Por Ray Luna.
El pueblo es un niño: si le das un juguete que produzca sonidos, y no le explicas la causa, lo romperá para ver lo que contiene. François-René de Chateaubriand
“Cuba da dentera”, dice Zoé Valdés. No es para menos. El más bajo nivel de humanidad concebible en este planeta, lo tienen los dirigentes comunistas chinos. En segundo lugar, se siguen los cubanos: una horda de gordos que, en su conjunto, produce al día el quíntuple de heces que un casino de Las Vegas en todo un año. Una tribu cuya hiperactividad intestinal funciona en detrimento de la cerebral. (Aunque, es cierto, esta anormalidad fisiológica afecta a los políticos universalmente; sabe que la obesidad, para los cubanos de ahora, es, en cambio, muestra de superioridad biológica.)
Mi abuela Carolina me contaba —entre bromas y veras— que en la Sierra Maestra los exploradores batistianos localizaban a los guerrilleros siguiendo los dementes amasijos de materia fecal que “ese hijoeputa” iba sembrando en su recorrido revolucionario. Al parecer, el tamaño irracional de los excrementos abandonados al borde de los trillos monteses solía indicarles la presencia de quien, en sus últimos años sobre esta tierra, los cubanos llamaban “El Coma-andante”. Valga decirlo, su decadencia física comenzó en, justamente, los intestinos.
La gran mayoría de estos dirigentes sufre de bromohidrosis severa (eso se puede ver aunque a la isla no haya llegado aún la televisión digital). Un ex vigilante nocturno del Karl Marx —antiguo teatro Blanquita— me contó una vez que durante los congresos del Partido invade el lugar un olor nauseabundo a sudor y “meados”. Según él, la orina de los comunistas contiene entre un 60 y 70% más de amoniaco que el resto de los cubanos. Y le creo, es muy probable que su permanente estado de embarazo intestinal se deba al exceso de ron y carne de cerdo que ingieren. Parecen todos atletas de un circo francés del XIX.
El abuso del comer, del beber y del poder los ha incapacitado para percatarse de su vulgaridad sin par. Como diría Altamirano: “Pero mas sin embargo”, lo superlativo de estos solipsistas es que no se avergüenzan, ni un poquitico así, de ser cubanos. Se ven a sí mismos como hombres profundos aun habiendo destruido la lengua castellana en cada parlamento. Nunca sabremos qué quiere decir un comunista cubano; es como con algunas mujeres, nunca se llega al fondo de cosa alguna.
A un país donde la incertidumbre se toma por profundidad, lo mejor es odiarlo.
Los cubanos de ahora
No voy a negar que me causa una grandísima curiosidad el hecho de que a pesar de todo, mis compatriotas dilapiden la luz del día hablando mal de otros pueblos; porque como que se consideran superiores. En verdad, con líderes como los que tenemos y tememos, los cubanos de ahora no podemos más que ser haraganes, timadores, rencorosos y orgullosos más allá de cualquier límite. Y como sé que somos incapaces de aceptar el más mínimo reproche —por salvajismo más que nada—, para inducirnos a reconocer esta tara, sólo tienen que hablarnos mal de otro país. Al instante, cayendo en la trampa, reaccionamos con “No, en Cuba bla bla bla”.
El cubano de ahora, si no gana, empata.
Bien mirado el asunto, los cubanos de ahora no aman a sus semejantes y son tan maleducados como burócrata a punto de cerrar la ventanilla; codiciosos hasta los tuétanos. Somos un pueblo malo que se atropella a sí mismo por aburrimiento. Vivimos “metiéndonos el pie” (poniéndonos zancadillas) los unos a los otros por muchísimos años, de modo que Fidel Castro canalizó esa rabiosa actitud movilizándonos para destruir África y la América hispánica (no en ese orden).
Lo mismo que los comunistas, hasta hace no poco muchos de mis compatriotas se jactaban de tener un estado poderoso con la única y asombrosa habilidad de chupar la sangre a otras naciones. Somos chusma que no sabe bien qué quiere, que quiere lo que no quiere, que no quiere lo que quiere, que quiere querer, que quiere y no alcanza absolutamente nada. Y, para decirlo, no sabemos sino cantar reguetones (creyendo que el mundo entero habla “en cubano”. Quizá la ignorancia sea el peor efecto de nuestra avaricia —vicio nacional—, que en Miami y en La Habana toman hoy por virtud.
Hay veces que quisiera haber nacido esquimal. Hay veces que no puedo soportar ser cubano de nacimiento. Ser cubano ahora, en este preciso instante, es un oprobio. Lo digo en serio: no hay criatura más estrecha de ideas, cualquier chisme, cualquier rumor lo “encabilla”. Y se aterra ante lo inesperado. Siempre me pregunté por qué somos —ahora— tan poco levantiscos. Pueblo amulatado que heredó lo peor de las razas de las que desciende: de los árabes la deslealtad, de los godos la degeneración, y de los africanos negros la indolencia y la ferocidad fatua. (Los chinos, por desgracia, no cuentan, son minoría). Gustamos demasiado de perdernos en la cháchara con tal de partir un pelo en cuatro. Es digno de verse lo que somos capaces de hacer con tal de encantar a un extranjero. Ínsula repleta de putas y bugarrones. Asco. Putrefacción. Hemos desencadenado la hubris, hemos roto el orden universal.
¡Dime sí miento! ¡Dímelo! Dime si miento cuando digo que el cubano de ahora no es de fiar; es vil y traidor. ¡Qué bien se nos da la puñalada trapera! El cubano de ahora es mañoso en el trato e incoherente como el herbajo que se inclina según soplen los vientos. ¡Sólo ve lo que le hicieron generales y ministros al anticomunista Machado, o a Batista nada más aparecer los aventureros de la Sierra!
