Por Ray Luna.
Baró escribe sobre el debate en una revista. Me envían su artículo para ver qué pienso. Mi WhatsApp estalla rebosante de mensajes sin leer. Me falta tiempo y, encima de todo, soy perezoso. Así que lo copio a Speak4Me y ¡zas! Ahora tengo un audio de cinco minutos. ¡Mejor! Lo escucho. Divago. Vuelvo a concéntrame. Más de lo mismo: “¡Ay sí! ¡Ay sí! Trump es malo”. A lo que creo, hay material para meme. No me sorprende nadita, aunque me obliga a inquirir ¿quién es Baró?
Facebook —como siempre— tan suspicazmente servicial, me ayuda a concluir minutos más tarde que la chica es valiente. Prosopográficamente hablando, paréceme sincera, naïve. ¿Cuántos periodistas “independientes” se han atrevido a declararse abiertamente antitrump? Pocos. Aunque la mayoría de ellos está mohína por la inminente victoria del candidato de los cubanos en noviembre próximo.
No sé quién es aún. Sin embargo, barrunto la traza. Puedo leer —escuchar— el palimpsesto ideológico subyacente al texto baroíno. La filigrana progresista encandila mis oídos.
Ni siquiera se necesita dejar correr la imaginación, con que gatee es más que suficiente para representarnos un retrato doméstico, una genealogía donde se apilan apellidos tales como Rojas, Escobar, Sánchez, Díaz Espí, Brugueras, H. Miranda…
(La intelligentsia progresista-anticastrista vinculada al periodismo y la academia conforma una lista demasiado extensa como para reproducirla aquí. Prosigamos.)
Valga mencionar que el agnosticismo de esta clase política ante el declinismo democrático de Occidente me escandaliza. Esta clase política dícese enemiga del fascismo, el nazismo y el comunismo; aunque, por otro lado, no acepta el hecho de que todas esas ideologías son una reductio ad absurdum de la democracia. Parecen temer a Hitler, mas no al 51% que votó por él. Con seguridad aborrecen el nacionalismo blanco, mas no al 55% que mantuvo a raya al 45% de los negros —a base de soga y candela— en los estados sureños. De los ladridos de las turbas que apoyaron el Terror Francés ni se acuerdan. En cambio, nos hablan de una masa grotesca, de un terror patrio, pero nunca de la “tiranía de las mayorías”.
Naturalmente, esta brutal declaración exige su explicación.
Voy al grano, pues, sospecho que no será difícil figurarse a dónde nos dirigimos. Baró encaja perfectamente en el arquetipo del gacetillero progresista. ¿El artículo nos lo revela?, sí. Soterrado, corre bajo él un río de ideas preconcebidas. La pluma progresista despide un aliento igualitario inconfundible. Su religión, el izquierdismo.
Ahora bien, Baró no es una progresista cualquiera, es una progresista de mente abierta. No es una revolucionaria radical, es más sexy que eso.
(Después de todo, la “sexcelencia” de una revolución radica en ser como un rapidín. Se goza intensa pero brevemente. Post coitum omne animal triste est.)
Al contrario, Baró se asume una demócrata en toda la regla.
Como progresista de mente abierta, Baró forma parte de El Megáfono, o sea, el mecanismo de propaganda al servicio de la izquierda global. Bien saben ustedes que no existe una diferencia esencial entre escribir para el New York Times, el HuffPost, 14yMedio, Cubadebate o el Granma. La diferencia es más bien de grado. Un poco más o un poco menos, pero siempre a la siniestra. Podemos presumir que Baró añora un gobierno “catedralicio”, esto es, controlado por la prensa y las universidades. Las últimas diseñan las políticas y la primera “prepara” la opinión pública para su puesta en marcha. Verbigracia, las sinecuras para negros en las oficinas gubernamentales conocidas como Black Spoils System.
