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Réquiem con navaja de resorte por Ángel Cuadra

Ángel Cuadra y Armando de Armas

Por Armando de Armas.

Acaba de morir en Miami el poeta, patriota y prisionero político por 15 años, Ángel Cuadra.

No voy a contar acá su biografía, que muchos conocen o pueden conocer con una simple búsqueda en Google, me limitaré a apuntar que como poeta pudiera calificarse entre los mejores cultivadores del soneto en Iberoamérica, al menos durante el siglo XX, y que fue acreedor de varios galardones internacionales, entre ellos dos veces el Premio Amantes de Teruel.

Luego así me limitaré a contar acerca del ámbito de nuestra amistad que, como toda amistad real, no estuvo exenta de diferencias y dificultades.

Le conocí, conocí su voz grave, por las ondas de Radio y Televisión Martí recitando su poema Réquiem violento por Juan Palach. Confieso que me emocionó mucho oírlo sin poder siquiera imaginar (él era ya un escritor y una personalidad de merecida fama en el exilio y yo era sólo un escritor inédito de inmerecida mala fama en los abundantes sitios de la buena muerte en aquella isla del infierno) que un día no lejano nos conoceríamos y que, misterios de este mundo, estaríamos envueltos mano a mano en importantes proyectos políticos y culturales relacionados con la patria de la que él había tenido que escapar y de la que pronto yo mismo tendría que escapar.

Estando en la isla empecé a trabajar para el Ex-Club, Organización de Ex prisioneros y Combatientes Políticos Cubanos (aclaremos -porque hemos llegado a un punto que todo hay que aclararlo porque todo está tan oscuro- que cuando aquello no se recibían grants por ser un resistente y que, la verdad, nunca ha habido ni habrán grants para el tipo de trabajo que hacíamos), organización de la que Cuadra formaba prominente parte. El Ex-Club me reclutó por vía de mi amigo y maestro en la lucha, ex galán de la televisión anterior al castrismo y prisionero político por 18 años, Justo Quintana, alias Justo Juez; padrastro por demás del poeta Denis Fortún quien me lo presentó una tarde de insoportable canícula en la ciudad de Cienfuegos.

De suerte que al arribar al exilio formé parte oficial del Ex-Club, cuyo presidente era Rolando Borges. Rolando no era actor ni poeta sino dueño de un bar en La Habana luminosa de los cincuenta, conspirador consuetudinario y uno de los hombres más obcecados que yo haya conocido -y he conocido varios- en darle pasaporte para el otro barrio a la maraca antillana Fidel Castro. Allí en la sede del Ex-Club (ubicada en un moll de la calle ocho y la 82 avenida del suroeste de Miami, al lado del restaurant la Zaragozana) me presentaron al Poeta, como le decían con orgullo los militantes del grupo. Me sentí realmente honrado de estrechar la mano de aquel hombre pequeño de cuerpo, pulcro, vestido con elegancia, cuya vida y obra había admirado en la lejanía y que ahora tenía ante mí en ademanes suaves y sonrojándose de modestia al hacerle saber que muchos integrantes de la nueva generación en la isla lo considerábamos a él y no al genuflexo Nicolás Guillén como el verdadero Poeta Nacional.

Con el tiempo yo llegaría a ser jefe de la sección militar del Ex-Club, formada por jóvenes como Dioniso Gonzalo –de la tribu de los Asturianos que batieron con fuerza y ferocidad a los comunistas como integrantes de una guerrilla familiar en las llanuras de Aguada de Pasajeros, y Borges, consciente de que aquella era una lucha de acción pero también de cultura, propuso la publicación de mi primer libro –primero en publicarse pero segundo en escribirse- por cuenta de la organización, el volumen de relatos Mala jugada. La propuesta se llevó a votación a mano alzada, para mi asombro sólo dos miembros del grupo votaron en contra de la publicación del libro: el poeta Ángel Cuadra y el periodista e historiador Pedro Corzo. Para mi asombro también el más entusiasta defensor de la publicación del volumen de relatos era Ismael Hernández, que no era escritor sino dueño de un bar en Miami, ex jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 30 de Noviembre durante los años duros contra el castrismo y prisionero político por 18 años. Creo que éramos ya demasiados escritores para un grupo que se definía como un grupo de acción.