Un pueblo como el nuestro, que se ha dejado sodomizar por un bárbaro hasta convertirlo en emperador, merece cada pulgada… de miseria.
Un pueblo que hoy presta oídos a las arengas de un conductor de televisión amujerado y anticristiano; ave de altísono e inflamado cantar, con la dentadura podrida, el aliento pesado y la manito sudada. A un imbécil que lleva años sin enterarse de que —en español— no se dice “alegadamente” sino presumiblemente. A un ladrón de ropa interior femenina que exalta constantemente a las clases peligrosas, que se codea con cuatreros y vagabundos devenidos poetas de la patria. A un Cagliostro camagüeyano que elige a los más estúpidos y los nombra embajadores de la libertad; que esconde su agenda política tras la denuncia. (Y cuando la situación se tensa, toma vacaciones.)
No obstante, ya va siendo hora de que la “oposición” entienda que en el capitalismo, los mercaderes (y los mercachifles) son quienes mandan, quienes llevan la voz cantante; aunque eso haga a mucha gente infeliz. Algunas personas no son capaces de ser exitosas en esto del capitalismo. No es su culpa si algún guajirito, que ni siquiera sabe hablar con propiedad, de repente sea mejor que cualquier “político” haciendo dinero y, por ende, acabe teniendo un estatus más alto. Ser malo en una cosa duele. Y, sí, muchas personas se resienten. Los influencers llegaron para quedarse. Negarles el derecho a entrar en la política, como pretenden, por ejemplo, algunos integrantes de Estado de Sats, es caer en una contradicción muy tremenda. Precisamente, porque la democracia, que tanto anhelan, es la libre competencia por el poder.
Me pregunto qué porvenir hay para un pueblo así. ¿Es este el pueblo racional, amoroso, pacífico, inteligente, capaz de autogobernarse, potencialmente democrático y liberal a quien debe confiársele el gobierno? No lo creo, los cubanos de ahora deben ser gobernados de una manera que se les impida hacerse pedazos entre sí. Sólo hay una forma de evitarlo y es imponiéndoles un grado de autoridad rigurosísimo —por parte de hombres que sí comprendan su verdadera naturaleza—. Una autoridad que lo meta en cintura. El cubano necesita una especie de camisa de fuerza que le impida desahogar sus ansias autodestructivas. (Si acaso me crees demasiado pesimista, entonces no conoces nuestra historia.)
Por supuesto, no creo que ese gobierno deba ser el gobierno comunista. Por supuesto que desapruebo el “proceso revolucionario”; de hecho, creo que la Revolución Cubana es el peor castigo que Dios pudo enviarnos por apartarnos de la tradición, por abolir las jerarquías auténticas, por permitir que el estado reemplazara a la Iglesia Católica y demás instituciones subsidiarias en la difícil tarea de mantener un cierto grado de orden social. Los cubanos rebasamos cualquier nivel de barbarismo después de 1902, no antes. Una sociedad que no respeta el poder, inevitablemente se desintegra. La sola idea de un cubano capaz de autocontrolarse, de autocoercionarse, que tanto predica la oposición democrática (supuestamente, racional), es una contradicción en los términos. Pasar de una tiranía totalitaria a la democracia, que es otra suerte de tiranía, sería un grave error.
Un pueblo que llevó el igualitarismo a grados tales, no puede más que situarse sobre el pináculo de la infelicidad. Si lo que quieres es “la democracia”, te invito a examinar su sino.
¿Qué clase de gobierno fuerte debemos instaurar? Pues uno que no sea sádico. Pero no podemos perpetuar el igualitarismo en la isla pretendiendo que el cubano no es una criatura corrupta, pecaminosa, cruel y viciosa a la que sólo se le puede impedir que destruya a los demás mediante la sabia disciplina que le imponen unas pocas personas —lo suficientemente sabias y lo suficientemente poderosas para hacerlo—. Machado lo sabía; Batista también. A esto se reduce nuestra historia después del desprendimiento del imperio español: a breves períodos de frágil convivencia pluripartidista, dos dictaduras y una larguísima tiranía.
Las dos instituciones que nos mantuvieron, comparativamente, viviendo en luenga paz fueron: la corona y la iglesia. Quizá lo ignores. Es de suponer que el cubano de ahora no comprenda en toda su extensión la frase enunciada por tantos valientes ante las bocas de los fusiles revolucionarios: “¡Viva Cristo Rey!” El trono y la cruz son fuentes de autoridad oscuras, impenetrables e incriticables. Como el propio castrismo.
El castrismo no permite cuestionamientos “¿por qué le cambiaron el nombre al ICRT? ¿Por qué existe la institución en primera instancia?” No lo permite porque sabe que si da una respuesta la cuestionaremos preguntando el porqué del porqué del porqué del porqué. Y así hasta el infinito, un proceso sin fin. Si lo permite todo se derrumba y cae.
(Con todo, la diferencia entre un gobierno fuerte y el castrismo puede resumirse en el siguiente postulado: todo castrista obtiene placer ejecutando actos de crueldad. El castrismo tiene al pueblo por un prisionero cuya manutención no rinde ningún beneficio y cuya destrucción no tiene costo.)
Hay quien dice “¿Más castrismo para qué?”, luego se va a dormir y sueña con la democracia. Identificar la democracia con la libertad es error de novatos. La democracia es sólo el disfraz bajo el que operan las fuerzas colectivistas que ya conocimos en el siglo XX (nacionalismo, progresismo, comunismo, racismo, y así). Lo que los cubanos llaman democracia no es más que otro nombre para “escapismo horizontal”.
