Sociedad

El Gran Incinerador

Por José Abreu Felippe

AL enfant

Según corresponsales extranjeros acreditados en La Habana y al menos tres testigos presenciales, el polémico escritor conocido como el Gran Incinerador (se desconoce su nombre real, no existen fotos suyas y se ignora su edad), se suicidó a lo bonzo la tarde de ayer, 24 de diciembre de 1983, se calcula que alrededor de las 6:45 pm. Según la información que se ha podido recabar, después de atar una cuerda a una rama de la mata de almendras que crecía frente al portal de su casa y ajustarse el lazo al cuello, saltó del muro, pero en las dos ocasiones que lo intentó, la soga, que estaba casi podrida, se rompió. Entonces, ayudado por varios amigos del barrio –jóvenes amantes de ambos sexos, ñáñigos, paleros y curtidos delincuentes recalcitrantes, todos celosos guardianes de la identidad del escritor–, sacó los pocos muebles que quedaban en la casa –una mesa, dos sillas, una de ellas con solo tres patas, una tabla de planchar, una mesita de noche, un librero hecho con madera de antiguas cajas de leche condensada– y los amontonó en el medio de la calle. Todo el que pudo aportó un poco de alcohol e hicieron una pira. El escritor, que se había tomado un pomo de Tylenol de 500 mg, que por trasmanos –fue una larga cadena para llegar a él que algunos contabilizan en 25 manos y otros en 72– le habían mandado del extranjero para combatir la migraña, se desnudó completamente y se lanzó a las llamas.

En una entrevista reciente con una periodista canadiense –fue una verdadera aventura su realización a través de terceros– declaró que se sentía satisfecho y muy realizado. Había conseguido concluir su obra –varias voluminosas novelas, ensayos y relatos– y posteriormente, incinerarla toda sin que la policía, a pesar de los numerosos registros, hubiera podido incautar nada. En esta tierra, recalcó, una obra libre no está terminada hasta que no se incinera. Ya se sabe que a su barrio, extremadamente conflictivo, la policía apenas se atrevía a entrar, lo que le brindaba cierta relativa tranquilidad a la hora de crear, dijo. Por otro lado, declaró, había sobrevivido a tres de los más sanguinarios dictadores que había padecido su país, y eso lo hacía sentirse vencedor; aunque la dictadura continuaba, se le antojaba eterna y estaba harto de soportarla. La cantera de dictadores parecía interminable.

Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas en el primer inodoro de un baño público que no estuviera tupido. En caso de no encontrarlo, cosa harto probable, que fueran vertidas un día lluvioso en cualquier alcantarilla. Si cerca del mar, mejor.

José Abreu Felippe es poeta, periodista y escritor.

4 Comments

  1. Marcia

    Humor negro,muy bien escrito. No tengo mucho que decir porque me gustó muchisimo.

  2. Pingback: El Gran Incinerador. Por José Abreu Felippe – Zoé Valdés

  3. Hornyhavana

    👏🏻👏🏻👏🏻
    Fantástico
    ❤️❤️❤️

  4. Heidys Yepe

    Siempre un placer leer sus escritos. Una maravilla.

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