Relato Político

TO. 2025: el año de Franco «El objeto de la conmemoración no es recordar a los españoles el valor de la Transición, sino cantar las excelencias de la España de Pedro Sánchez»

Por Antonio Elorza/The Objective.

Entregado Pedro Sánchez a la constante exaltación de sí mismo, cabía esperar una ceremonia que diera fe de su endiosamiento. En una palabra, que nuestro presidente organizase su propia apoteosis, la cual, de acuerdo con el dualismo propio de la concepción cristiana, suponía asentar su ascenso a los cielos sobre la construcción de un paraíso. Y claro, a efectos de que el dios y su paraíso fueran creíbles hacían falta también un diablo y un infierno. La ventaja es que gracias a la «memoria democrática» los tiene ya bien identificados: el franquismo y sus herederos, es decir, todos aquellos que no comulgan con el progresismo, encarnado en Él.

Una vez reunidos los componentes de la apoteosis de Pedro Sánchez, va implícita su finalidad, bien utilitaria: fundamentar su papel de creador y guardián de un paraíso sobre la satanización de sus oponentes y «enemigos», siempre al acecho para montar un infierno neofranquista en España. Solo Él puede impedirlo. Llegados aquí, únicamente se requiere el detonante para activar ese montaje explosivo, y ninguno mejor que la efeméride de los 50 años de la muerte del Diablo Fundador. Es así como el 10 de diciembre, Pedro Sánchez anunció a los españoles que, en nombre de la Libertad, iba a proceder a lo largo de todo el siguiente año a la exhumación del cadáver político de Francisco Franco.

La exhumación de cadáveres de gobernantes no es algo habitual. Solo por una motivación de gran importancia llega a ser decidido, y sin duda Pedro Sánchez juzgó hace cinco años que la misma existía para trasladar el de Francisco Franco, del Valle de los Caídos al sepulcro familiar. La exhumación para el propósito de reposición de un jefe de Estado resulta todavía más infrecuente, y de modo involuntario la de Franco puede acabar siéndolo. El único precedente en mi memoria es el desenterramiento en 1796 del zar Pedro III por el zar Pablo, sucesor de Catalina la Grande, con el fin de que le fueran rendidos honores al cadáver. Intentaba contrarrestar el extendido rumor de que Pedro III no era su padre. Así que Pablo ordenó el macabro homenaje a su antecesor, no para honrarle, sino para apuntalar una imagen pública deteriorada. El paseo por Castilla del féretro de Felipe el Hermoso, acompañado por su esposa Juana, sería nuestro único antecedente, si bien guiado por el amor y no por un interés oportunista, como fue el caso del zar ruso…

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