La revolución francesa fue primero un deseo de los ilustrados, de los iluministas; ellos eran luz y claridad. Ciertamente, no fue la primera revolución, pero sí la primera democracia moderna derivada luego en una sangrienta dictadura totalitaria. Mientras Europa, no digamos Francia, estuvo gobernada por instituciones oscuras muy pocas personas corrosivas podían entrar y competir en el mercado de la política. Liberales, socialistas, jacobinos, científicos, protestantes, jansenistas, judíos, francmasones, ateístas, librepensadores, fueron ellos quienes crearon el sistema político más perverso conocido hasta entonces. Si el próximo gobernante cubano no controla a los izquierdistas estamos perdidos porque todas, absolutamente todas, las sociedades descansan sobre la base del respeto a la autoridad.
Piénsalo, porque las mismas personas que, con verdadera razón, cuestionan la autoridad del castrismo hoy, también cuestionarán la autoridad mañana cuando los Castro se hayan ido. Una sociedad estable se malogra dando rienda suelta a la razón ilustrada, pues si no controlamos la razón ilustrada, la razón ilustrada nos destruirá. Lo que Cuba necesita no es sustituir una revolución por otra, lo que Cuba necesita es lustrarse. Un renacimiento de la oscuridad, por decir mejor.
El cubano de ahora es medio salvaje, primitivo en su modo de ser. Borracho y bárbaro. Una criatura esclavizada por los vicios más detestables. No hay una sola cualidad en nosotros que un hombre civilizado envidie. Este es el sentimiento que la Revolución cubana me instiga. Con todo, no creo en gobiernos militares. Creo en la tradición y todo aquello en que un buen gobierno se funda: la poesía, la mitología, la imaginación y todas las facultades irracionales del ser humano. Pero sobre todo en la jerarquía, pues la igualdad de derechos políticos siempre degenera en bâtonocracia.
Detesté siempre el gobierno militar. Lo detesto ahora y lo detestaré mientras viva. No creas que mi actitud hacia los Castro es ambigua. Si por un lado, Fidel Castro fue un monstruo, un usurpador; por el otro, todo poder es importante, y Fidel Castro tenía poder. No me cabe duda de que los Castro fueron peor que los jacobinos —gente terrible —, ni que fueron “la plaga” que Dios nos mandó; pero los Castro sirvieron (dentro del caos revolucionario de nuestra República) a Cuba de un modo que la filosofía política abstracta valora mucho: los Castro fusilaron. Cualquiera que fusile así ejerce autoridad, quien ejerce autoridad es capaz de establecer orden. En esto superaron a Machado y a Batista, que eran débiles y jugaron a ser democráticos. Y todos sabemos muy bien cómo terminó eso. (Fidel Castro murió en su cama, no en el exilio.)
Los Castro, sí, fueron un par de monstruos borrachos de poder y sangre; sin embargo, cualquier poder es mejor que ningún poder. En ciencias políticas, todo poder es admirable. El castrismo ha sobrevivido a la URSS por 30 años. No es poca cosa. No obstante, este hecho no los hace queribles.
Nuestro pasado nos muestra un cuadro sangriento de hombres poseídos por instintos irracionales e incontrolados. No tengo una visión pesimista o histérica de nosotros, nomás realista. Mas en todo análisis objetivo de la realidad política debemos tomar en cuenta el innato y oscuro impulso de los cubanos a inmolarse, el apetito por la destrucción por el que estamos compuestos en gran medida. Estas son características humanas que la ciencia política debe explotar, tomar nota de ellas, con el objetivo de canalizarlas; pero, por encima de todo, afrontarlas. Mi desprecio por la democracia liberal se basa fundamentalmente en esta visión realista —nada romántica— de nosotros mismos. El cubano no sólo debe ser disciplinado, sino dirigido. Ha demostrado ser totalmente incapaz de gobernarse a sí mismo. Los más gloriosos momentos de progreso económico y social de nuestra República tuvieron lugar bajo el gobierno de pequeñas élites oligárquicas que, a decir verdad, las más de las veces eran grupos de hombres abnegados que intentaban atar a este fiero caimán. Con fuerza sí, pero también con esfuerzo. Y sabe que ello no les proporcionaba ningún placer, como tampoco se complace el policía dando palos a diestra y siniestra. ¿Qué placer puede sentir un agente del orden al tener que hacer el papel del verdugo? El policía tiene hijos, hermanos y amigos que salieron a la calle el 11 de julio.
Cuba es una bestia cuyo telos no es inteligible para ella misma, pero sí tiene que serlo para aquellos que la dirigen.
La última canción y el próximo performance
Sí, hablar de Cuba “da dentera”, como dice Zoe Valdés. Pero eso no es todo, hay más. Mucho más. Entre la Miami de ahora y L’abana, están Yunior, los Sanisidros, Tania (la guerrillera del arte), la pandilla del 27N y toda esa cáfila de neomarxistas adoctrinada por la Revista Encuentro y todos sus derivados.
Miami no me preocupa en absoluto. No son más que un montón de mentecatos corriendo de un lado a otro como pollos sin cabeza, porque no saben qué hacer, cómo reaccionar al #11J.
Congresistas, influencers y medios de comunicación dejaron bien claro que Cuba no es un país. Cuba es un negocio. Este grupo anticastrista está totalmente desideologizado (¿idiotizado?). Las únicas dos iniciativas que se les ocurrieron: intervención e Internet libre, las “tomaron prestadas” de otros grupos opositores y luchadores anticastristas independientes. Cuando tuvieron la oportunidad de hablar en el Congreso, no hicieron más que lamentarse y suplicar.
