EDITO, Política

‘A mí no me gusta la polémica pero, yo le gusto a ella, compañero…’

Fotomontaje Ray Luna

Por Ray Luna.

La escritura no se inventó con algún propósito comunicativo urgente, más bien postrero. Pienso por escrito y, para hacerlo más o menos bien, nunca me doy prisa. (Nunca es nunca.) Tampoco doy paso sin huarache. Cada experiencia de mi vida, cada libro, cada conversación, cada absurdo suceso, cada momento de alegría pasa por la criba de mi entendimiento. Lo que sucedió en Cambio de bola, no será la excepción. Con todo, no soy un polemista que va saltando de show en show sin tomar en cuenta qué pasará mañana, el día del juicio final. Es poco aristocrático.

(Le ruego no de hospedaje, caro lector, a falsas expectativas. “Las palabras se toman de quien vienen”, dice el refrán. Aunque ahora tengo una opinión personal muy diferente de Claudio, Antonio y Gorki; aunque sé que critican y muestran al público un problema real para el que no son capaces de ofrecer una solución real; también entiendo que Sats no es el enemigo. Sea pues este texto una lección en provecho de mi decoro y señal de su desdoro. Sorry, not sorry!)

Hay ocasiones, como dice Cicerón en De officiis, en que las armas se rinden a la toga. No será el caso. Todo cubano que apueste por hallar una voz —y un voto— es, o un necio, o rematadamente imbécil. Por eso fui tan mordaz en “Yunior y yo”, no tengo el estilo pasivo agresivo de los académicos/intelectuales. Tampoco me las doy de dramaturgo pero sé, por ejemplo, que el epitafio en la tumba de Esquilo decía que había peleado en Maratón, no que había escrito tragedias. El escritor de La Numancia quedó tullido en una batalla de civilizaciones y el de Abdala (Deus minor) terminó acribillado en una zanja. ¡Ahí namá!

(Sí, hubo un tiempo en que se manejó tan bien la espada como la pluma. Un tiempo en que el conflicto entre las armas y las letras no pasaba de ser mero ejercicio retórico. Ejemplos sobran.)

Los únicos cubanos libres “que en el mundo han sido”, guerrearon. Solo los hombres de guerra son realmente hombres. Sus vidas y sus hazañas deben servirnos de inspiración. Tengo gran entusiasmo y anticipo que ese tipo de cubanos volverá. Me temo que, a fin de cuentas, el ejemplo de aquellos cubanos de puños cerrados, cubanos poderosos, será desalentador para ti, lector, porque no puedes replicar sus logros y su poder en estos tiempos; y también, porque tú eres un marica comparado con cualquiera de ellos. Pero creo que es bueno que todos recordemos que, en comparación con ellos, somos quinceañeras en tanga. Además, mientras no seamos capaces de emularlos en todos los sentidos, pues la época en que vivimos es de una represión sin límite, aún podemos inspirarnos en ellos. Tratemos de vivir, dentro de lo que cabe, a su manera. Tratemos de tener la mentalidad del dominicano Eutimio Mambí.

(Para instaurar un nuevo régimen habría que ser tan sanguinario y criminal como Máximo Gómez o tan bravo y peleonero como Antonio Maceo. ¡Ojo! No me malinterpretes, esto no es un manual de autoayuda. No puedo ayudarte. Nadie puede. Escribo porque me preocupa la sujeción y la asfixia a la que estamos sometidos aquí, allá y acullá.)

Ni de broma me compararía con Garcilaso, quien murió combatiendo en Le Muy, porque no puedo ni siquiera rimar un pareado; pero he admirado siempre a los poetas-soldado del XVI. Mucho menos con el supersoldado Cortés, cuyas Cartas de relación adoré; no solamente por su contenido, sino por su prosa ágil y concreta; es prosa de un caballero que se resiste a aprender el plebeyo arte de escrebir. No obstante, por el momento peleo con letras. Mi enemigo pelea con letras, armas y dinero. No tengo más que letras: con ellas voy a destazarlo. Quizás, cuando gane, mis manos no estén limpias. Lo que sea necesario.

