequeña ciudad. Cuando vengan los nietos, dispondrán de espacio suficiente, y el Círculo Infantil queda relativamente próximo. También el hermoso y bien cuidado parque, en el que la propia Yolanda ha jugado de niña. Yoli ha comenzado a trabajar para una empresa, recién acabada su carrera, y yo estoy ya establecido en la que trabajo desde hace alrededor de un año. Como dice mi padre, con una frase colorida, muy suya: “Todo pinta la mar de bien”. El mar, sin embargo, es quizás, lo único que falta en esta pintura, observo a mi vez, para mis adentros. A veces lamento, que vivamos tan alejados del mar. Dice mi madre, que en otra vida debo haber sido marinero, o pescador. Se trata de una mera frase que se dice, porque mi madre no es de quienes cree en transmutaciones de esa clase. Sin ser en absoluto incrédula, y menos, atea, la reencarnación de las almas, no entra en su concepción del ultramundo. Cree, eso sí, que al final nos reencontraremos todos. Confieso que, últimamente, ha llegado a parecerme una idea reconfortante, aunque tampoco sea motivo de desvelos. (…)

               A veces, cuando Yolanda y yo estamos sentados en el portal de su casa, y corre una brisa ligera y refrescante, imagino el mar. Consigo oírlo retumbar contra una playa inexistente, contemplo la espuma, como si se tratara del ligerísimo vuelo de una falda, o un velo que las olas arrastraran, una y otra vez a voluntad. A veces, Yolanda y yo nos sentamos en el portal para tomar el fresco, o con el fin de leer, sobre todo cuando el sol está a nuestras espaldas. Quienes pasan por la acera, relativamente próxima al portal, sean vecinos, o pasantes, nos observan, e invariablemente, nos sonríen. Casi siempre se animan a saludar, o nos dirigen una frase. A menudo, les hemos oído decir, que formamos una hermosa pareja. ¿Y de qué manera dudar que así sea? Debe tratarse de la destilación de esto que sentimos el uno por el otro, que nos hace exudar atracción, simpatía, y transmitirla a quienes se colocan en nuestro entorno”.

El tono del relato, según es constatable de inmediato, es mesurado, no porque falte emoción, sino porque conviene a la inteligencia de los hechos que se exponen, y tal vez, porque la voz narrativa coincide con la voz autoral, es decir, con mi propio carácter, reacio a las estridencias. El humor, recurso de denuncia ocasional en el contexto, posee a su vez, la función de distender la tensión provocada por un desborde de tensión emocional. Esto podría observarse en determinados pasajes, por ejemplo, cuando en medio de un “acto de repudio”, la profesora de Historia de una escuela de enseñanza secundaria, quien muestra una animadversión particular contra los estudiantes repudiados, pisa una boñiga de vaca, convirtiendo su ardor político-ideológico en ridículo, que, a su vez debilita el impulso agresor de los estudiantes revolucionarios, contagiados por la risa. El componente paródico se duplica en este caso, porque el lector es impuesto de tales circunstancias por el relato a cargo mismo de la apabullada y jovencísima hermana de Sergio, que sufre el ataque de la masa de colegas y profesores, luego de haber sido testigo, el propio lector, de la feroz acometida contra el pequeño grupo de cuatro, quienes hasta hacía apenas unos minutos, formaban parte del colectivo.