¿Quieres una medida real y efectiva contra el régimen de L’abana? ¡Propongan la derogación de la Ley de Ajuste hoy mismo y verán a los comunistas tragar saliva por primera vez! Parece ser el momento indicado para hacerlo.
No, me preocupa la nueva izquierda cubana que, a diferencia de otros grupos opositores, busca instaurar un socialismo más democrático usando estrategias legitimistas probadamente ineficaces, porque cree que se puede persuadir a los comunistas.
(Las estrategias legitimistas, infortunadamente, han sido ineficaces hasta el día de hoy.)
Para esa izquierda, los pensadores de la derecha somos “fascistas”. Y es, hasta cierto punto, verdad. Sobre todo si se es lo suficientemente honesto para reconocer, no sólo que jamás hemos sido un país verdaderamente independiente, sino que, por ejemplo, regímenes como los de Franco y Pinochet sí supieron contener el avance imperialista de las naciones democráticas en un Occidente bipolar. Ambos regímenes colindaban con el fascismo, nadie lo niega. Pero dime si alguno de los siguientes regímenes no colindaba con el fascismo: los Tudor, Napoleón, Atatürk, Tokugawa, los emperadores Antoninos, los Romanov, los Habsburgo, César y Augusto, los Omeyas y los Borbones.
El fascismo es historia. Está tan muerto como el paganismo. En realidad, el que YouTube haya hecho que Hitler sea gracioso es la mejor prueba de que Hitler está bien muerto. Lo que está vivo es el sistema ideológico que derrotó al fascismo y que cometió muchísimas atrocidades por su cuenta. (Para los efectos de este ensayo, sería más relevante hablar de los crímenes que el mundo democrático cometió durante el presente y pasado siglos).
Y ahora te pregunto ¿qué es el fascismo? Te diré qué es: es exactamente lo que todos piensan que es. La sabiduría popular está en lo correcto. Los historiadores tienen un entendimiento cabal de lo malévolo que fue, de todo lo malo que el fascismo hizo. Lo que no hacen, de otra parte, es tratar de aplicar esa misma despiadada objetividad a las instituciones democráticas.
Esta gente sabe muy poco de ciencias políticas, por desgracia. Decir que uno no cree en la democracia hoy es como si alguien dijera que no creía en Dios en el siglo XI. Todo lo que no sea democracia para ellos es igual a tiranía, fascismo, dictadura
(Un reaccionario debe usar los términos zurdo, mamerto,chairo
Hablar de Cuba “da dentera”, por eso voy a observar el asunto cubano desde otra perspectiva: ¿Cuál es la formade gobierno que existe en los Estados Unidos? ¿Es realmente una democracia liberal como muchos creen? ¿En qué se parece al régimen cubano?
¿Estás listo?
Tú quizá te muestres escéptico ante mi bizarra comparación. Tú tal vez creas que una comparación entre los Estados Unidos y Cuba resulte absurda. Sí, comparativamente hablando, en Cuba se encarcela y asesina a los herejes que se resisten a adorar al estado, se limita la libertad de la ciudadanía con mano de hierro. Es absolutamente cierto que el castrismo es muchísimo más duro y despiadado que los Estados Unidos, en términos de poder. Es un hecho un controvertible que cualquier persona razonable prefiere vivir en Estados Unidos, jamás en Cuba (al menos a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha). Sin embargo, el que las condiciones de vida en los Estados Unidos sean mejores que las de Cuba es irrelevante cuando examinamos sistemas de control en sí mismos. Y, si por una parte, la gente en los Estados Unidos no es literalmente asesinada por el gobierno —no por crímenes de blasfemia—, por la otra, hay consecuencias extremadamente duras para quienes disienten. Generalmente, en términos financieros y sociales.
En los Estados Unidos, tal como en Cuba, la mayoría de la gente prefiere volar muy por debajo del radar si tiene algún tipo de reserva con respecto al régimen bajo el que viven por miedo a dichas consecuencias. Estas condiciones de vida, en efecto, son bastante similares; los disidentes la tienen más fácil en los Estados Unidos, pero esta no es razón para ser complacientes y no tratar al régimen norteamericano como lo que en realidad es: un perjudicial y perverso sistema de control que busca una mayor dominación de la mente (y el cuerpo humanos).
¿Qué es lo que hay en La Yuma?
El régimen o sistema, como quieras llamarlo, en los Estados Unidos funciona como una oligarquía teocrática donde una élite de sacerdotes progresistas (izquierdistas) acomodada en la burocracia administrativa del estado, en las universidades, medios de comunicación, las instituciones políticas y otras de la sociedad civil, promulgan y ponen en práctica su propia versión de la “realidad”. Es así desde 1933.
He vivido bajo diversos gobiernos democráticos en diferentes países y, créeme, la única elección que aún le importa a la gente es la presidencial. Existe un vínculo emocional con esa elección, pero la realidad es que la elección presidencial es la que menos debería importarnos. Un presidente no es otra cosa que un sonso consumiendo la mayor parte del día liderando ceremonias y posando para la cámara. Al margen de eso, es muy poco lo que hace el señor presidente en una nación democrática: mantiene una actitud deferente ante el régimen de cosas y se atribuye un trabajo que no realiza.
La oligarquía que gobierna los Estados Unidos no es ni liberal ni democrática. Es antiliberal porque usa la fuerza física para defenderse de las ideas que le resultan perturbadoras. Es antidemocrática porque todo su diseño funciona como una muralla que la defiende contra la política populista. En efecto, es inconstitucional, pues, su propósito es pervertir la Constitución, creando un gobierno completamente ajeno al especificado en el papel.