No soy un intelectual, eso es cosa de izquierdistas. A lo más, un homme d’esprit. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, a diferencia de gente como Yunior García, Wendy Guerra o Carlos Manuel Álvarez, no ando “poráhi” haciendo alardes de erudición —falsa erudición—. A los intelectuales como ellos les fascina hacer analogías (totalmente absurdas y anacrónicas) entre la Antigüedad Clásica y la democracia moderna.

Ahora que Yunior ha narrado su “Odisea”, uno de mis autores reaccionarios favoritos nos viene como anillo al dedo:

Ellos creen, en este tiempo, como muchísimos otros intelectuales? que en aquel tiempo el individuo quedaba sumido, integrado en la Ciudad y sus leyes; a la disciplina de los rangos. Y conectan este aparente igualitarismo de la disciplina con la democracia moderna. En este sentido quieren halagarse a sí mismos. Entonces el hombre moderno es llamado a hacer un “sacrificio” similar y, además, culpado por su egoísmo. Esto es una gran confusión. Para empezar, el hoplita, el hombre que peleaba con un escudo redondo y pesado, una larga lanza y una fatigosa armadura, nunca llegó a ser una herramienta de la República o la democracia. No en el sentido en que los soldados modernos son herramientas de un estado esclavista. Déjame mostrarte qué cosa era el espíritu de la Era de Bronce: esta es una canción de borrachos de los salones de relajo de Creta y Esparta: “Esta es mi riqueza: mi lanza y mi escudo. Con ellos pisoteo el vino suave de la vid. Con esto me llaman amo de los esclavos de sirvientes. De esos que no se atreven a blandir una lanza y un escudo de piel fina para proteger el pellejo. Todos arrodíllense y ríndanse ante mí, llámame amo y gran rey”. Esta era una canción real: la canción popular entre aquellos que gobernaban, quienes formaban pequeñas compañías de aventureros que, más temprano que tarde, se adueñaron del Estado sobre el que estaba montada la aristocracia —porque ellos se consideraban igualmente predadores—. Algún tiempo después de que tomaron el poder del Estado y se establecieron como gobernantes, entonces se sometieron a sí mismos al rigor y a la disciplina de un entrenamiento estricto. Pero sólo en el sentido en que un atleta entrena para jugar con su equipo, específicamente para hacerse a sí mismo más fuerte y estar listo para una tarea. Cuando vemos las ciudades griegas en su apogeo en la Era Clásica, gracias a las cuales conocemos esta cultura, gobernadas en algunos casos por una aristocracia y en otros, por democracias, lo que vemos son hombres que han conquistado el poder del estado para sí mismos, y con el propósito de entrenar para la guerra y establecer su supremacía. Pero la soberbia y la lujuria por el poder físico que se ve en la canción, eso nunca los abandonó. En el caso de la democracia, la única diferencia es que los marineros fueron añadidos también a la asamblea de hombres armados que gobernaba la ciudad. Y entonces es que puedes entender el significado del sentido cívico antiguo que no es para nada ese, sino el de hombres libres aceptando los rigores de entrenar para que así pudieran preservar su libertad, por la fuerza, contra hombres igualmente altivos y hostiles que venían desde afuera y contra sus subordinados raciales en casa. Cualquier unidad racial de los griegos es por lo tanto la unidad orgánica de la lengua y la cultura, pero nunca esta unidad se volvió política: tales gentes nunca tolerarían perder la soberanía en los estados que ellos y sus ancestros más recientes habían establecido para proteger esa libertad y espacio para moverse. Pero intentar establecer un paralelo con nuestro tiempo es absurdo: estos hombres nunca se hubieran sometido a abstracciones tales como “igualdad” o “derechos humanos”, o “el pueblo”, como una especie de entidad amorfa que abarcase a todos los habitantes de un territorio o de una ciudad. Ellos hubieran visto esto perfectamente como mera esclavitud, que es nuestra condición actual: ningún hombre de verdad aceptaría nunca la legitimidad de tal entidad, que para cualquier propósito práctico significa que uno debe, por razones completamente imaginarias, hacer deferencia ante las opiniones de esclavos, extranjeros, mujeres gordas sin hijos y otros que no tienen participación en el poder físico real. Cómo es posible que todos tengamos una participación igual en el gobierno del estado y derecho a demandar sus recursos cuando ellos, de hecho, no poseen una fuerza física real: y si nos ponemos a pensarlo bien, entenderíamos mejor la naturaleza de la sumisión a la que estamos sujetos en este momento. Porque no son estas gentes las culpables, sino el poder escondido que los usa a ellos como pretexto. La democracia moderna es totalitaria y depravada y trata de someter a los mejores al gobierno de un montón de basura biológica, pero más específicamente al dominio de aquellos quienes pueden manejarlos. Los militares que constituyen su defensa externa e interna no deberían, en principio, aceptar esta condición actual. El que lo acepten es la gran pregunta que me hago. ¿Con qué fin lo hacen y por que consienten en esto? ¿Qué ganan con ello? La vida antigua que describo aquí la vida de la Era de Bronce, era una vida de completo poder y libertad.