Otro ejemplo, el departamento de Estudios de África de la Universidad X promueve el nacionalismo negro. ¿Para un progresista de mente abierta eso está ok? Por supuesto que sí. Incluso, la idea de un nacionalismo mexicano también lo seduce. De otra parte, Baró no ve el nacionalismo blanco con buenos ojos. Es, según su credo, el único nacionalismo étnico que no debe enseñarse en las universidades —porque Hitler era un tipo nefasto—. En pocas palabras, BLM es igual a bueno y Proud Boys, presumiblemente supremacistas, a malo.
(Parece tener la visión Whig de la historia que nos enseñan en la secundaria: los nazis NO fueron alumnos de los comunistas rusos, sino al revés. Por supuesto, se vale freír un par de ciudades asiáticas en nombre de la democracia.)
DEL POSDEBATE
Su lenguaje demoesclerótico denota una cosa: a fin de cuentas, no le importa cómo se gobierna sino quiénes gobiernan. Eso de los Colegios Electorales a Baró como que la repele. Debe hacerse justicia contando narices. Por esta razón saca la carta de las encuestas y la pone sobre la mesa. ¡El dichoso voto popular!
Les apuesto que Baró se asume tan o más anticastrista que Trump. No obstante, es obvio que no es su candidato favorito. Según parece, piensa que el debate reveló mucho acerca Biden. Porque ya todo el mundo sabe quién es Trump. En su opinión, fue un pésimo debate; como que faltó un poco de mano dura por parte del moderador. Baró reclama desde La Habana un debate restringido por reglas claras, equilibrado, en America. Sin interrupciones, puesto que los estadounidenses no merecen nada menos.
Pero la realidad fue muy otra la noche del 29 de septiembre. Les sugiero que vuelvan a ver los primeros 10 minutos del debate. Las primeras tres interrupciones fueron de Biden. Hizo exactamente lo mismo que cuando se enfrentó a Paul Ryan en los debates de vicepresidente hace años. Aunque Ryan intentó ser un mensch y respetar al hombre en su cargo, Biden continuó interrumpiéndolo todo el tiempo. Extremadamente sarcástico e irrespetuoso con Ryan.
En cuanto a Trump, todos sabemos que nunca toleraría ese tipo de abuso. Nunca lo hace. Después de tres interrupciones de Biden, Trump se enfrascó en lo que se sabe que sabe hacer. Fue necesario que Wallace protegiera a Biden de ser destruido, como el árbitro que salva a un peleador que va perdiendo de una lesión grave. La señal de que Biden está en problemas fue el llamado de los medios —liderados por Mika Brzezinski y Joe Scarborough— para poner fin a los debates y silenciar a Trump. Quieren menos transparencia, nada más. ¿Podemos estar de acuerdo en que un moderador parcial o una comisión de debate es lo opuesto a la libertad de expresión?, lógico. Un debate al más puro estilo Lincoln-Douglas sería un evento educativo y bienvenido. Con seguridad, en el próximo debate, trump le permitirá a Joe intentar llenar sus respuestas de 2 minutos —ininterrumpidamente— sabiendo que éste se contenta sobremanera una vez que consigue encadenar dos enunciados.
No olviden sus rosetas de maíz.
(Noten que Chris Wallace interrumpió a Trump 76 veces. El presidente no debió haber tenido que debatir con dos oponentes a la vez. Si bien es cierto que no hubo debate —en detrimento de la sociedad—, no se debe a que Biden pareciera una violeta marchita. El hombre trabajó arduamente para mantener la dignidad que un líder del mundo libre debe proyectar. No logró conseguirlo por una simple razón: no se puede asistir a un duelo blandiendo un mondadientes.)
En cuanto a las acusaciones de supremacía blanca, les sugiero que las dirijan hacia el verdadero racista. Baró, o no lo sabe o lo niega.
DEL ANTI-ANTITRUMPISMO
¿No les parece a ustedes un poco raro que después de todo el desmadre, los saqueos, las teas incendiarias, el vandalismo, las golpizas, las balaceras y las puñaladas traperas que Black Lives Matter y ANTIFA le han propinado al país, lo primerito que la prensa “independiente” cubana hace es acusar a Trump de racista? Baró lamenta el que Wallace no haya podido hacer que el presidente condenara el supremacismo blanco. Claro, a Baró no le interesa en absoluto —como a Wallace— condenar la violencia política desatada por BLM y ANTIFA durante más de cien días (con sus noches).