En los U.S. of A de hoy en día no hay división de poderes porque no existe un poder ejecutivo como tal ejecutivo. El poder ejecutivo de la Unión es en todos sus aspectos manejado por el poder legislativo. El personal, proceso, organización y propósito de la Casa Blanca es dirigido por Capitol Hill. Es decir, el presidente es sólo otra celebridad. (En Capitol Hill se encuentra la oligarquía teocrática antes mencionada, que es su cerebro y su voz, pero por encima de ella no hay nada.)
Lo que podrían hacer los gringos
Si me preguntas qué forma política me parece la mejor, tras una torpe reducción de mis principios, tendré que decirte: la monarquía.
Concuerdo con Aristóteles mas no defiendo la monarquía, ni ninguna causa política, como él. No lucho por un mundo mejor. Verás, a diferencia de Yunior, que es un activista (o artivista), yo soy un pasivista. Es decir, no me involucro en ningún tipo de actividad política. No sirvo a ninguna causa. A mí lo que me mueve es decir cosas que son ciertas. No pretendo convencer a nadie de hacer con mis ideas nada bueno ni malo. Las ideas de las que hablo recurrentemente no son armas psicológicas ni herramientas de manipulación. De hecho, Yunior las encontraría bastante repulsivas. Pero bueno, Yunior es un soyboy que colorea de heroísmo una labor política completamente ineficaz. (Perdóname por hablarte de este don nadie, pero toma en cuenta que Cuba está repleta de Yuniors.)
Lo que hago es, simplemente, proponer hipótesis sobre historia, derecho y ciencias políticas. Claro está, mis hipótesis espantarían a cualquier Yunior. Pero ese es el rasgo universal de las hipótesis. Por ejemplo, tengo la idea de que cualquier fuerza política en el poder, con ganas suficientes de reafirmar su soberanía, debe mantener las cosas más o menos como están o eliminar el sistema y reemplazarlo completamente. Creo que el término moderno para esto último es reseteo. (Fíjate que no uso la palabra “cambio”, justamente, por formar parte de la jerga orwelliana que trae el novocastrismo.) Y esto se cumple para muchos países de Occidente, incluidos los Estados Unidos y Cuba, naturalmente.
También pienso que la única manera en que el pueblo estadounidense puede remplazar el régimen existente sería eligiendo un regente o director ejecutivo que desmantele el poder legislativo —enemigo de la constitución— y a la oligarquía teocrática que se esconde detrás de él, substituyendo a ambos con un nuevo poder ejecutivo.
¿Por qué? Porque es obvio, al menos para mí, que el actual presidente estadounidense no tiene poder (esto se cumple igualmente para la mayoría de los mandatarios en Occidente). Por esta razón la única manera de otorgarle verdadero poder al poder ejecutivo es atribuirlo con poder absoluto. Lo paradójico es que mientras FDR se otorgó a sí mismo poderes de emergencia suficientes para establecer su régimen, estos mismos poderes son hoy insuficientes para acabar con el establishment. Se necesita someter a la nación a algo muy similar al proceso de desnazificación de Alemania en 1945. Sólo que a esta limpieza o lustración habría que llamarla desmarxificación. Para ello serán necesarios poderes más amplios que los que se requieren cuando un país está en peligro.
¿Se parece esto a lo que hizo Lenin en Rusia, Hitler en Alemania o Chávez en Venezuela respectivamente? Sí, pero también es exactamente lo que hizo FDR en 1933. Los Estados Unidos, y muchos otros países de Occidente, necesitan elegir un presidente con poder absoluto por mandato popular. Sí, una especie de cesarismo democrático.
Por supuesto, estas ideas tienen su justificación. Lo mismo que en cualquier república bananera de ese lodazal al que la izquierda llama América Latina (incluso, en casi toda Europa, pero esencialmente en España, Alemania, Austria e Inglaterra), el orden constitucional ha sido usurpado. El norteamericano ha sido pervertido por fuerzas que colindan ampliamente con el marxismo. Por lo tanto, no se pueden usar los instrumentos que esas fuerzas han contaminado.
Ahora bien, esta reversión no tiene que ser ilegal, todo lo contrario. Aunque también es necesario comprender que incluso el concepto de ley se ha convertido en una herramienta en manos del actual régimen estadounidense. Tampoco tiene por qué ser violenta. Después de todo, países extremadamente violentos, como Alemania y Japón, fueron reconstruidos sin mucha resistencia tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, fue mucho más difícil para los Castro liquidar la guerrilla en El Escambray que para los aliados lidiar con los Hombres Lobo. Por otro lado, los estadounidenses del siglo XXI no son más difíciles de gobernar y mandar que los japoneses del año 45 o los anticastristas del 60. La cultura popular pinta a los americanos como gente violenta, espontánea. Nada de eso. Se trata de un mito. Son inofensivos, apáticos y están tan atomizados como cualquier otro ciudadano de Occidente. Pueden creer en cualquier cosa. Los americanos reales, los de este siglo, nunca se rebelarían ante un nuevo régimen absolutista; ni siquiera tendrían la capacidad para crear un movimiento clandestino de resistencia como el de Alpha 66.
Hay más paralelismos entre el régimen cubano y el estadounidense de lo que podría pensarse por la sencilla razón de que no hay regímenes parciales. Si los encuentras en el siglo XX es sólo porque se ha camuflado el resto. Pensar que este poder legislativo inconstitucional y absoluto puede ser derrocado por cualquier poder, excepto un nuevo poder ejecutivo con poder absoluto, es mera fantasía. Pensar que esta burocracia es el régimen en sí mismo, no la herramienta de una oligarquía teocrática que, situada fuera de los límites formales del estado, pero que dicta todas sus creencias y, por lo tanto, todas sus acciones, sería una lenidad fatal.