(Es verdad que hay un poco de darwinismo social en la cita de arriba, aunque si lo piensas bien, los hombres que gobernaron la isla durante la llamada república mambisa actuaban así. )

Soy, además, el nieto de dos abuelos fieles a Fidel, valga la redundancia, miembros del Partido; y otros dos completamente desafectos a Él. Todo normal. Por eso, creo, uno de mis intereses consiste en matar —aunque haya que matar a alguien— esa antigua bestia, a esa secta que es el izquierdismo, que cubre con su sombra oscura el mundo todo.

No es que me sienta atraído por la espada y la sangre —victoriosa la una, vengativa la otra—. Aunque no soy alérgico a la cosa. La Historia es violenta.

Quienes hoy, en Cuba, se asumen en la derecha, persiguen, a decir verdad, una revolución en sentido opuesto. A diferencia de ellos, soy un contrarrevolucionario nato; esto es, persigo siempre lo opuesto a la revolución. La Revolución cubana ha sido, en efecto, una carnicería. La contrarrevolución ha de ser una cirugía. Hemos de extirpar los tumores e, incluso, eliminar todo rasgo de fealdad (de Ché-aldad).

Llevaremos a cabo, si fuere necesario, subsiguientes cirugías correctivas con tal de componer a este Frankenstein caribeño, pues los tumores y las protuberancias anómalas pueden volver a crecer. Trataremos de salvar el cuerpo al transplantar el cerebro.

Esta secta, el culto de nuestros abuelos, debe ser eliminada. Su destino y el mío están sellados.

¿Por qué hay que hacerlo? ¿Por qué es necesaria una resección? Bueno, hay mucho “intelectual” por ahí llenándose la boca con que el “castrismo es un cadáver”, incluso , una popular canción reza “la dictadura está muerta/su tiempo se terminó”. No estoy tan seguro. Lo que está en fase terminal es el castrismo tal y como lo conocimos. Su organismo degeneró. El novocastrismo, en cambio, es un cyborg. Es un ente biomecatrónico. O sea, a aquel viejo organismo se le restauraron algunas funciones y se le mejoraron algunas habilidades mediante la integración de componentes artificiales (elementos ideológicos proveídos por la Nueva Izquierda mundial y Davos). Transplantar el cerebro marxista de este gigantesco monstruo es lo que en adelante llamaré reseteo reinicio.

Lo más probable es que tengamos que mancharnos las manos para llevar a cabo una cirugía exitosa. Sí, justo como están ensangrentadas las manos de nuestro enemigo, pero que él ve limpias (las limpió con palabras).

Ray Luna es bloguero reaccionario.