La estructura de la novela, su construcción, diríamos, es engañosamente simple, en correspondencia con el panorama de engaño y simulación altamente tramado y establecido, que constituye el objeto y trasfondo de la narración. Naturalmente, se puede leer ésta de manera lineal, pero a cada paso se halla el lector con una puerta oculta, o camuflada de manera que no lo parezca. Estas puertas nos llevan de un espacio a otro, que vienen a ser un mismo lugar. A veces, es posible “construir” o “descubrir”, oculto, un pequeño espacio personal, pero su posesión no puede garantizarse. Pronto estos espacios con tomados y expropiados por el poder y puestos al servicio de la política y la ideología que todo lo permean, distorsionan y aprovechan para sus propios fines. Se trata de una conformación, podríamos decir, laberíntica. El lenguaje cubano se ha vuelto, desde hace tiempo, ocultamiento a la plena luz del sol, como las acciones de sus hablantes. Se trata de un procedimiento complicado, incluso retorcido, que a la vez que “permite expresarse”, o transmite esa impresión, permite al Poder, al propio tiempo, confundir y manipular lo dicho, traduciéndolo a códigos desinformativos. Lo observó en su libro “Cuba: A journey”, hace muchos años, el escritor izquierdista argentino Jacobo Timerman, nada sospechoso, políticamente hablando, al afirmar perceptivamente, que los cubanos hablan libremente de todo lo que es permisible hacerlo, menos cuando se trata de emitir opiniones personales. El libro de Timerman ya data de algunos años, pero conserva un valor, que a menudo, y desde el comienzo, el régimen cubano y sus acólitos han querido escatimarle. A este sustraerse a opinar libremente, que reflejaría cómo piensan, respecto a aquellas cosas que pudieran resultar comprometedoras, que a su vez se disfraza de espontaneidad y desfachatez “tropical”, señalado por el conocido periodista, ha venido a sumarse, con el paso de los años, la incoherencia misma del lenguaje, y aún su cantinfleo. “El que no salte, es yanqui”, “donde sea, para lo que sea, y como sea, Comandante en Jefe, ordene”, “esta calle es de Fidel” “Que se vaya la escoria”… “Nuestras prostitutas son las mejor educadas del mundo”… Frases éstas, que corresponden, o han correspondido en algún momento a la esfera oficial, se conjugan con otras no menos “elocuentes”, más propias de las masas “mejor educadas del mundo”, según la propaganda oficial. “Acere, pásame la nota pa’ ir resolviendo ahí”, “voy en bajanda ante’ que se complique la jugada y no pueda resolver el quimbo”. No sólo se trata de expresiones incomprensibles para un hispano hablante de cualquier latitud, sino, incluso para otros cubanos. Su valor de cambio es momentáneo, circunstancial, si alguno tiene. Ya no se trata siquiera de “curarse en salud”, guardándose prudentemente de emitir un criterio, o pasar juicio, sino de algo peor: ¿cómo puede pensarse o reflexionar cuando el pensamiento ha sido convertido, en un músculo atrofiado? Quienes consiguen resistirse con más o menos éxito a este adoctrinamiento, son los primeros perseguidos del régimen, y aun ellos, podría ser que no consiguieran articular siempre, con la coherencia imprescindible, la índole de su denuncia, o testimonio.

Bien podría ser, que, para un regetonero, o como se llame a esa forma de expresión cultivada hoy tan prolijamente, una declaración como ésta que a continuación cito de oídas, resulte contestataria. Tal vez lo sea, pero, en mi opinión apenas rasca en la superficie del problema, y se queda en humo, en polvo, en nada: “Tu pipi me llama, mami. Yo soy el policía de tu cuul. En cada esquina te lo pido… Te lo pido… A ver, ven acá, muéstrame tu carne… Tu carné, quería decir.”

La estrategia de mi relato se rehúsa, no obstante, a sucumbir a esta tara, porque estoy convencido de que, hacerlo de este modo, en imitación de una realidad equis, no cumpliría con la finalidad de la comunicación en un sentido amplio y de mayor alcance y permanencia. Constituiría, tal vez, una expresión de rebeldía, una imprecación, un exabrupto, sin otras consecuencias que herir, tal vez, el oído presto al que se desea atraer. De modo que ya estáis advertidos, de la razón que me impele a emplear un lenguaje claro y funcional. Es también, o se trató alguna vez, del modo de expresión de la región cubana donde crecí, y donde aprendí a hablar el español. También al modo expresivo de una época, la de mi formación, en la que el lenguaje popular, y el literario, se distinguían del oficial, precisamente por su riqueza expresiva y su rítmica de buena raíz.

