Cultura/Educación

Cementerio de hombres vivos

Por Armando de Armas.

La literatura carcelaria en Cuba tiene una ilustre tradición que va, al menos, de Martí a Montenegro, pasando por Pablo de la Torriente Brau y Arenas, extendiéndose así, entre otros, por vía de Jorge Valls, Ana Lázara Rodríguez, Huber Matos, Ángel Cuadra, Ernesto Díaz-Rodríguez y Rafael Saumel.

Se suman a la ilustre lista Regis Iglesias, Ricardo González Alfonso y Raúl Rivero, y más reciente, Jorge Luis García Pérez, Antúnez, y Guillermo Fariñas.

La preponderancia presidiaria en la letra impresa no sería patrimonio de la isla aunque la isla, ya saben, lleve su propio peso infernal. Como he escrito antes la novela moderna, expresión de libertad, pudiera deber su nacimiento a la prisión o, mejor, al hecho de que los escritores que la prohijaron pasaran por la experiencia de la prisión. Lo que por cierto no dice mucho de la modernidad como un periodo de libertades sin precedentes cual se nos ha hecho creer. La existencia de la novela moderna ilustraría las inextricables relaciones entre bien y mal; esas donde bien sirve para mal y, lo más interesante, donde mal sir ve para bien. De hecho no ya la novela moderna, sino la historia misma de la literatura universal debe más al mal que al bien, a la guerra que a la paz.

La épica estaría en el origen de la literatura, pues sin épica no habrían surgido los cantares de gesta, ni epopeyas como la Ilíada y la Odisea de Homero, o la Epopeya de Gilgamech, ni toda la posterior producción de obras literarias que, habiendo hecho de la humanidad una especie mucho menos pedestre, se deberían más a la saga que a la ciega, a la sangre que a la siembra.

El padre de la novela moderna no es otro que Don Miguel de Cervantes y Saavedra; pero la madre no es otra que la cárcel. Una estrafalaria relación en que la madre preña al padre. Mamá cárcel proporciona, penetra, preña a Papá Cervantes con un chorro, caudal de experiencias, la experiencia como semen, que parirá la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en 1605, pero antes, en 1599, Mateo Alemán había parido la primera parte del Guzmán de Alfarache, un relato en prosa que por su realismo sin desdeñar lo psíquico podría ser el germen de la novela moderna; modelo en el cual se inspiraría Cervantes para la eficaz construcción del Quijote. Cervantes y Alemán se conocían entre sí y, a su vez, eran viejos conocidos en los ambientes del bajo mundo de Sevilla y, tanto el uno como el otro, habían ido a parar con sus huesos a la prisión sevillana. Alemán estuvo en la cárcel allá por 1580 y, en una segunda ocasión, allá por 1602. Luego, Alemán también sería penetrado, preñado por la experiencia presidiaria para parir su Guzmán de Alfarache.

Después, así, de Sade a Dostoyevski, de Wilde a Verlaine, de Santos Chocano a William Burroughs, las rejas parecerían propiciar a las letras en el mundo occidental.

Fariñas hace su aporte con la novela testimonial Cementerio de hombres vivos, Iliada Ediciones, Berlín, 2022. Para empezar, camino a la cárcel en un carro jaula, un “calor agobiante lo comenzó a maltratar: las planchas metálicas estaban muy calientes por el sol, afuera, y cuando se cansó de quitarse el sudor, pues los brazos le pesaban mucho, empezó a beber su propio sudor”.

