Por Carlos Manuel Estefanía.
En el tablero de ajedrez mundial, la tensión entre la Unión Europea (UE) y Rusia ha alcanzado un punto álgido, con la guerra en Ucrania como telón de fondo. Pero, ¿es este conflicto una simple disputa territorial o estamos presenciando el resurgimiento de viejas rencillas imperiales?
Más allá de las narrativas occidentales, es imposible ignorar el papel de Gran Bretaña y la UE en la prolongación de esta guerra, imponiendo sanciones, alimentando la escalada bélica y bloqueando cualquier intento serio de mediación.
La «Nueva Guerra Fría»: una estrategia de dominio
El concepto de una «Nueva Guerra Fría» entre la UE y Rusia ha sido promovido con insistencia por los medios europeos y anglosajones, evocando la retórica de confrontación ideológica del siglo XX. Sin embargo, esta visión oculta la verdadera naturaleza del conflicto: una ofensiva geopolítica diseñada por Occidente, y en particular por el Reino Unido, para mantener su hegemonía en Europa y debilitar a Rusia.
A diferencia de la Guerra Fría original, el enfrentamiento actual no es una batalla de modelos ideológicos opuestos, sino una lucha por la soberanía y el control de los recursos estratégicos. La UE, lejos de defender principios democráticos, ha mostrado su carácter autoritario al perseguir cualquier disidencia dentro de sus propias fronteras y alinear su política exterior con los intereses británicos y estadounidenses.
Al mismo tiempo, el Reino Unido ha jugado un papel clave en avivar las llamas del conflicto, suministrando armamento y promoviendo sanciones que afectan más a Europa que a Rusia. La insistencia en demonizar a Moscú y glorificar la resistencia ucraniana forma parte de una estrategia más amplia de manipulación informativa, en la que los gobiernos europeos utilizan la propaganda para justificar sus acciones belicistas.
Mientras tanto, cualquier intento de negociación que desafíe esta narrativa es sistemáticamente saboteado, como ha sucedido con las propuestas de mediación de Donald Trump, que han sido ridiculizadas y descartadas por los mismos actores que se benefician del conflicto.
Gran Bretaña: el titiritero en la sombra
El papel de Gran Bretaña en la geopolítica europea ha sido históricamente el de instigador y manipulador. Desde su dominio colonial hasta su rol en la Primera y Segunda Guerra Mundial, su estrategia ha sido dividir y conquistar, asegurándose de que ninguna potencia rival pueda desafiar su influencia. Hoy, con el conflicto en Ucrania, Londres sigue fiel a su tradición de fomentar guerras por delegación.
El Reino Unido, a pesar de haber abandonado la UE, sigue ejerciendo un control significativo sobre su política exterior y de seguridad. Su obsesión histórica por debilitar a Rusia se refleja en su postura agresiva, su apoyo incondicional a Ucrania y su esfuerzo por prolongar la guerra a toda costa.
La retórica de los líderes británicos no deja lugar a dudas: su objetivo no es la paz, sino la destrucción de cualquier posibilidad de equilibrio en Europa. Mientras tanto, la UE actúa como un simple ejecutor de los intereses británicos y estadounidenses (mientras gobernaban los demócratas), sacrificando su propia estabilidad económica y energética en el proceso.
Las sanciones impuestas a Rusia han golpeado más a las economías europeas que a Moscú, evidenciando la falta de soberanía real de la UE y su sumisión a la agenda anglosajona.
En lo que a Francia respecta, Emmanuel Macron, con toda su vocinglería guerrerista, es uno de los cipayos que más destaca. Su actitud recuerda a la del primer Charles de Gaulle (no al que, ya mayor, se volvió independiente) cuando hacía de vocero británico desde el exilio. Al igual que el gobierno francés de entonces, radicado en Londres, el de hoy en París se pliega a los designios del Reino Unido, sin una verdadera estrategia propia, arrastrando a su país a un conflicto que no le beneficia en absoluto.
Propaganda y censura: el control de la narrativa
En cualquier conflicto, el control de la información es un arma tan poderosa como las bombas y los tanques. En este caso, la UE y sus aliados han desplegado una campaña de desinformación masiva para moldear la opinión pública y evitar cualquier cuestionamiento a su agenda belicista.
Desde el inicio de la guerra, los medios occidentales han presentado una versión sesgada de los hechos, ocultando las provocaciones de la OTAN y los acuerdos incumplidos que contribuyeron a la escalada del conflicto. Se ha impuesto una censura férrea sobre voces disidentes, criminalizando cualquier perspectiva que no se alinee con la narrativa oficial.
Mientras se acusa a Rusia de ser un estado autoritario, la UE adopta medidas cada vez más represivas contra sus propios ciudadanos, restringiendo la libertad de expresión y persiguiendo a quienes desafían el discurso dominante.
Gibraltar: la hipocresía británica en su máxima expresión
Para entender el doble rasero con el que Gran Bretaña aborda el conflicto en Ucrania, basta con observar su postura sobre Gibraltar. Mientras Londres defiende la «soberanía» ucraniana con vehemencia, se niega a aplicar los mismos principios a su propia ocupación colonial en el sur de España.
Si Madrid intentara recuperar Gibraltar, el Reino Unido recurriría a la OTAN y a la UE para defender su control sobre el territorio, demostrando que su retórica sobre la integridad territorial es selectiva y oportunista.
El apoyo inquebrantable de Londres a Ucrania, a expensas de la estabilidad continental, no responde a valores morales ni a principios democráticos, sino a un cálculo geopolítico frío. Mantener la guerra activa permite a Gran Bretaña seguir influyendo en Europa, justificar su militarismo y enfrentar la rebeldía de un Washington que ha decidido romper con la comanda británica.
Esto queda confirmado con las intervenciones militares norteamericanas en Europa en 1914 y 1944, ambas al servicio de Inglaterra, mientras que hoy intervienen como nunca antes apostando por la paz y el desarme, frente al belicismo promovido por Londres.
Conclusión: la paz, rehén de Occidente
El conflicto en Ucrania no es una lucha entre el bien y el mal, ni un enfrentamiento ideológico entre democracia y autocracia. Es una guerra iniciada por Rusia, sí, pero diseñada, provocada y sostenida por Gran Bretaña, las antiguas administraciones norteamericanas y la casta política de la UE, con el objetivo de perpetuar su control sobre Europa y debilitar a Rusia.
Mientras los líderes europeos sigan obedeciendo las órdenes de Londres y Washington, cualquier intento de mediación será torpedeado y cualquier voz que exija el fin de la guerra será silenciada.
Es hora de que las fuerzas pacifistas y soberanistas en Europa despierten y desafíen la narrativa impuesta. De lo contrario, el continente seguirá siendo un peón en el juego imperial británico, condenado a la inestabilidad y al sometimiento económico.
La paz en Ucrania no llegará con más armas ni con sanciones suicidas, sino con el reconocimiento de que Gran Bretaña y sus aliados son los verdaderos instigadores de esta tragedia. Solo cuando Europa recupere su soberanía y rechace la injerencia anglosajona podrá abrirse el camino hacia una solución justa y duradera a este conflicto fratricida que desangra a los hijos de la Rus.
Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
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