8 Comments

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  2. Alejandro González Acosta

    Texto inquietantemente certero y provocativo, que se atreve a exponer cosas que muchos pensamos y pocos decimos. Celebro la valentía del autor y su audacia expositiva. Todo parto histórico es doloroso y la sangre es inevitable, si es verdadero. Somos hoy demasiado hedonistas y relativistas para aceptar la crueldad de la realidad. Y no puedo menos que sonreír cuando oigo hablar de “Odisea” lo que sólo ha sido, si acaso, una precipitada y nebulosa “Anábasis”…

    • Raul Dopico

      Mi querido Alejandro, fuiste generoso, ése no llega ni a Jenofonte, a ése Esparta no le dará ni tierra ni propiedades, tampoco presupuesto para llevar a escena su marcha-huida.

  3. ray luna

    Mi querido Alejandro, no me sorprende que hayas entendido al pie de la letra este texto. Tú sí que eres un hombre de gran cultura, yo soy un peste a patas. Gracias por tu comentario. Soy fan de Xenofonte (la Ciropedia es magnífica también) y de Tucidides. Un tiempo en que los hombres se subían a un barco y conquistaban una ciudad para sí mismos, para ser libres de verdad. Como lo hizo Martí, quizá imitando a tantos otros piratas y mercenarios de Era Clásica que sentaron el precedente para todos los demás: Bolívar, Garibaldi, Castro (por desgracia) etc.
    Necesitamos mercenarios con güevos, “gentes de guerra” que no confunda la esclavitud moderna (o democracia) con la democracia de la Antigüedad o la República aristocrática que fundaron los mambises.
    Ya quisiera ver a Maceo dejarse gobernar y mandar por esta bola de maricas 😂😂😂😂😎🔥
    Un saludo y, porfa 🙏, compártelo

    Ray Luna

  4. Wilfredo Ramos

    Texto excelente, directo, provocador, sin adornos ni artilugios. Un artículo que dice en palabras de otros las que siempre han salido de mi boca. Si queremos libertad tenemos que mancharnos las manos de sangre, la demagogia intelectualoide no va a resolver nada, solo crear falsos profetas megalómanos.

  5. Y esto fue directo al pulmon basta ya de blandenguerias, palabritas, ninguno quiere poner el muerto y todos aspiran a un sillon en el parlamento hablando de un gandhismo caribeño que no camina ni en el cielo ni en la tierra sobretodo cuando se ponen rosarios para ser identificados como los buenos, se declaran de derechas para seguir engañando y para aparentar que estan en lo justo, y aqui lo justo es que han pasado 63 años y todos han cogido billete y no han puesto el muerto Bravo Ray Luna quien quizo entender , entendio y el que no chirrin chirran clarito y sin miedo

  6. Pablo Pascual Méndez Piña

    Lo aprendido: “Voy a protestar pacíficamente, pero al que me toque, lo mato como un perro”

  7. Raul Dopico

    El análisis del autor es de absoluta certeza. Algo que llevo diciendo hace 30 años. La única manera de acabar con el derramador de sangre es estar dispuesto no solo a derramar sangre, sino a derramar más sangre. Y en eso, los cubanos mantenemos una constante: nunca llegamos. La violencia, cuando se convierte en algo orgánico, natural, no terminará más que con la dosis de violencia capaz de extirparla. Un organismo que nació, creció, enraizó e hizo metástasis alimentándose de sangre, sólo puede liquidarse derramando mucha sangre, o al menos la sangre necesaria, la eficiente. Pero vale la pena apuntar, que ni el sanguinario Gómez ni el temerario Maceo hubieran podido acabar con el dominio español, porque eran pocos los cubanos de entonces dispuestos a derramar más sangre de la que estaban dispuestos a derramar los españoles y los cubanos que peleaban a su lado, como aquella guardia pretoriana negra de Valeriano Weyler, quien, al final, fue el militar más exitoso de semejante campaña. Terminó liquidando a Maceo y arrinconando a Gómez. La falta de agallas, más allá del carácter delincuencial de ciertos sectores de la población, es parte del ajiaco cubano que hace mucho dejó de cocerse, que se enfrió, para convertirse en una pasta amorfa e insípida. Esto fue publicado hace casi 6 años: https://baracuteycubano.blogspot.com/2016/03/raul-dopico-el-pobre-pueblo-cubano.html

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