Medias

Prisa tras Barroso (I)

Por Jesús Cacho/Voz Pópuli.

Me llama un día César Alierta a su despacho y me sorprende con un anuncio lacónico, tengo que decirte algo muy importante, y qué es eso tan importante que tienes que decirme, pues que he comprado opciones sobre acciones por casi el 25% del capital del Grupo Prisa. Corría principios de 2012 y a mí me dio un patatús, porque, de repente, aquel hombre a quien habíamos ayudado a salir del avispero de los medios, tantas veces enganchado en proyectos ruinosos que solo producían sinsabores, el hombre a quien habíamos liberado, no sin grandes esfuerzos y algún dinero, de semejante cepo, se acababa de meter por sorpresa y sin encomendarse a Dios o al diablo en la mismísima boca del lobo, tomando una participación más que significativa en un negocio editorial que había tenido una enorme influencia como grupo editor dispensador de información e ideología de referencia durante la transición, pero que claramente se hallaba en la cuesta abajo, además de terriblemente endeudado tras la calamitosa operación en que devino la OPA de exclusión de Bolsa de Sogecable.

Y salgo de mi gesto de incredulidad –relata un miembro del Consejo de Administración ya jubilado- preguntándole lo primero que me vino a la mente, y esto ¿quién lo sabe? Porque yo no sé nada y me temo que el resto del Consejo tampoco, no lo sabe nadie, responde, bueno, miento, lo sabe Fernández Valbuena y ahora lo sabes tú también. El presidente de la compañía había tomado una decisión tan importante, con tantas implicaciones, sin informar al Consejo, sin decir una palabra al consejero delegado y, lo que es peor, sin comunicarlo a la CNMV, y yo le dije enseguida pero esto no puede ser, César, perdóname, esto es un disparate, ¿te das cuenta de las repercusiones que puede tener una noticia como esta cuando se haga pública? Esto es una bomba que se te puede llevar por delante y encima con un Gobierno del Partido Popular que acaba de ganar las elecciones por mayoría absoluta, pero y ¿por qué lo has hecho?

Porque lo iba a comprar Carlos Slim –me dice.

Pues haber dejado que lo comprara, ah, no señor, eso sí que no, Prisa es el grupo editorial más importante en español y no podemos dejarlo en manos de un multimillonario extranjero por muy de habla hispana que sea, hay que defender los intereses de España, y entonces me lanzo por un tobogán que no me correspondía y le digo, pues te voy a contar lo que vamos a hacer, lo que vas a hacer, mejor dicho, porque tú no puedes aparecer como dueño de esa participación en modo alguno, vas a llamar ahora mismo a tus dos amigos, llama a Emilio y a Isidro y diles que se tienen que hacer cargo de un tercio de ese paquete cada uno y qué se las arreglen, les firmas los pactos de recompra que sean necesarios, pero te tienen que hacer ese favor, y Botín dijo que sí enseguida, porque entre ellos se había establecido una relación de confianza muy estrecha, y con Fainé costó más trabajo, hubo que convencerle, pero también terminó aceptando el “regalo”.

Botín dijo que sí enseguida, porque entre ellos se había establecido una relación de confianza muy estrecha, y con Fainé costó más trabajo, hubo que convencerle

Claro está que con el 25% de Prisa mandas en Prisa, sin la menor duda. Has salvado al grupo de la liquidación por derribo y, además, estás financiando desde tu banco las deudas contraídas por los viejos accionistas, familia Polanco incluida, para atender las ampliaciones de capital. Ser amo de un grupo de comunicación tan influyente, entonces al menos, es una situación demasiado tentadora para cualquier gran empresario, una eventualidad que exige ser manejada con discreción: mantenemos la posición con el Gobierno de la derecha y nos parapetamos, nos protegemos, en caso de un eventual regreso de la izquierda al poder. Y de ahí salió esa serpiente de verano, o de invierno, vaya usted a saber, que aseguraba que había sido Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno Rajoy, la que había armado en la sombra la entrada del poderoso trío en Prisa mediante la capitalización de la deuda contraída por el grupo, craso error porque la buena de Soraya no se enteró de nada, desde luego no de esta operación y casi de ninguna a la vista de los destrozos que hoy luce el páramo político y mediático español.