Y continúa ya en el interior de la célebre cárcel de Manacas -cuyos paisajes achicharrados por el sol aterran al novato al talego como anticipo de lo que se va a encontrar dentro-, con una paliza a un preso que se niega a compartir con el asesino de su hermano: “El apodado subteniente Verruga Aplanadora se le plantó frente al preso, a una distancia de un metro y medio más o menos, mientras los otros siete guardias lo comenzaron a rodear completamente, estrechando el círculo. El acosado, ante la inminencia del ataque, comenzó a voltearse para poder ver a los dos guardias que tenía a sus espaldas y, en cuanto dejó de mirar al subteniente Verruga Aplanadora, este le descargó un golpe del bastón de marabú directo a la cabeza, exactamente entre la oreja izquierda y ese mismo ojo, a la vez, que otro de los uniformados le asestaba un fuerte golpe a su pierna derecha, al nivel de la rodilla. Golpes aquellos que le hicieron perder el equilibrio y caer al suelo. Fue ese derrumbe como la señal para que todos, como máquinas de golpear, se ensañaran con él. Llegó un momento en que ya no reaccionaba a los golpes, parecía que había perdido el conocimiento. Entonces, el capitán Diosdado que estaba atento a todo lo que sucedía, les gritó; ─Paren y échenle un poco de agua, para que vuelva en sí… Ahí, el capitán Diosdado se le acercó y le preguntó con cinismo: ─Recluso Ampudia, ¿usted tiene enemigos aquí o va a compartir con Arroyo? A lo que aquel joven, llorando, pero con una mezcla de impotencia y dolor, le acotó: ─Sí, tengo enemigos aquí, y no voy a compartir con Arroyo. Bruscamente, el oficial se volvió a alejar mientras ordenaba al subteniente Verruga Aplanadora: ─Denle otra tanda, pero esta vez que sea hasta que se les cansen los brazos a ustedes. La pateadura continuó con mayor intensidad y rabia que la anterior. Ya se veía a los guardias sudorosos y jadeantes de tanto golpear”.

Luego la sobrevivencia, el aprendizaje del protagonista, Juan “El Johnny” González Febles, a manos de un catedrático de presidio: “Mire, y con el mayor respeto hacia usted, le pregunto: ¿usted hoy separó los gusanos que tenía el arroz y no se los comió? ─Sí, Chispa, así mismo hice. Es que me dio mucho asco. ─Usted hace lo que quiera, pero en la prisión esos gusanos son proteína animal, y se comen. ─Es que me dieron mucho asco, de verdad. ─Mire, Licenciado, en una prisión vivimos momentos buenos y otros muy malos. Usted debe prepararse para todos los tipos de momentos, para que pueda sobrevivir y salir. ─Está bien, Chispa, trataré de seguir su experiencia. ─No, no, Licenciado, no es tratar, es obligarse a hacerlo, o si no, no va a sobrevivir aquí dentro”…

El libro agarra, garra presidiaria, y no te suelta al mejor estilo de las novelas negras, o de suspense, pendiente el lector de la próxima puñalada, de la próxima paliza, de desentrañar el misterio, los motivos por los que el protagonista, un intelectual que ha vivido en una burbuja, alejado de los bajos fondos, hasta ahora ciego por las melopeas marxistas, fiel al fidelismo, ha ido a parar al cementerio de los hombres vivos, pendiente el lector del próximo acto de trujanismo –por trujano que es una corrupción de la palabra Trajano, del emperador Trajano, quien, afirman, era enfermo a los efebos, a sodomizar efebos: “Febles pudo observar cómo sacó su afiladísima cuchilla y se le fue acercando al joven Marquiño que, al ver el brillo de aquella arma blanca, comenzó a gritar desesperadamente, quizás pensando que iba a ser apuñaleado, que fue lo mismo que creyó Febles. Sin embargo, el Gordo del Cerro se arrodilló junto a él y comenzó a cortarle las ropas con la cuchilla. Primero, se dedicó a cortar la camisa sin mangas de color gris azuloso del uniforme reglamentario. Cuando le sacó toda la pieza superior del cuerpo, se vio una piel blanquecina y, para que no pudiera continuar gritando, la tela de la camisa se le introdujo a la fuerza, hecha un nudo, en la boca. A partir de ahí se dejó de escuchar la aterrorizada voz de Marquiño. Tras eso, el mandante se dedicó a picarle el pantalón corto del uniforme carcelario y, cuando tuvo en sus manos cada una de las 70 piezas en que lo rajó, entonces, con mucho cuidado para no dañarle su piel blanquísima, también le ripió el tacacillo. Todos pudieron ver el pene fláccido y los testículos de color rojizo de aquel que pronto sería abusado sexualmente. Febles permanecía incólume, viendo todo aquello, que le parecía algo onírico y hasta alucinante. Los violadores sabían lo que hacían, y por eso el Gordo les dijo, imperativamente: ─Bien, ya lo tenemos desnudito como vino al mundo. Ahora vamos a ahogarlo, para que pierda fuerzas y poder comérnoslo con más facilidad y sin que haga mucha resistencia. Al decir eso, tomó toda la ropa rota de Marquiño y la envolvió apretándola con fuerza entre sus manos, hasta transformarla en una especie de almohadilla de tela con la que comenzó a presionarle nariz y boca al muchacho, para que no le pudiese llegar bien el aire a sus pulmones. El agredido pataleaba y se contraía, e intentaba zafar sus aprisionados brazos, como si casi se llegara a ahogar. Pero, con mucha meticulosidad, el Gordo del Cerro siempre le quitaba a tiempo la improvisada almohadilla de tela, dejándolo tomar unas cortas bocanadas de aire, que eran bloqueadas nuevamente, algo que se transformó en un proceso repetitivo y cercano al cansancio. Poco después, Marquiño perdió todas sus fuerzas y ya no hubo que sujetarlo: estaba desmayado y tirado encima del piso desnudo. Entonces, el mandante se puso de pie y, con voz triunfante, les comunicó a sus matones: ─Arrástrenlo ahora y llévenmelo para el Jolonguero. Yo soy el primero que se va a singar a este pichón de maricón. Cuando yo termine con él, lo sacan del Jolonguero, se lo llevan para las duchas y allí se lo comen ustedes ─Les miró a la cara a cada uno de sus cómplices e hizo un gesto imperativo”.

