Cultura/Educación

El Alcázar no se rinde

Por Manuel C. Díaz.

Llegué a Toledo en tren desde Madrid temprano en la mañana y lo primero que hice fue visitar su Alcázar. En un par de viajes anteriores había estado en algunos de los principales puntos de interés turístico de esa ciudad, pero nunca en el Alcázar. Esta vez, me dije, no dejaría de visitarlo. Me interesaba hacerlo por dos razones: una, porque quería ver de primera mano el lugar donde, en los primeros días de la Guerra Civil Española, una guarnición militar al mando del coronel José Moscardó había resistido heroicamente durante más de dos meses el asedio del ejército republicano; y otra, porque quería comprobar que el despacho de Moscardó, como alguien me había contado, se conservaba tal y como estaba en 1936 cuando pronunció, durante una conversación telefónica en la que lo amenazaban con fusilar a su hijo Luis si no entregaba la plaza, su célebre frase: “El Alcázar no se rendirá jamás”.

El despacho del coronel Moscardó. En sus paredes todavia pueden verse las marcas de la metralla

Fue al comienzo del asedio cuando el coronel Moscardó recibió la famosa llamada telefónica del abogado Cándido Cabello, presidente del Partido de Izquierda Republicana, conminándolo a rendirse. Reproduzco aquí, por su importancia, una versión resumida de esa histórica conversación: “Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo”, comienza diciendo Cabello. Y a continuación le da a Moscardó un plazo de diez minutos para rendir la fortaleza y le advierte que de no hacerlo fusilaría a su hijo, a quien pone al habla con su padre. “Papá”, dice Luis. “¿Qué hay, hijo mío?”. “Nada, que dicen que me van a fusilar si el Alcázar no se rinde, pero no te preocupes por mí”. A lo que Moscardó responde: “Si es cierto, encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella.! Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte”. Cuando Cabello vuelve a ponerse al teléfono, Moscardó le dice: “Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, el Alcázar no se rendirá jamás”.

La veracidad de este diálogo ha sido cuestionada muchas veces por los historiadores de izquierda, pero a mí solo me bastó leer las cartas que Moscardó escribió a su esposa durante el sitio, para convencerme de que en verdad ocurrió. El dolor expresado en esas misivas por la pérdida del hijo y el propio dramatismo de la frase con la que termina la conversación no me dejaron lugar a dudas.

Y si acaso las tuve, desaparecieron cuando entré al despacho de Moscardo y pude ver en una pequeña vitrina adosada a la pared de la izquierda unos folios escritos a mano que pertenecían al Diario de Operaciones del Asedio en los cuales, aunque no se reproducía la conversación, se hacía alusión a ella.

Un retrato del coronel Moscardó cuelga de una de las paredes de su despacho. Debajo puede verse el teléfono por el que habló con su hijo antes de ser fusilado

El despacho está situado en la segunda planta del Alcázar, justo en la esquina de un angosto pasillo. Y para entrar a él hay que seguir un cordón que, entre los muebles, le da la vuelta a la habitación. En sus paredes todavía es posible ver el destrozo causado por la metralla de los bombardeos. Frente a una de ellas, detrás de un escritorio, hay una pequeña mesa sobre la que descansa el teléfono por el que Moscardó habló con su hijo el 23 de julio de 1936. En esa misma pared hay dos grandes retratos al óleo: uno del coronel Moscardó y otro de su hijo Luis. Es todo tan real que es imposible no sentirse transportado en el tiempo y revivir el pasado. La Guerra Civil Española fue una contienda fraticida en la que se cometieron crímenes por ambos bandos, significó la fracción moral del país y provocó heridas que todavía están por sanar.

Antes de terminar el recorrido bajé a la cripta donde está enterrado Moscardo junto a su esposa y sus cuatro hijos, así como más de cien militares y civiles que defendieron el Alcazar durante el asedio. Los restos de todos ellos descansan en nichos colocados a ambos lados de la cripta, en cuyo final puede verse una imagen de la Virgen del Pilar.

Esa tarde, desde el andén donde esperaba el tren hacia Madrid, miré hacia la colina donde el Alcazar se alza imponente y no pude dejar de pensar que ojalá, a pesar de los intentos de la izquierda de acabar con la democracia española, esa histórica fortaleza siga sin rendirse.

Manuel C. Díaz es escritor, periodista, y cronista de viajes.

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