Por supuesto que hay hombres blancos que hacen cosas terribles en los Estados Unidos, pero de ahí a creer que realmente existe la “Supremacía Blanca” hay un trecho. Cualquiera que viva en los Estados Unidos sabe que eso no es más que un invento académico. No existe tal fuerza política. Al menos, no como existe, digamos, un movimiento organizado. Como ANTIFA, pongamos por caso, que tiene sede en casi todas las ciudades estadounidenses y sabe dónde, cuándo y cómo atacar y arrasar cuanto encuentra a su paso. Siempre bajo la protección de las alcaldías y los fiscales demócratas. Kenosha tal vez sea el mejor ejemplo del hartazgo ciudadano contra las agresiones a la vida y la propiedad. Con todo, para Baró sólo existe la violencia derechista. Todo lo demás: “manifestaciones pacíficas”.
Valdría la pena preguntarse por qué, cuando Joe Biden incluyó a los Proud Boys en la lista de los “supremacistas”, Wallace no lo corrigió. Bueno, tal vez porque, aunque trabaje para la cadena Fox, boga a favor de NBC. Los Proud Boys no destruyen establecimientos comerciales, no derriban estatuas, no exigen lealtad a los conductores, no montan casetas de peaje ilegales, ni perturban a los políticos en sus residencias familiares. Todas esas son estrategias de BLM y ANTIFA.
Quizás a Baró lo que le desagrada de los Proud Boys es que apestan a testosterona. No somos muchos, pero somos machos.
(En lo que toca a este servidor, un mundo cada vez más feminizado debe rechazarse sin miramientos. “El mundo moderno no será castigado, el mundo moderno es el castigo”, escribió don Nicolás Gómez Dávila.)
A la prensa “independiente” cubana parece bastarle con que el grupo más antiestadounidense y anticristiano del país los haya tildado de supremacistas: The Southern Poverty Law Center. El mismo grupo que se ha dedicado a hacerle la vida un yogurt al conservador cristiano Dennis Praguer.
Seamos honestos, afirmar que los Proud Boys son supremacistas es delirar, por decir lo menos. Sobre todo, por la enorme cantidad de negros e hispanos que militan en sus filas. Lo único que conseguirán los progresistas de izquierda llamando a todo aquel que no les agrade “supremacista”, es el desgaste del argumento racial.
Los Proud Boys son la última línea de defensa de Estados Unidos contra ANTIFA. Para la ciudadanía que la policía ha sido superada por estos grupos de choque. Es evidente que se necesitaba una contraofensiva para esta versión americana de la Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale.
Casualmente, cuando los Proud Boys deciden organizar una manifestación en Portland, ANTIFA rápidamente detiene sus acciones de robo, saqueo y sabotaje.
De hecho, los Proud Boys deberían demandar a Biden y Wallace por difamación.
Por un lado, las universidades y los medios de comunicación han convertido al “supremacista blanco” en lo peor que puede ser un ser humano. Por el otro, validan la quema de una estación de policía en nombre de un exconvicto traficante de drogas, asaltante y falsificador. Incluso, por un violador de menores. Esta es la posición de los medios de comunicación y del Partido Demócrata: cualquiera que defienda a los inocentes de la violencia psicótica de la izquierda debe ser etiquetado con el sambenito de “supremacista blanco”.
Baró, por supuesto, guarda un as bajo la manga: el dichoso tema de los impuestos. Bueno, es de suponer que una periodista que escribe para una revista marxista —financiada con los impuestos del pueblo americano— y que, para colmo, reside en un país comunista, no esté preparada para interiorizar el slogan libertario: Taxation is theft.
Por lo pronto, deseémosle una prontísima recuperación al presidente (y a la primera dama) para que vuelva a la carga contra el incrementalismo fabiano en EEU y el socialismo rampante en el resto del hemisferio lo antes posible.
Ray Luna es filólogo de profesión, ex académico de la Universidad Nacional Autónoma de México y bloguero libertario.
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