Otro aspecto, de estas Historias que nunca nos contaron, a la que me gustaría referirme seguidamente, son los personajes. Estos viven, al interior de una ampolla de oxígeno racionado, bajo la percepción de que uno puede ser desconectado a la menor infracción. Se es consciente de la existencia de la ampolla, pero se desconoce, y se teme, arriesgar el conocimiento de lo que no constituye esa ampolleta falsamente salvavidas, única atmósfera conocida y autorizada. No obstante, el suministro de oxígeno, no siempre consigue llegar a todos por igual, y la puja por el tubo salvador, puede ser la causa de un movimiento de ondas encontradas al interior de la ampolla. Así pues, a su pesar, se ven arrastrados, y resultan víctimas de tan taimadas circunstancias, los individuos menos inclinados a dejarse arrastrar por los sucesos políticos de un momento determinado. Es precisamente, lo que sucede con Sergio y Yolanda, y por extensión, con el resto de sus respectivas familias. Permítanme, ilustrar este aspecto de la novela al que me refiero, leyéndoles un segmento pertinente, o más bien, dos segmentos que se complementan uno al otro, y ya preludian, el curso trágico que habrán de seguir las vidas de Yolanda, Sergio y sus familiares: El primero de los segmentos, manifiesta el grado de insatisfacción que experimenta gradualmente en su vida el protagonista, y las causas de ésta, o mejor, el proceso de concienciación que sufre el sujeto. El siguiente segmento expone el día a día, de la vida y la muerte, literalmente hablando, de Sergio, Yolanda y su familia.

            El transcurso de los días, o la reiteración de unos mismos formularios y procedimientos, o acaso la perspectiva inacabable de lo mismo, sin demasiada ocasión para que, al menos en el ámbito privado de nuestras vidas se tracen planes, y se contemplen realizaciones que nos conciernen, acaban por convertir nuevamente en rutina, el trabajo de la empresa, y nuestras propias existencias, estrechamente ligadas a ella. Rutina, en todo caso, no supone en el contexto referido, esa mansedumbre de hábitos queridos, abrazados con pasión de lumbre, sino una monotonía reiterada, de actos ajenos que no nos incumben, y, no obstante, estamos obligados a seguir, impulsados por un movimiento mecánico.

            Sólo el fin de la jornada laboral, nos devuelve la vaga promesa de un encuentro con los seres queridos, de una sorpresa cualquiera, por más pequeña que pueda ser. Pero aun esta promesa puede verse embargada por un contratiempo o un impedimento.

            —Hoy toca la guardia del Comité —anuncia Yolanda, viéndome llegar—. Se me había olvidado completamente. Venicia ha venido a recordárnoslo. De cuatro a seis de la mañana.

            —Te acompaño para que no estés sola —respondo—. De todos modos, a las cuatro, más o menos, es ya la hora de levantarse para comenzar el día.

            —No te preocupes —dice Yoli, sonriente—. Puedo arreglármelas sola. (…)

            La noche llega, se diría que, repentinamente. Se une a ella, como una extensión suya, la oscuridad que procede de las fuentes de energía eléctrica.

            —Otro apagón —le oigo decir a Miranda, mi suegra, allá dentro, mientras procura hacer luz con un quinqué—. Cuidado, viejo, no tropieces y te caigas. Espera a que encienda el otro quinqué.

            Yolanda ha sacado el farol Coleman, que da la luz mejor de todas.

            —Mañana será otro día —se dice mi suegra, para darse ánimos, con transparente ironía.

            Alcanzo a ver la silueta de Emilio, recortándose contra la penumbra. Mi suegro suele ser de pocas palabras en general, pero de sentencias rápidas como saetas.

            —Lo que no quiere decir nada —escucho su réplica— porque seguro que también tendremos apagón, como todos los días. ¡Hemos vuelto a la Edad de piedra! Ahorita nos alumbraremos con pedernal.

            Pero, conforme a lo predicho por Miranda, la noche pasa y llega un nuevo día, en casi todo, similar a todos los días.