(No existen los cambios de régimen graduales, parciales o incompletos, solamente cambios de régimen frustrados. Un fenómeno común y peligroso.)
Sé que todo esto le parecería una locura a Yunior, pero por poco convincentes que puedan ser mis ideas, son tan convincentes como muchas de las ideas que los intelectuales profesionales cubanos —de ahora— utilizan para justificar sus onanismos.
La historia nos muestra —mas no demuestra— que ningún régimen dura para siempre. Me viene a la mente Dionisio, el tirano de Siracusa, no sé por qué. Lo que sí sé, y lo sé bien, es que mis ideas son prácticas, en cuanto que trazan una ruta hacia el próximo régimen. Mientras Yunior propone cambios relativos en la política de nuestro país, yo me atrevo a sugerir un régimen monárquico para los Estados Unidos de Norteamérica; un régimen con poder absoluto que podría ser y hacercualquier cosa. Quizá porque entiendo que ambos regímenes —antiguos a mi vista— no pueden ser sino lo que son, no pueden ya hacer sino lo que hacen.
Valga mencionarlo, esta ruta, someramente delineada aquí, es una idea compartida por todos los reaccionarios del planeta. No obstante, una vez que ya existe un camino es más fácil para el régimen cambiar. Estas ideas para un próximo régimen son también aplicables al caso cubano. Y el que mis ideas sí puedan convencer al régimen de que, en efecto, existe un mapa, una guía para remover el castrismo (el antiguo régimen) no quiere decir que yo deba involucrarme en su remoción, ni con el personal encargado de llevarla a cabo. De hecho, sería mucho mejor si ningún “intelectual” se involucrase.
Hasta el día de hoy ninguno de los acercamientos a la política pública cubana tuvo un enfoque absolutista. Este es un enfoque, si no nuevo, al menos sí diferente para nosotros. El gobierno de Raúl Castro es de facto monárquico, por eso intento escribir un libro de tácticaspara la nueva monarquía cubana —para ese militar duguinista aspirante a Caudillo— que sea seguro y pulcro. Ojalá y Yunior se anime a contribuir a esta idea, a dotarla de personal. Después de todo, Yunior es más activo que otros activistas (quienes se se presumen “de derechas”).
No, “Cuba no es Tebas”
Parece ser dramaturgo (no me atrevo a confirmarlo) y no parece demasiado mayor para aprender, crecer y cambiar; no tiene por qué no hacer una contribución real a la política cubana. Yunior no tiene por qué agradarnos, pero muchas de estas criaturas se convierten luego en pilares de cualquier transición real (Dios tiene un lugar para todos nosotros, incluso para los alcahuetes del antiguo régimen). Aunque, lo dudo. A juzgar por su declamación pioneril en el programa de Antonio Enrique González-Rodiles, no.
(Por desgracia, el anfitrión, infortunadamente, tampoco hizo ninguna pregunta significativa, ni siquiera cuando Yunior comentó que bajo el castrismo “no todo es malo”.)
Recuerdo haber comentado en Twitter: “llamarse Yunior es ya una derrota ideológica”. Tal vez parezca un afirmación un poco ruda, pero no. El nombre de una persona nos dice mucho. Yunior pertenece a la Generación Y. (No es exactamente un Millennial.) Una generación que ha sido definida por el uso adictivo de la vigesimosexta letra del alfabeto en el praenomen, inexplicable moda de mediados de los 70.
El nombre del hombre no define al hombre, salvo que el hombre aspire al valor o valores que su nombre desea significar (o que el destino intervenga). Sin embargo, podría decirse que Yunior no es un nombre, al menos no tradicional. Ello explica muchas cosas. Como por ejemplo, el estrato social al que pertenecen sus padres. Llevar por nombre Yunior, Yaima, Yurislei
Mi nombre, pongo por caso, carga consigo también una [ye], pero por motivos muy diferentes. Mi madre encontró por casualidad, leyendo Historia de los heterodoxos españoles, que el nombre de Raymundus Lullius (el Doctor iluminado) se tradujo muchas veces como Raymond Llul al inglés y al castellano como Ramón o, simplemente, Ray Llul en su lengua nativa, el catalán. Su propio hermano, y también mi padre, llevan Ramón en el nombre y, como Ramón, Raymundo y Román —por metasis— son el mismo nombre, se le antojó usar sólo la forma más corta. Además, porque a los Raymundo les llaman Ray o Mundo, y ella detesta el segundo. Esta historia es un tanto enrevesada, mas al cabo lo que importa es explicar el origen de mi nombre. Ciertamente, el mío no fue producto ni de la ignorancia ni del mal gusto, sino de la más pura tradición hispánica. Al nombrar Yunior a un hijo, demuestras dos cosa seguras: 1) que no hablas inglés y 2) que no valoras demasiado la tradición. (El castrismo no solamente es materialista y antitradicional, sino exageradamente kitsch.) Quienes crecen en un ambiente familiar así, suelen tener una cultura fofa, como de cartón, por muy “léidos y escrebidos” que estén.
Recién publicó en El Toque (un panfleto online que posa como disidente pero para el que escribe gente de la calaña de Glenda C. Boza), un texto llamado Vindicación de Cuba. Allí narra su experiencia durante las protestas del 11 de julio y todo lo relacionado con la detención de su grupo. Se trata de un bodrio repleto de falsa erudición, pseudocrítica y optimismo donde Yunior —como Wendy Guerra antes— rinde una anacrónica analogía, una relación de semejanza, bastante esnobista, entre la Cuba de ahora y la Grecia mitológica. Un ejercicio de alarde que, como veremos, no nada más es absurdo, sino típico de esta nueva camada de “intelectuales y artistas” cubanos.
