Por Gloria Chávez Vásquez.
Las políticas de fronteras abiertas del Partido Demócrata es un componente
esencial de la campaña para destruir el estilo de vida estadounidense.
John Fonte.
Director del Center for American Common Culture del Hudson Institute.
En su ensayo “Mi Casa Es Su Casa”, publicado originalmente en el Claremont Review of Books (2025) Mark Krikorian, experto en política de inmigración, utiliza el libro The Case for Open Borders escrito por el periodista de izquierdas John Washington, para explicar, con las mismas palabras del autor, de dónde proviene este ataque.
Krikorian, quien ha investigado la política de inmigración de EE. UU. Por más de tres décadas, contesta la pregunta que todo el mucho se ha hecho:
¿Por qué la administración Biden abrió de par en par las fronteras de EE. UU., permitiendo la entrada de unos 10 millones de extranjeros que no tenían derecho legal a ingresar en el país?
¿Se hizo para importar votantes que cambiarían el equilibrio de poder en los estados republicanos? ¿O tal vez para aumentar la población de los estados demócratas que han estado sufriendo un éxodo de residentes, en preparación para el censo de 2030? ¿Para cambiar la composición étnica de la nación? ¿O, solo para traer mano de obra barata?
Ninguna de estas posibilidades fue la verdadera razón, aunque algunos de esos fines ciertamente se han cumplido. La inmigración ilegal se desbocó durante la administración Biden porque las personas a cargo de la política fronteriza no creían en la legitimidad de las fronteras.
El caso de las fronteras abiertas
Es por eso que el libro de John Washington The Case for Open Borders nos resulta útil. Redactor de Arizona Luminaria, una agencia de noticias sin ánimo de lucro, Washington evita las confusiones y dobleces de la ideología de izquierda, diciendo en voz alta: las fronteras, como tales, son inmorales. “Las personas deberían poder moverse y emigrar donde necesiten o quieran”. El periodista cree que la libre circulación de personas es un derecho inherente, no solo el derecho a salir de su propio país, sino también el derecho a ingresar a cualquier otro país que desee. Esto sería ideal si no fuera por el cuestionable argumento globalista de que la explosión demográfica es un peligro para la humanidad y que se debe controlar eliminando poblaciones enteras. ¿Cuál es la verdadera intención?
El de John Washington es un tópico totalmente izquierdista, hasta el punto de la parodia. Su editorial es Haymarket Books, llamada así por los disturbios de 1886 en Chicago que llevaron al Primero de Mayo a ser la principal fiesta comunista; también publicó las memorias de la marxista-terrorista, ahora profesora universitaria, Angela Davis.
John W enfatiza que las fronteras abiertas son necesarias para la justicia climática, racial y económica, la solidaridad proletaria, las reparaciones, el anticolonialismo, etc. Las fronteras abiertas, escribe, “deben ser parte de un reajuste más profundo de la política global que incluya la abolición del régimen de desigualdad establecido por el capitalismo poscolonial”.
Ya es demasiado obvio que la izquierda moderna es parte de un poderoso eje anti-nacional y anti-fronteras impulsado no por los propios activistas, sino por los intereses corporativos globalizadores, cuya versión de fronteras abiertas es diseñada por libertarios al estilo del Instituto Cato.
Sin embargo, J. Washington y otros izquierdistas hacen todo lo posible para esconder que son socios del eje de fronteras abiertas. Malinterpreta la política de inmigración porque trata de forzarla a entrar en un molde de lucha de clases, anticapitalista, anticolonial y de agravio racial.
En su capítulo sobre El argumento económico a favor de las fronteras abiertas, escribe que «mercadear a los migrantes por su fuerza de trabajo y compensarlos lo menos posible, atrayéndolos al redil de la economía nacional solo para explotarlos y desecharlos, es uno de los principales motivos del cierre de fronteras y la aplicación restrictiva de la inmigración».
En efecto, el mercadeo de inmigrantes es una realidad, pero sus principales promotores son los partidarios de las fronteras abiertas en Washington. Sus protestas son un intento de reconciliar al socialista que odia el capitalismo pero que en la práctica es un “pata de gato” del capital: solo está “tiñendo de rojo” la agenda corporativa en contra de las fronteras.
J.W. cita a otro autor de la izquierda que escribe que “los trabajadores mexicanos proporcionan la mano de obra barata de la inmigración permanente, sin alterar el orden social racial”. Washington se niega a entender que tanto la inmigración ilegal masiva como los programas de trabajadores invitados no son una estrategia urdida por los “intereses del capital liberal” —no es un “sistema diseñado para exprimir y explotar”, como él dice— sino más bien el resultado de fuerzas políticas en competencia. Por un lado, están aquellos como Washington y sus compañeros corporativos y libertarios que quieren fronteras abiertas, y por otro, aquellos que no desean una inmigración masiva.
El resultado de esta tensión es que el público se conforma con leyes que parecen limitar la inmigración, mientras que, en la práctica, los intereses corporativos obtienen algo que se parece a la política de inmigración antifronteriza de Washington. Los migrantes (y los ciudadanos) a menudo son explotados, pero es la migración masiva en sí misma la causa: la ilegalidad o el estatus de trabajador huésped solo importa por los laditos.
Al final del capítulo sobre economía, Washington parece darse cuenta de que, en última instancia, está sirviendo a los intereses del capital posnacional. “¿Cuánto mejor sería, realmente”, pregunta, “si la élite corporativa ¿Aceptase la idea de fronteras abiertas, pero solo para exprimir aún más a los migrantes?” Menciona las repetidas demandas editoriales de The Wall Street Journal de una enmienda constitucional que diga “Habrá fronteras abiertas”, y se pregunta: “¿Escriben pensando en los inmigrantes, o están simplemente afilando sus cuchillos corporativos?” La verdad es que las motivaciones del corazón no importan: las fronteras abiertas explotan tanto a los trabajadores estadounidenses como a los inmigrantes.
¿Ganarse la ciudadanía?
¿Por qué motivos exige Estados Unidos que alguien ‘se gane’ la ciudadanía?, protesta John Washington. Esta es una pregunta retórica, porque rechaza rotundamente “el concepto de soberanía, integridad territorial y de nación” que requiere que todo recién llegado respete las leyes del país anfitrión y que acepte el proceso de legalización.
La observación de J.D. Vance en la Convención Nacional Republicana de 2024 de que “cuando permitimos que los recién llegados ingresen a nuestra familia estadounidense, se los permitimos en nuestros términos” valida ese concepto. “Esa es la forma en que preservamos la continuidad de este proyecto desde hace 250 años hasta 250 años en el futuro”.
La realidad es que, sea en Europa o en América, los países que se han sometido, tal vez a regañadientes, a la agenda globalista de una invasión migratoria disfrazada de fronteras abiertas, han perdido el control de su soberanía. Ya sea que provenga de la izquierda, de las corporaciones, los libertarios o los globalistas, es un asalto a la nacionalidad y, en última instancia, a la seguridad y los derechos del ciudadano legitimo.
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos.
En la Foto: Mark Krikorian.