Segundo segmento:

            Mi suegra ha comenzado a sentirse indispuesta. Ya va para un día. Algo de fiebre, y dolor, que pudiera indicar una apendicitis. Insistimos en llevarla a emergencias. Aguardamos junto a ella, hasta que una enfermera nos hace pasar, suscitando las protestas de quienes dicen estar en su derecho de ser atendidas antes, por el mero hecho de haber esperado más.

            —Esto es urgencias —dice, enérgica, la enfermera—. Los casos se atienden de acuerdo con su gravedad.

            Estas últimas palabras nos hacen estremecer de alguna manera.

            La ambulancia es despachada con dos casos, entre estos, el de mi suegra, para el Hospital Provincial.

            Yolanda consigue autorización para acompañar a su madre. La ambulancia parte, haciendo ulular la sirena. Regreso a casa, y permanezco lo más cercano al teléfono posible. Cuando al fin, éste suena y acudo a responderlo, escucho la voz de mi mujer, que no cabe en la línea con el tamaño de su llanto. Su madre ha muerto en la mesa de operaciones. Mi suegra, Miranda Mayía Cosme, ha muerto, sin despedirse de nosotros, sus seres queridos más inmediatos. Lo que sigue a este suceso, es un verdadero “aquelarre”. Consigo que un chofer de alquiler nos conduzca a mi suegro y a mí, hasta la capital provincial, para acompañar a Yoli, y en mi caso, además, para ayudar con las gestiones que hagan falta. La entrega del cadáver se retrasa, por motivos nunca explicados luego, y cuando tiene lugar, nos damos cuenta de inmediato, de que se trata de otro cadáver. El papeleo que se requiere, a fin de enmendar esta grave pifia de los encargados, nos obliga a perder un tiempo precioso, y es causa de mayor luto para todos nosotros. Luego, aunque la muerte se ha producido en el Hospital Provincial, los arreglos (…) deben correr a cargo de la funeraria de la pequeña ciudad donde vivimos, única que ahora presta sus servicios. Nos desplazamos de vuelta al lugar. Yoli viaja con su padre, en el auto alquilado por mí, mientras que yo lo hago en la carroza fúnebre donde es trasladado el cadáver de mi suegra, en una caja prestada para este propósito. Una vez llegados a la funeraria, nos encontramos con que los ataúdes de que dispone ésta, además de estar pobremente construidos, y de ser escasa la selección, son excesivamente pequeños. El administrador nos explica, que aunque ha hecho ya saber a los distribuidores, de un exceso en la remesa de ataúdes para niños, y una falta absoluta de estos para adultos, la situación hace meses que es la misma, y no da indicios de cambio.

Sergio y Yolanda, no se proyectan como héroes típicos en el decurso de la historia, sino que se limitan a llevar adelante sus vidas, recortadas, mutiladas, condicionadas, con la mayor dignidad posible. Arrancan a la vidita que les toca, el máximo de goce y satisfacción. Después de todo, gracias a sus padres, y a las familias que estos forjan, a pesar de proceder de distintos estratos sociales, ambos han podido estudiar y completar carreras universitarias, que deben colocarlos a cierta altura, respecto al común de las personas. Pero los hechos, como una bola de nieve que rueda cuesta abajo y se convierte en avalancha de cieno y toda clase de arrastres, los involucra y encadena, y no cesa hasta incluir a familiares y amigos cercanos.

Hay una escena, entre otras, que resume este efecto en cadena, cuando la hermana menor de Sergio, que se halla en la “Escuela Secundaria” radicada en el medio rural, es agredida por colegas y profesores, simplemente, por ser la hermana de un “contrarrevolucionario”:

Créanme que yo he presenciado esta escena con mis propios ojos, más de una vez. La he vivido en carne propia. He visto a mi familia sufrir los llamados “actos de repudio”, que vienen a ser “actos de fe” de nuestro tiempo, en la Cuba que conozco.

