Cultura/Educación

ED. Ansias de marquesado

Por Alfonso Ussía/El Debate.

Excepcional trabajo, publicado en El Debate, trabajado y firmado por Mario de las Heras. Desmonta tópicos, mentiras y leyendas urbanas. Los personajes que se mueven en su texto no son menos excepcionales. Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Giménez-Caballero, Ramón Sijé… Nadie conocía mejor a la llamada Generación del 27, reunida en torno a la figura de Góngora, que Pepín Bello. Y Pepín Bello, que era de izquierdas, descalabró la patraña poco antes de su muerte. «Federico no era comunista. Es más, no era ni de izquierdas». Federico era todo, un barullo genial, poético y artístico. Lástima del silencio de Luis Rosales, que guardó los secretos de su terrible muerte, quizá –eran otros tiempos– para no inmiscuir al grandioso poeta granadino en un asunto de celos homosexuales y bárbaros padecidos por un inmisericorde falangista. Federico García Lorca, como recuerda Mario de las Heras, se consideraba «católico, anarquista, comunista, libertario, tradicionalista y monárquico». Chocó con la envidia de Alberti. Rafael Alberti –y ya lo he escrito, pero lo repito porque me da la gana– era primo de los Terry, propietarios de las bodegas Terry y criadores de los mejores caballos de Andalucía la Baja, así bautizada por Fernando Villalón. Los Terry Merello y los Alberti Merello. Y Rafael quería ser un Terry Merello, y el apellido Alberti le sobraba. Rafael, que fue un grandísimo poeta al principio y al final de su trayectoria artística, era un señorito «snob» –sine nobilitate–, que no sólo quería ser un Terry, sino un marqués. Sus primos pertenecían a la clase alta del Puerto y Jerez, y Rafael a la clase media, la misma que sus compañeros –no de curso– en los Jesuítas del Puerto, Juan Ramón Jiménez, y Pedro Muñoz-Seca. No así Fernando Villalón, conde de Miraflores de los Ángeles, ganadero de bravo, caballista, arúspice y quiromante. Cuando en plena Guerra Civil, Rafael Alberti y María Teresa León se instalaron en el palacio incautado a los marqueses de Heredia-Spínola, Rafael Alberti rozó su sueño. Ya había visitado la URSS y se había reafirmado en su credo estalinista. Y de Moscú le mandaban puntualmente latas de caviar y botellas de vodka. También del PC de Huelva, le llegaban frescos los kilogramos de langostinos que, como ilusorio marqués, exigía. El gran poeta de Marinero en Tierra y A la Pintura, el poeta del mar, el mar azul y el mar abierto, se convirtió en un implacable comisario político. Miguel Hernández, después de visitarlo en «su palacio» , le despidió con indignado desprecio. «Aquí hay mucha puta y algún hijo de puta». Alberti jamás pisó el frente de guerra. Tampoco Bergamín. Sí lo hizo en diferentes ocasiones Miguel Hernández.
Y Federico rompió con Alberti por su hipocresía, crueldad y su «alejamiento del arte» .«Rafael, después de su viaje a la URSS, se ha vuelto más comunista que nunca, y ya no hace poesía sino mala literatura». La poesía la recuperó en su exilio de Buenos Aires con Baladas y Canciones del Paraná, y en Roma posteriormente, con Roma, Peligro para Caminantes. Así el enfado y mosqueo de la estatua de San Pedro en el Vaticano, un San Pedro harto de los besos que dejaban en sus pies de bronce los peregrinos católicos. Aquí recupera su gracia andaluza…
Foto Federico García Lorca.

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