El testimonio de Yunior gira entorno a los conceptos de hamartia (“error trágico”) e hibris (“pecado de arrogancia”). Conceptos por lo demás, muy mal definidos allí, pues, la hibris se desencadena a consecuencia de sucesos monstruosos, antinaturales, en familias ilustres, nobles, en dinastías —palabra importante—; la hibris es un problema cósmico, una transgresión que altera el ritmo del universo. Ni el concepto de hamartia (accidente o error trágico y casual), ni el de hibris implican un juicio sobre el carácter de un único individuo, sino de una casta entera; o hasta de toda la ciudad. Claro está, el objeto de la tragedia es mostrar este gigantesco abismo de contradicciones que es el hombre. Pero en una sociedad tradicional, como cuando sucedía una tragedia entre la casta reinante, el desequilibrio (la hibris) se desencadenaba sobre toda la población, que muchas veces era azotada por plagas y monstruos.
Yunior afirma que “Días Canel es el responsable de todo lo ocurrido en las últimas jornadas”, refiriéndose a la masacre del 11 de julio. Lo que sucedió ese día, sí tiene carácter trágico, pero no es una tragedia. La tragedia tiene un fin catártico. Lo que sucede en Cuba no tiene ni siquiera sentido. Tampoco se puede calificar el comportamiento de Díaz Canel de “error trágico”, pues, estaba plenamente consciente de lo que hacía.
“Yo viví las protestas no me hagan cuentos de camino”, dice Yunior, quien compara a Díaz Canel con Edipo y Hitler. Francamente, ambos tienen algo en común. Edipo era el tirano de Tebas y Hitler de Alemania (y gran parte de Europa). Claro que la palabra griega tiranos no significaba lo que hoy, sino simplemente “el que gobierna”. Con todo, ambos eran amados de su pueblo. El Caesar y Edipo ejercían el poder absoluto, Díaz Canel en cambio, es nomás un títere. Comparar a Díaz Canel con Hitler, y el trato que dio a los judíos, es una exageración.
Compararlo, de otra parte, con el mítico rey de Cadmo, es de una ignorancia supina. Yunior acusa a Canel de ilegítimo, de no electo —inconsulto—, insinuando que el rey mítico, por el sólo hecho de ser un monarca, también lo era. El poder, en la Tebas de Esquilo, reside en Edipo. En cuanto a Canel, él es sólo un títere del verdadero tirano. Edipo logra descifrar el enigma de la esfinge, lo que indica que era extremadamente inteligente, sapientísimo. Canel, con embargo, es un asno.
Luego espeta: “Cuba no es Tebas”. ¡Por supuesto que no! Son sociedades verticales, sí; no obstante, la tebana era guerrera y la nuestra una sociedad afeminada. Algo que Yunior no parece entender es que en las sociedades de carácter aristocrático, las castas superiores tienen la manía de las genealogías. Canel, por otro lado, carece de antepasados ilustres.
Edipo desciende de Cadmo (el oriental), inventor mitológico de la escritura, quien llegó a Beocia proveniente de Fenicia, actual Líbano. Edipo tiene un origen preclaro. Su progenie tiene un punto de partida divino, pues, es descendiente de Zeus y es nieto de Cadmo, hijo de Agenor y Telefasa, quien por órdenes de Atenea siembra los dientes de un dragón y cosecha unos hombres llamados spartoi. Pero eso no es todo, también desciende de Harmonía, hija de Hares y Afrodita. Edipo tiene herencia heroica, o sea a un cuerpo de antepasados en donde destacan hombres y dioses casi por igual. Edipo fue criado por un pastor, es verdad, pero pasado el tiempo tuvo ganas de fama, de tener trascendencia. La sangre llama, dicen. Los grandes pensadores de la Antigüedad clásica respetaban estas genealogías porque creían en la tradición. Para nosotros quizá tengan carácter puramente legendario, no así el mundo de la tradición.
Yunior asevera, además, que Canel “no es un héroe trágico. Hasta ahora sólo ha sido un funcionario sin suerte, sin amor de pueblo ni liderazgo auténtico”. Concuerdo. Edipo era, por otra parte, iracundo pero sumamente inteligente. Fue capaz de hacer desaparecer la plaga que desolaba a Tebas. Y lo hizo dos veces. Edipo fue un soberano capaz de sacrificarse (al saber por boca de Tiresias, que el propio rey era el causante de todos los males de la ciudad por haber sido asesino incestuoso). Cualquiera que conozca este mito no podría jamás culparlo por el mal que causó. Se saca los ojos con la fíbula que su esposa traía en el cabello. Yocasta no sólo es su madre, es la reina, que al enterarse, se suicida. ¿Qué sacrificios ha hecho la “primera dama”, Cuesta? ¿Sería capaz? Lo dudo.
Recordemos que Edipo mata a Layo —su padre— en una nocturna encrucijada (de ahí su nombre) y se acuesta con su madre sin saberlo. Este es un crimen atroz, pero era de sangre noble y fue su sangre la que lo llamó, la que lo reclamó a salir en busca de ese destino. (Días-Canel es un plebeyo, un prole o proletario hijo de proletario y nieto de proletario.) Ese crimen, ignorado hasta el propio momento que llaman anagnórisis, desencadena sobre los agonistas las fuerzas imponderables e incognoscibles del destino. De la Moira.
