Man in Traditional Wear
Relato Mundial

La plaza

Por Ulises F. Prieto.

Un toro ensartó la femoral de Paquirri e Isabel Pantoja quedó viuda casi para siempre. Los españoles de mi generación asistieron a su larguísimo luto. Una dilatada representación de la Casa de Bernarda Alba. Pero todo tiene un fin. Hasta el luto de Isabel Pantoja por Paquirri tuvo un fin. Hace poco, en unas de las fiestas del orgullo gay de Madrid, en medio del entusiasmo y los gritos en falsete agudo de su público, Isabel confesó: “Soy una de vosotros” (no le rectificaron cuando no dijo “vosotres”). Imaginé entonces a Paquirri reprochando:

– Pero Isabel, si llego a saberlo, me caso con Lolita.
– Es que te guardé el luto por mucho tiempo y alguien me dijo al final: “el muerto al hoyo y el vivo al boyo.”

Ya sé que los cubanos dicen pollo en vez de boyo, pero la cantora Isabel en su restaurante de Marbella, también comió pollos de todos los géneros, incluido el femenino.

Durante la limpieza general del verano escucho a las folclóricas españolas. Nada mejor que limpiar los cristales con una copla o un cuplé. Con Marifé de Triana caí en la cuenta de que la Reina María de las Mercedes murió sólo unos pocos meses después del pacto del Zanjón. Dice el romance que todo el reino lloró. Supongo que la canción incluye a los cubanos también. Concha Piquer burlaba la ley seca en Nueva York, sobornando a los doctores, para que le recetaran vino, y así comprarlo en la farmacia. Concha Piquer cantaba sus propios delitos. Cuando aquello los agentes del FBI no hablaban español.

Hay una regla de tres que dice que la musica es a la musica militar, como los amigos son a los amigos de FaceBook, pero hay una excepción: el paso doble. Francisco Alegre describe la angustia de una joven en la Plaza cuando su hombre está ante el toro. Todas las demás lo admiran y lo desean, pero ella sufre. Si no se hubiera enamorado de un torero tal vez su vida sería más tranquila. Sin sobre saltos en las ferias. Pero si no se hubiera enamorado de un torero entonces su vida sería más tranquila (¿déjà vu o copy paste?). No habría sobresaltos que le recordaran cuan enamorada estaba. La rutina iría disolviendo su pasión. Ahora el peligro la mantiene alerta. Puede perderlo y no porque otra se lo lleve, como comúnmente ocurre, sino tan sólo por la Muerte misma. La valentía le atrae y el peligro la mantiene.

Es extraño eso de escuchar Francisco Alegre en el Eastside de Cleveland, sin embargo esta ciudad, y todo el norte de Ohio tiene una relación fundacional con España, también con la nación cubana. Mira la bandera de Ohio. Cuando Napoleón le vendió la extensa Louisiana a los Estados Unidos, los americanos creyeron que era un producto envenenado. Napoleón estaba vendiendo parte de España, y los españoles, tras sacudirse de las tropas napoleónicas, podrían volver a reclamar el territorio. Ahora Ohio tenía una frontera hostil. Reclutaron milicias, se pertrecharon de armas y de un discurso de propaganda de guerra antiespañola, que los animara contra aquella potencia militar. En Toledo hay monumentos a voluntarios de aquellas milicias. Los españoles nunca volvieron, por el contrario, se desintegraron en un par de decenas de países débiles. Aquel miedo había sido inútil. Pero el miedo no desaparece. Si es útil se mantiene, y sino se convierte en odio. En unas pocas generaciones ese odio se aglutinó en presiones por políticos de Ohio en D.C. y de los principales periódicos de la nación, para que Estados Unidos entrara en una guerra contra España.

Cleveland es la ciudad de William Alexander Morgan, quien terminó sus días (se los terminaron) en la isla de Cuba. No sé si nació Cleveland Clinic o en University Hospital, pero Mor-Gan significa venido del mar en el antiguo galo. Un apellido diseñado para llegar hasta él. Hay varias hipótesis que intentan explicar qué condujo a aquel blanco hiperbóreo crecido en inglés, hacia Cuba, hasta injertarse en su historia. Algunos simplifican diciendo que era un mero aventurero, que fue a Cuba por una casualidad browniana. Sin embargo el nombre de Cuba no le era ajeno desde su infancia.

William Alexander Morgan fue un hombre valiente, y como todo valiente sus inicios fueron imprudentes y su final admirable. Su vida fue un drama, o un paso doble. El joven perdido que siempre toma malas decisiones. Nadie sabe porqué se arriesga tanto sin sentido. El espectador espera que en algún momento él enderece su vida. Casi al final del drama ese momento llega. Encuentra una causa (eso que llamaron revolución cubana), y esa causa triunfa. A la vez conoce el amor con una bella cubana, y la prosperidad en un negocio asentado. Si éste fuera el final, él habría salido a hombros por la puerta grande. Sin embargo, cuando ya la felicidad comenzaba a desvelarse tan bella como la tentación de sus noches con su joven mujer, la realidad, tan vieja como toda la experiencia de la historia, se le desnuda. Se le revuelve antes de pasar el último capote. La causa en la que venció era un estafa cruenta. Se trata del comunismo. Fidel Hipólito Castro era un cobarde y mataba por miedo, como los mansos. Sabía que al revelar sus planes de llevar a la Isla hacia el comunismo, William Alexander Morgan se le volvería contra él. A Morgan lo fusilaron y luego en el suelo lo lincharon. Quisieron obligarlo a arrodillarse ante el pelotón, y solo pudieron tumbarlo tras dos disparos a sendas piernas. Ignoro si fue antes o después de conocer a Morgan que Castro cambió su nombre Hipólito (su santo en el santoral), por el de Alejandro.

Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.

Compartir

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*