Por Luis Enrique Valdés Duarte.
Al árbol alto reciamente juntos,
Los blandos hilos en las ondas flotan.
José Martí
Ahora que el pueblo de Cuba ha salido a la calle con una demanda clarísima: ¡libertad! y que ha sido por ello represaliado, golpeado, encarcelado y juzgado sin abogados en juicios sumarios, es más necesario que nunca que desde todos los rincones del mundo, los seres humanos honestos y de buena voluntad, alcen su voz o tengan algún acto de ternura que sea bálsamo en medio de tanto atropello y tanta arbitrariedad. Han sido muchos hasta ahora, aunque no suficientes. Entre todos ellos, dudo que alguno sea tan peculiar, a la vez que delicado, que el gesto de Petra Zern. Ella está, con los mismos hilos, al árbol alto reciamente juntos, tejiendo la libertad. Como quien juega a ser niña otra vez, dispone los hilos de algodón o de lana y las agujas. Su abuela le enseñó, cuando tenía como cinco años, el punto de ganchillo y no lo olvidó. Luego su madre, costurera diligente, dejó por casa unas hebras que no iba a usar y con ellas, dictado sabe Dios por qué voluntad de los sentires, tejió una muñeca.
Pasaron diez años sin más urdimbres, pero cierto concurso del colegio la empujó a hacer un vestidito que, tras tres décadas, ha sido expuesto allí en una vidriera ¡y ya! Bueno, también algún abrigo para una de sus hijas cuando era pequeña. El arte siempre late en los adentros y ha querido salir ahora que las restricciones sanitarias van y vienen y nos tienen en casa tanto tiempo. Así que la vocación dormida de Petra abrió los ojos a una inspiración urgente: su amor a Cuba. ¿Qué se espera que sea el numen de una muchacha nacida en Flensburg? Si vienes al mundo tan al norte de Alemania, se supone que tengas innumerables motivos, muchísimos, pero en ningún caso te pones a tejer unos preciosos muñecos que representan a próceres de la Independencia de Cuba. ¡Pero eso es lo que ha hecho! Primero fue José Martí, Pepe, con tanto detalle y mimo que el ribete gris de la chaqueta que tanto usó en los años duros de la preparación de la guerra está en este Pepe de algodón y también la leontina que le regalaron sus alumnos guatemaltecos y qué pasó a su hijo tras su caída en Dos Ríos en este sentido testamento: “Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo.” Este Pepe nos mira con unos ojillos de criatura tropical y eterna, tan hermosos y hondos, que nos parece más Pepe que el mismo Pepe.
A él le siguió el Titán de Bronce, Antonio Maceo. Fue un hombre siempre apuesto, siempre fuerte, pero cuya apariencia varió mucho en sus 51 años de vida. No obstante, hay ciertas fotos que han definido en nosotros una imagen exacta de él: con su uniforme militar, su gran machete y su mirada seria. A tener un Maceo en su vida, probablemente descendiente del prócer, Petra sumó la emoción de leer un cuento de Zoé Valdés, uno de los textos más extraordinarios que se han escrito sobre el Titán. Allí él es así: “Mulato, cabeza redonda de héroe, ojos etruscos y expresivos debajo de unas cejas pobladas, nariz pequeña y perfecta, boca pulposa, mentón firme. El torso corpulento, la cintura estrecha y las nalgas duras y apretadas, muslos musculosos, piernas rectas; todo un macho, espécimen varonil hasta los tuétanos.” ¡Y en el de Petra también!
Si hay un héroe del que tenemos una imagen muy clara es el Generalísimo Máximo Gómez a la altura de la Guerra del 95: la de un profeta adusto y firme, a pesar de sus muchos años. Con él se cierra la tríada de líderes de la Guerra Necesaria. Pero, no estando conforme aún, reproduce también al Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, fundador de nuestra rebeldía. Y lo hace acompañándolo de su bandera, la de La Demajagua.
No bastan todos estos nexos. Hay todavía uno muy profundo: cuando la noche del 11 de abril de 1895, Martí y Gómez desembarcaron por Playitas de Cajobabo, acababan de abandonar el carguero de flete Nordstrand qué cubría entonces la travesía de Cayo Hueso-Inagua-Cabo Haitiano-Kingston, transportando madera y carga general. Este barco fue construido en los astilleros de Neptum de Rostock, con el número de construcción 139, para los armadores Langel-Kiel y botado al agua en 1893. El capitán de aquella noche, cómplice de nuestra causa, era Heinrich Julius Theodor Lowe, nacido el 9 de febrero de 1859, en Arnis, Silecia, Alemania. Y aquí se empiezan a entretejer esos otros hilos que se enmadejan como las raíces de nuestra sangre. Petra nació junto a Arnis, es coterránea de Lowe. Aquella noche, cuando Martí y Gómez iban al encuentro necesario de Maceo, Pepe ya llevaba en su solapa la escarapela de Céspedes. No nos es ajeno ni extraño que la libertad de Cuba tengo un gesto desde el norte germano: Petra Zern ha conseguido que aquellos hilos floten hoy en el aire de un suspiro nuestro.
Luis Enrique Valdés Duarte es escritor, editor, y activista cultural. Director de la Villa del Libro de Urueña. Fotos Alberto Maceo.
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