Cultura/Educación

Entre Madrid y Miami

La Plaza Mayor en primavera

Por Manuel C. Díaz.

La última vez que visité Madrid fue en abril de 2018, antes de la pandemia. Era primavera y la ciudad nos recibió con unos días espléndidos y luminosos. En el Parque del Retiro, cerca de la Fuente del Ángel Caído, los almendros habían florecido y sus alrededores estaban teñidos de rosa.

La Puerta del Sol y la Plaza Mayor, como siempre, reverberan de actividad. Toda la ciudad parecía estar de fiesta. Era la sexta vez que mi esposa y yo la visitábamos y no pudimos menos que preguntarnos: “¿Hasta cuándo vamos a seguir viniendo?” En verdad, no lo sabíamos. Dos años antes habíamos dicho que no volveríamos y allí estábamos de nuevo.

La primera vez que la visitamos, hace ya más de tres décadas, no pudimos en realidad conocerla. Fue en una de aquellas excursiones guiadas de siete países en doce días que la mayoría de los cubanos de Miami tomaban cuando visitaban Europa.

El Palacio Real de Madrid

Recuerdo que el guía, desde el ómnibus, nos señaló a lo lejos la Puerta de Alcalá. El resto de los lugares de interés los visitamos brevemente y caminando apresurados detrás de la banderita que agitaba en su mano para que no nos perdiéramos. Recuerdo también que aquella misma noche, después de cenar en el hotel, nos aventuramos por nuestra cuenta hasta la Gran Vía. Sin embargo, como no estábamos acostumbrados a viajar, el gentío nos asustó y no nos atrevimos a recorrerla en su totalidad. Pero Madrid nos había seducido y nos prometimos regresar. Lo cual hicimos; solo para quedar prendados de ella para siempre.

Pero en esta última ocasión, como ya la conocíamos bien, nos paseamos por sus calles y plazas sin urgencia turística. Caminamos hasta Arcos de Cuchilleros y nos tomamos una cerveza en una de las mesas al aire libre de Las Cuevas de Luis Candela mientras lentamente veíamos pasar la vida sin hacernos preguntas.

Arcos de Cuchilleros con sus cafés al aire libre

Subimos por esa misma calle y entramos al Mercado de San Miguel, uno de los más antiguos y bellos de Madrid y pasamos entre mostradores repletos de carnes y mariscos hasta llegar al de Carrasco Guijuelo, donde ordenamos unas tapas y nos tomamos una copa de vino. Después regresamos al hotel para prepararnos. Unos amigos nos habían invitado a cenar en el restaurante Ten Con Ten, uno de los más trendy de la ciudad y que, según nos contaron ellos, era el preferido de los reyes de España, Felipe y Letizia. Por supuesto, no los vimos; pero la pasamos de maravilla.

El famoso Mercado de San Miguel

Al otro día nos fuimos a los museos. Primero, al Prado; después, al Reina Sofía. Y esta vez los visitamos, no por nuestra cuenta como en otras ocasiones, sino de la mano de un guía que nos llevó directo a las salas más importantes.

En el Prado, a las de Velázquez, donde vimos Las meninas y Los borrachos; y a las de Goya, donde admiramos La maja vestida, La maja desnuda y Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808. Y en el Reina Sofía, a las de Dalí, donde vimos Rostro del gran masturbador y Figura en una finestra; y a las de Picasso, donde vimos Mujer en azul y su famosa obra, Guernica.

El autor y su esposa en la Plaza Mayor

Los días pasaban volando. Nos sentíamos felices y disfrutábamos de cada uno de los rincones de Madrid. Pero a la semana, cuando ya estaba a punto de concluir el viaje, comenzamos a extrañar nuestro hogar. No la casa sino la ciudad que nos recibió con los brazos abiertos cuando llegamos a ella vencidos y sin patria: Miami. Sí, Miami, nuestro hogar; con todos sus defectos. Y nos dimos cuenta de que queríamos regresar a ella de inmediato. Ni siquiera el encanto de Madrid nos pudo retener un minuto más. Ya en el aeropuerto de Barajas, cuando nos disponíamos a abordar el avión de Iberia, mi esposa y yo nos miramos. Y sonreímos. Porque sabíamos que estábamos pensando lo mismo: We are going home.

Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.

Fotos Archivos personales del autor.

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