Y, claro, como yo me temía, cuando César informó al Consejo de la compra de ese paquete (con José de la Rosa Rato, sobrino de Rodrigo, entonces en banca de inversión, como bróker de la operación), se armó la marimorena, los ecos llegaron lejos, porque se enteró todo aquel que tenía que enterarse en la compañía, bronca y censura que inevitablemente le llevaron a aceptar la recomendación y buscar el auxilio de sus amigos, con los que ya compartía protagonismo estelar en el Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC). Pero enseguida surgió un problema asociado. Había que poner cara y ojos a la propiedad, en todo o en parte, de ese paquete, no dar pie al misterio ni tres cuartos al pregonero. Y es entonces cuando aparece en la escena española un personaje singular. César era íntimo amigo de Bergé Setrakian, un abogado libanés de ascendencia armenia nacido en Beirut en 1949, que ha desarrollado su carrera profesional en Nueva York como especialista en derecho societario y como socio de la firma legal DLA Piper LLP (4.300 abogados distribuidos por 31 países). Setrakian, consejero de Imperial Tobacco, del neoyorquino Interaudi Bank, entre otros, y presidente de la Unión Armenia General de Beneficencia (AGBU), la organización armenia sin ánimo de lucro más grande del mundo, ha trabajado con Alierta desde los tiempos en que, siendo presidente de Tabacalera, encabezó el equipo jurídico que llevó a cabo la fusión de la española con la tabaquera francesa Seita dando lugar al nacimiento de Altadis. Desde entonces Setrakian ha llevado esos asuntos “especiales” que no parecía conveniente que llegaran a los predios de los servicios jurídicos de Telefónica. Cosas muy privadas.

Había que poner cara y ojos a la propiedad, en todo o en parte, de ese paquete, no dar pie al misterio ni tres cuartos al pregonero. Y es entonces cuando aparece Bergé Setrakian

Íntimo de Setrakian es un economista también de origen armenio de nombre casi impronunciable, Joseph Oughourlian. Nacido en París, titulado en Economía por la Sorbona y graduado en la HEC Business School y el IEP (Sciences-Po), comenzó su carrera en Société Générale en París en 1994 y pronto se mudó a Nueva York, donde en 2005 fundó el fondo de inversión Amber Capital. Oughourlian es vicepresidente de la AGBU a las órdenes de Setrakian. Un hombre de Setrakian. Un subordinado. Y ahí tenemos ya ondeando sobre el avispero español la bandera de un personaje convertido en uno de los grandes misterios de nuestro tiempo. Porque Oughourlian, un tipo que no sabe nada de España, que no tiene raíces en España, que ni ve ni recibe a nadie, que no hace vida social, no tiene amigos, y que, en suma, es un cero a la izquierda en la vida social, política y económica española, resulta que preside el grupo Prisa con el 29.7% del capital social. Pero, ¿quién es Oughourlian? Sabemos que su fondo dice haber invertido en torno a 400 millones en Prisa (una pequeña parte de los cuales reclama como suyos), que ha perdido hasta la camisa y que no parece muy preocupado por la circunstancia. Un tipo de inversor ciertamente anómalo, que aguanta impávido en una empresa quebrada desde hace 15 años. Un caso sin parangón en el entero universo financiero. Entonces, ¿quién es realmente Joseph Oughourlian? ¿A quién representa?

El caso es que este franco-armenio residente en Londres desembarca en Madrid (la primera noticia de la presencia de Amber Capital en España tiene fecha de 15 de agosto de 2015, notificación a la CNMV de la toma de un 3,9% de Prisa), cuando el Gobierno Rajoy daba ya claros síntomas de agotamiento, a punto de morir por inanición rayana en la estulticia del ayuno ideológico más absoluto, tantas ganas de irse a casa tenía el gallego estafermo que sirve en bandeja de plata la presidencia del Gobierno de España a un buscavidas pleno de ambición y sin ideología conocida de nombre Pedro Sánchez. Para entonces ya había aparecido sobre ese curioso triángulo formado por Moncloa, Telefónica y Prisa, un personaje singular, un socialista muy inteligente y de gran cultura, seductor como pocos, pero un tipo de mil aristas, dúctil cual junco de ribera, un hombre que ha servido de argamasa a los intereses del trío como íntimo amigo de Zapatero y de Sánchez, cada uno a su tiempo, como “consejero editorial” (cargo que oficialmente no existe en el organigrama de Prisa) del grupo editor, y como asesor ligado a la operadora por un contrato de consultoría que le había firmado Alierta. Un hombre de Moncloa, de Prisa y de Telefónica. Un personaje clave en los últimos años de historia de España: Miguel Barroso

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