El problema con los comunistas no es que sean malos, el problema es que además aspiran por todos los medios a que aplaudas su maldad, no es que controlen tu cuerpo sino que pretenden controlar tu alma. Así ante uno de los tantos alardes de inminencia de invasión americana, piden a los presos: ─De eso ocurrir, ¿podemos contar con ustedes, los presos que se sientan revolucionarios y patriotas? Que levanten la mano los que de ustedes estén dispuestos a defender voluntariamente a nuestra Revolución Socialista. Y ante tal desfachatez González Febles no levanta la mano y comienza con este gesto de rebeldía su doloroso derrotero hacia la disidencia, el entendimiento de la naturaleza demoniaca del sistema de los marxistas en el mejor sitio para entenderlo, el cementerio de los hombres vivos.

Allí en ese cementerio, mientras espera en una especie de proceso kafkiano a que alguien le aclare por qué ha ido a parar con su asombrada ósea a una tumba entre rejas, Febles es testigo de los más grandes abusos por parte de la guarnición, abusos y corrupción, al punto que algunos de aquellos matones endurecidos, pero con ciertos códigos de honor carcelarios, parecerían en comparación con sus custodios auténticos caballeros medievales. Proveniente de una prominente familia de profesionales médicos, alumno ejemplar en la ejemplar Lenin, licenciado en Filología y editor de un importante medio oficialista Febles permanece ahora en la ergástula convertido en un Caso Especial de la Oficina Especial del Alto Mando Histórico de la Revolución, qué es esa misteriosa y macabra mandancia, qué interés podría tener esa entidad en un aplicado pero simple hombre de letras, en qué ofendió a los históricos, histéricos, de la oficial oficina, qué tiene que ver en ello, si es que algo, su esposa Winnie –nombre que ostenta probablemente en honor a la terrorista Winnie Mandela, mujer de Mandela, muy de moda en la isla por aquellos años-, qué tiene que ver el vástago que viene en camino y del cual se entera el ex editor durante una visita a la cárcel de su madre donde, además, se entera que la Winnie ha abandonado el hogar tras dejar una sentida nota, qué pasa con Winnie, ¿es víctima o villana?, qué pasa con el vástago, ¿es hijo de la víctima o del verdugo?

Para enterarse, Febles, que ya no se fía del fidelismo y se ha crecido con valor estoico en medio de la ordalía, ha de llegar vivo o medio vivo hasta el final de la historia y, junto a Febles, el lector, quien entre apuñalamientos y palizas, estupros y trujanismos, inmerso en un estupor devenido estertor que emana y se extiende como lepra entre las letras, no podrá así apartarse del libro hasta saciar su sed de enigma; de solucionar el enigma.

Al final Febles será otro y el lector también.

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Armando de Armas. Escritor cubano exiliado, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental. Editor Educación/Cultura ZoePost.

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