No me molestó en lo más mínimo el voto de ambos amigos entre otras razones porque yo, cuando aquello, era aún un ferviente defensor de la idea democrática. Ángel argumentó, creo que con razón, que era un libro sucio, contrario a la moral y las buenas costumbres y que, lo peor, sublimaba semejante estilo de vida. Luego el poeta cambio su opinión del libro (nunca me lo dijo pero creo que lo motivó a ello el éxito que luego tuvo La nada cotidiana y el hecho de que su autora, Zoé Valdés, se convertía en una contundente voz crítica del castrismo a nivel internacional), escribió varios enjundiosos artículos a su favor en la prensa que ayudaron a su difusión y terminó siendo presentador de la segunda edición del mismo en 2012 por una editorial de Nueva York.

Pero ya antes de eso nos empezó a unir una gran amistad, compartimos tertulias, comidas, programas de radio y paseos con nuestras respectivas mujeres de ese tiempo. Bebía buen vino, moderadamente, y se mostraba sobrio en el comer y en casi todos los aspectos. Fue un dandy y un seductor y en su haber tuvo muchas y bella mujeres. Decía que hay seres que nacen marcados para el amor y se sabía entre los elegidos. Era un gran conversador y un gran conocedor de la historia de Cuba y de la historia en general. Fue gran amigo de José Ángel Bueza y me mostró que había dos poetas en Bueza, el malo de las muchedumbres y el bueno y desconocido de las élites y que -así suele ser la vida- el malo era quien financiaba abundantemente al bueno. No usaba arma de fuego sino arma blanca, una pavorosa navaja de resorte que manejaba con sorprendente agilidad. Aclaro, por si las dudas, que no era un pacifista. Lo digo porque ya veo venir a los manipuladores de siempre consagrándolo en el apostolado, como ya hicieron con Martí, de la blanca paloma en la chistera.

En su juventud fue un gran atleta que ganó trofeos continentales en carreras de velocidad.

El poeta era un preclaro pensador, y un martiano alejado del mamertismo. Teníamos diferencias ideológicas pues él venía de una generación imbuida del revolucionarismo que terminó manifestándose como el síndrome de la revolución traicionada. Sin embargo –a mí me gustaría pensar que fui responsable en parte de ello- con los años derivó hacia posiciones cada vez más conservadoras, y vio y escribió con lucidez acerca del peligro comunista que acechaba EEUU. De ello discurrimos largamente cuando la inmensa mayoría aún creía tontamente que la nación de Washington era inmune al desbordamiento marxista de las masas bajo el control de los usureros de siempre.

Viajamos juntos a congresos culturales, me maravillaban su curiosidad y su agilidad en esos viajes. Lo recuerdo en medio del pasillo de un tren de Florencia a Milán con una enorme maleta haciendo equilibrios en tanto el tren serpenteaba en barquinazos y lamento aún mi dureza al no ayudarle, ¡cómo pude compórtame así!, pues le había advertido que metiera aquella mastodóntica maleta en el departamento de equipaje y él, bueno, se había empecinado.

Debo recordar que la época de oro de la Feria Internacional del Libro de Miami fue el tiempo en que Cuadra se desempeñó como coordinador de los autores hispanos de la misma. Estuve con Ángel entre los cinco fundadores iniciales del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio, proyecto que se logró por el secretismo conspiranoico que mantuvimos en reuniones que tuvimos durante al menos dos años en casa del pensador cubano Octavio Costa, último presidente del PEN Club de Cuba antes del arribo de la subversión castrista, hasta que finalmente nos aprobaron la sede del PEN en Miami, entre otras cosas por el prestigio de Cuadra que era miembro honorario del PEN Club de Suecia. En el lujoso apartamento del Hotel Four Ambassadors nos reuníamos al calor del vino Cuadra, Costa, Bragado Bretaña, Indamiro Restano y yo. Costa y Cuca, su esposa, eran unos anfitriones fabulosos, ambos ya están muertos, así como Bragado Bretaña y, bueno, también ahora Cuadra está muerto.

Descansa en paz poeta y llévate la pluma, pero no olvides por favor la navaja de resorte.

 

Armando de Armas: Escritor cubano exiliado, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental.

 

 

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2 Comments

  1. Heidys Yepe

    Una vida memorable. Gracias a Armando por dejarnos conocerlo más. EPD.

  2. Maria Elena Valle Perez

    Gracias Armando por el magnifico articulo. Angel Cuadra fue un gran orgullo Cubano

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