Canel, dice Yunior, “es como un Edipo que ya estaba ciego, pero antes de sacarse los ojos”. Esto es inaudito. Sin embargo, vale la pena hacer el ejercicio y compararlos. No sin aclarar antes, que el mundo moderno no deriva de la Antigüedad como comúnmente se piensa. Los griegos del 1200 antes de Cristo eran un antropos producto del mundo de la tradición. Eran esencialmente diferentes al hombre moderno, cuya existencia se ve a menudo acuciada por el materialismo nihilista y la falta de trascendencia característica de nuestra época. Los ciudadanos de Cadmo creían en la metempsicosis, nosotros, a lo más, somos deistas. Este es el primer error. Aquellos hombres nacían con una suerte de cuota asignada para vivir; si infringían las leyes de la ciudad, del matrimonio o de la familia entonces aparecía la hibris.
El elocuente nombre de Edipo, por ejemplo, está muy relacionado con su destino. El nombre de Edipo quiere decir “el de el pie hendido”, mas esto sólo se comprende si se conoce cabalmente el mito, no la tragedia de Eurípides. (El lenguaje mitológico nunca nos habla de frente.)
Miguel, por otro lado, está hoy vacío de significado para la mayoría de la gente. (Mario, como sabemos, es masculino de María.) Los griegos del 400 antes de Cristo, que asistieron a las fiestas dionisiacas para ver las desgarradoras representaciones, digamos, del triunfador Esquilo, sabían perfectamente por qué el lapdácida se llamaba así. Estaban totalmente familiarizados con las historias del ciclo tebano.
Los siete contra Tebas, una de las 7 tragedias que se conservan de Esquilo, quien se piensa escribió cerca de 80, es la continuación del mito de Edipo. Muchos conocen la obra, pero saben poco de ese mundo, sin Cristo. Un mundo de muchos dioses. Allí se ve quizás el primer tratamiento de la codicia política en Occidente. En tebas se desarrolla la desgarradora historia de Edipo y los Edípidas, incluida la tierna Antígona.
Cuando Yunior nos dice que “Cuba no es Tebas”, infiere, más bien, pretende comparar la lucha por el poder entre hermanos —un mito típico en occidente—, símbolo de las pasiones humanas, la guerra fratricida entre Eteocles y Polinices, fue un evento similar a lo que ocurrió el 11 de julio en nuestra isla. Nada más lejos de la realidad cubana. Días-Canel dijo: “la orden de combate está dada”, cometió, es cierto, un crimen abominable. Fue un momento particularmente agudo, violento, incluso, trágico.
Es necesario recordar que Edipo se arranca los ojos y se destierra a sí mismo de Tebas para purgar la hybrisdejando a cargo de la ciudad a sus dos hijos varones, quienes debían gobernarla por el lapso de un año alternando el trono. Eteocles ya no quiere cederle el turno a Polinice y éste decide, ayudado por otros siete campeones, sitiar la ciudad. Quienes combaten, desde afuera, y quienes defienden, desde dentro, las siete puertas de la ciudad son auténticos guerreros pertenecientes una casta de piratas á la Might is Right.
Demás está decir que ambos hermanos terminan dándose muerte uno a otro. Termina así la estirpe masculina de los Edípidas ¡esa es la tragedia! Para el mundo de la tradición el fin de una dinastía representaba el fin del mundo, por lo menos de ese mundo. Y esto poco o nada tiene que ver con lo que sucede en Cuba. La nuestra no es una guerra de cubano contra cubano, entre hermanos, sino la de un pueblo contra toda una casta —o, por qué no, contra una dinastía— por la que siente un odio enconado. (Bueno, al menos yo lo siento.)
Estos y otros disparates adornan un testimonio que, aunque real y tal vez hasta sincero, no deja de ser contradictorio. Hay un momento donde Yunior clama que Cuba “no se merece una plaga tan larga de calamidades para expiar los pecados de una cúpula”; pero lo cierto es que sí la merece. La prueba es que esa “cúpula” supo aplacar el levantamiento sin mucha fuerza ni esfuerzo.
Yunior sueña con una Cuba sin “burócratas retardatarios y conservadores, sin oportunistas acomodados sobre el sacrificio de otros. Una cuba sin dictadores”, esto último resulta muy interesante, inclusive, gracioso. Según esto, hay más de un dictador en Cuba. El uso en plural de esta palabra denota un desconocimiento escalofriante de las estructuras de poder en Cuba. Me pregunto quiénes son esos “señores conservadores que me leen” de los que habla. No creo que se refiera a los comunistas ¿o sí?
En cuanto al futuro de Cuba, Yunior proyecta una república de un modo alegórico —tan anacrónico como la comparatio entre Canel y Edipo—. En su celda habían uno o dos artistas (uno de ellos es homosexual), un negro, un católico, un animalista/ambientalista, un adolescente callejero y un buen samaritano. “Éramos tan diversos como en una república“, comenta al respecto. Luego añade: “Lo que sí recuerdo es el respeto y la armonía en aquella celda tan diversa como una república”. No voy a salpimentar con demasiados comentarios esto último, porque es obvio que lo que Yunior describe es una república bastante woke. Baste decir que, república es un término anacrónico, producto de las complejidades inherentes a la traducción de un texto tan antiguo. Tebas era una ciudad-estado, no una república.
Nota: He querido impetrar, con un texto más extenso (intenso), al destino —de Cuba—, pero “da dentera”, como dice Zoé Valdés. (Cuba, quiero decir. Bueno, tal vez mi texto también)
Este ¿ensayo? está dedicado a todos , ab-so-lu-ta-men-te TODOS, los que han hecho posible el Zoepost.
Esteré entregando piezas de este tipo en lo adelante. Ya estoy trabajando en un ensayo sobre el racismo (te advierto que no te va a gustar) y otro sobre las constituciones.
Ray Luna es bloguero reaccionario.
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Grandioso y exquisito texto…
Magnífico texto.
Excelente, simplemente excelente!
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