Por Gustavo Valdés/Fundación Disenso.
En 1966 Ernesto Briel irrumpe en la escena del arte cubano con la exposición de dibujos “OP-POP” sumándose así al recién internacional fenómeno del Op Art. Este movimiento de ilusiones ópticas y geometría en el arte tuvo su origen en Europa; y en poco tiempo alistó tanto a europeos como el húngaro Víctor Vasarely como a otros contemporáneos latinoamericanos; entre ellos, y más notablemente, Julio Le Parc, Jesús Raphael Soto y Carlos Cruz Diez. Esta presencia latinoamericana en el movimiento óptico no fue casual ya que la abstracción geométrica está profundamente arraigada en el arte moderno y contemporáneo latinoamericano.
La temprana atracción de Briel y su consecuente pasión por la abstracción óptica y geométrica no es un caso aislado en el arte cubano sino más bien el desarrollo lógico de una tradición que incluyó a importantes figuras que le precedieron como Mario Carreño, Enrique Riverón, Loló Soldevilla y Luis Martínez Pedro dentro de Cuba en varias épocas; y Carmen Herrera y Waldo Balart convirtiéndose en los representantes más destacados del abstraccionismo de vanguardia fuera de Cuba, en el exilio.
Tres permanecieron fieles a la abstracción geométrica: Herrera, Balart y Briel. Carmen Herrera, quien comenzó a explorarla a finales de la década de 1940 en Europa, devino pionera al exhibir sus pinturas abstractas en varias ediciones de los históricos salones de Realités Nouvelles, la respuesta de la comunidad artística a la represión y persecución del arte abstracto en la Europa fascista. A principios de los años 50, Herrera se mudó a la ciudad de Nueva York donde optó por un enfoque minimalista, reduciendo su selección de formas y colores a dos por composición o pintura, requisito que siguió hasta su muerte en 2023 a la edad de 105 años.
Al igual que Herrera, Waldo Balart ha creado la mayor parte de su obra fuera de Cuba. Tras vivir en Nueva York, Balart se decidió por Europa, repartiendo su tiempo entre Bélgica y España. Balart, sin embargo, tomó un camino diferente hacia el abstraccionismo de hard-edge. Ha basado buena parte de su obra en una fórmula matemática creada por él, que designa un valor numérico y una posición concreta a todos los colores. Este enfoque analítico de estilo científico ha dado como resultado paisajes geométricos intrigantes y visualmente desafiantes.
De los tres, Ernesto Briel fue el último en unirse a sus homólogos en el exilio. No fue hasta 1980 que Briel abandona Cuba mediante el éxodo masivo conocido como El Mariel, y llega a las costas norteamericanas, y otra vez a la libertad. Nuevamente libre el hombre, y libre el artista y su geometría. Briel se instaló en el centro de la ciudad de Nueva York y se familiarizó rápidamente con lo que la ciudad tenía para ofrecer a un artista visual siempre desafiante, y vivió y trabajó aquí hasta su prematura muerte en 1992, a los 49 años.
Una mirada cuidadosa al desarrollo del arte de Briel debe retrotraernos a la década de 1960, antes de aquella exposición de 1966 que lo colocó a la vanguardia de la escena del arte contemporáneo cubano. Briel inició su carrera creando ensamblajes y piezas tridimensionales que jugaban con los sentimientos y propuestas del movimiento cinético; y en ocasiones, revisitando la esencia del ya histórico grupo dadaísta. Pero en su exposición “OP-POP” (Galería Galiano, La Habana, 1966) Briel propuso una gama sofisticada pero íntima de dibujos en tinta sobre papel que viajaban desde las escasas imágenes en la superficie del papel hasta diseños más elaborados que parecen cruzar los límites del papel. Esta exposición fue aclamada por la crítica y el público y justificó su inclusión en la colección permanente del Salón de Jóvenes Artistas del Museo de Bellas Artes de La Habana. A partir de esta fecha, la carrera de Briel dio un giro hacia el reconocimiento nacional, permitiéndole un cierto -aunque restringido- alcance internacional. Por la misma época, Briel se unió al elenco del Teatro Guignol y se convirtió en actor principal de la compañía mientras continuaba dibujando y pintando. Fue aquí donde sufrió por primera vez el acoso y el abuso desmesurados del castro-comunismo, lo despidieron y lo reprimieron; y peor, trataron de borrarlo de la escena artística del momento y de la historia del arte cubano en general.
Salir de Cuba significó para Briel una reevaluación del mundo de las artes. En Nueva York pudo estudiar mucho más de cerca la obra de artistas como la inglesa Bridget Riley o el norteamericano Frank Stella, pero lo más determinante será encontrarse con la obra de Carmen Herrera y de Waldo Balart. Y establecer profunda amistad y complicidad con los dos maestros cubanos…