CITA:

No hay dudas de que estas experiencias, comunes a las vidas de todos los individuos —los personajes de la novela— suscitan la inconformidad generalizada, a la vez que proveen a nuestros protagonistas de un sustrato, que, al paso del tiempo, los conducirá, indefectiblemente, a convertirse en víctimas propiciatorias, y en rehenes de un sistema cruel, e ineficiente, a partes iguales, condición contra la cual se rebelan nuestros protagonistas. Si la experiencia individual de estos los empuja al cabo, a sentir una gran inconformidad, son el encuentro aparentemente casual con libros, historias, cartas que dan testimonio de otras experiencias precedentes, los que proveen la conexión necesaria, y vital, con las vivencias colectivas e históricas de muchos otros, suprimidas, ocultadas, manipuladas por el poder, hasta convertir en un palimpsesto la verdadera historia plural de la nación, usurpada por unos pocos. De este modo, Sergio, el autor mismo del memorial que constituye la novela, y al que ya habéis conocido, se convierte a su vez, en ávido lector, al darse con varios diarios personales, libros y cartas íntimas encontradas en la mansión abandonada, y en “editor” involuntario, al poner todo este material a nuestra disposición. Claro que no es posible asegurar, en qué manos se hallan estos materiales impresos, y el propio memorial o novela. La maquinaria político-ideológica que sirve de coartada a quienes rigen sobre las vidas de la mayoría del pueblo, se afianza sobre su propia historia falseada, deslegitimando y ocultado lo que la contraría y desacredita, y simulando que tales historias, además de ser “ilegítimas” son, asimismo, “casos excepcionales”. Es así pues, el vínculo con la experiencia colectiva, la conciencia adquirida de que su experiencia está estrechamente vinculada a la de sus compatriotas, lo que provee a Sergio y a Yolanda de una fuerza inicial para resistir y enfrentarse a la arbitrariedad y los abusos de toda clase. Y finalmente, el nacimiento de un hijo al que no quieren ver crecer bajo tales condiciones de ignominia, lo que los impulsa, según declara Sergio al final mismo de la novela:

La imagen irrepetible del pequeño que ensaya sus primeros pasos, bajo la mirada amorosa y sin interferencias de sus padres y deudos en general, basta a alimentar la llama que arde en nuestros pechos, como si procediera de un combustible único e inagotable.

El nacimiento de este vástago, dadas las condiciones opresivas en que viven los personajes, es, inevitablemente motivo de preocupación para los futuros padres, como ha sido la propia concepción de este hijo, pero al cabo, hallan en la existencia del mismo, una motivación y un aliento para enfrentarse a su propia condición oprimida. La novela concluye con un final abierto, el que plantea, precisamente, la escena donde el pequeño da sus primeros pasos.

Historias que nunca nos contaron, es una novela histórica cubana, que se inscribe en el conjunto del anti-canon, como contraparte a la novela oficial que constituye la voz aceptada y la norma. Existe una larga relación, de obras de indiscutible mérito, producidas por escritores del exilio, y del llamado insilio. Un exilio que incluye todas las geografías posibles, una variedad de voces y generaciones, que por esta misma razón resultan más representativas de lo que reclama ser la historia oficial. No confundir, sin embargo, a estos desterrados verdaderos, con los escribientes que el régimen exporta para su propaganda, o a quienes consiente viajar al extranjero y publicar con las editoriales afines o dispuestas a ello, quienes a lo sumo podrían escribir “florilegios” consentidos y aprobados por el poder, en torno a los consabidos temas oficiales.

Para prólogos, ya basta, me parece, con éste que, tan gentilmente me habéis escuchado. Ahora, les deseo que disfruten de la lectura de la novela, en busca de esas Historias, muchas de las cuales seguramente no habréis oído, porque han sido suprimidas, borradas, ocultadas y tergiversadas por una maquinaria, experta en la represión y en la mentira. ¡Ah, sí! Con gusto responderé a vuestras preguntas. Infinitas gracias.”

Rolando Morelli es escritor, profesor y editor.

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