Cultura/Educación

Degradación del mundo de la nombrada actividad intelectual

Auriga de Delfos

Por Armando de Armas.

A pesar de moverme en el mundo de las ideas, o de ser movido por el mundo de las ideas, he sentido siempre una suerte de desprecio preventivo por el intelectual al uso sobre todo en lo referente al ámbito isleño.

Al principio, sin poder desprenderme del pedestre positivismo impuesto en nuestros predios desde el XIX al menos, achacaba mi predisposición al posicionamiento de la intelectualidad, por norma, a favor de las más nefastas causas políticas –incluyendo el castrocomunismo- desde que se acuñara y popularizara el término durante el affaire Dreyfus en 1898 en Francia. Por no hablar del papel de los pensadores del iluminismo francés en el desencadenamiento de la carnicería de 1789, esa que aún no cesa, para el destronamiento de la monarquía por derecho divino y fiero y el entronizamiento  de la banca por derecho de propaganda y finanza; parimiento de la partidocracia.

Posteriormente el adentrarme en el estudio de las religiones comparadas me permitió aprehender un poco en el origen mismo de mi paradoja existencial en tanto persona que se desempeña en las proximidades del ámbito intelectual.

Y es que a mi modo de ver el mundo de la nombrada actividad intelectual se ha degradado, como se degrada todo lo manifestado. Ya, de por sí, el que se le nombre de ese modo es sintomático, pues nada tiene que ver con su origen. Del mismo modo el intelectual moderno está en las antípodas de lo que se supone fueron sus ancestros en la antigüedad.

Así, el autor y estudioso de religiones comparadas, Karl Kérenyi, constata en su obra La religión antigua que theoría, es decir, aquello que elaboran concienzudamente los intelectuales modernos, suena en todas las lenguas actuales distinto de lo que sonaba aún para los filósofos griegos.

Para los griegos, la contemplación sonaba doblemente como theoría, como thea, visión, y como horán, ver, los dos elementos de los que se compone la palabra. Lo que no es otra cosa que la expresión del placer religioso de ver: ver a los dioses y ser visto por ellos, el culmen de la experiencia religiosa griega.

Luego la actividad de los filósofos antiguos tenía más que ver con el visionario o vidente del presente que con el intelectual del presente aunque, ya sabemos, ambas profesiones en la modernidad son meras cofradías de charlatanes. La vuelta del filósofo que ve y es visto, que se adelanta a los acontecimientos y aconseja a la tribu, a la sociedad en este caso, se hace imprescindible para detener la degeneración del occidente no sólo por el enemigo foráneo sino por su propio racionalismo relativizante.

Así, como he escrito antes, tres virtudes existen que a mi entender no han de faltar al verdadero hombre de idea encarnada en verbo: vivencia, videncia y valor para contarla.

Armando de Armas es escritor y periodista.

8 Comments

  1. Ulises Fidalgo

    Gracias, Armando.

    • Silvia Méndez

      Muy bueno y mejor escrito.

    • Denis Fortun

      Excelente. Ver a los dioses, hace mucho que una gran mayoría petulante no lo hace, y ante tamaña arrogancia, los dioses se dedican que mirarse entre ellos. Y aquellos que aún levantan la mirada al olimpo, al cielo, que cantan la vivencia, ejercen la videncia, con el valor que eso implica, son los que podrán dar fe y noticia de lo que sucede, y quizas salvarnos…

  2. Armando

    A ti Ulises

  3. Pingback: Degradación del mundo de la nombrada actividad intelectual – – Zoé Valdés

  4. Alejandro González Acosta

    Brillante reflexión: mil gracias por compartirla,

  5. Armando

    Gracias a ustedes por leerlo y compartirlo.

  6. Heidys Yepe

    Excelente querido Armando, como siempre.

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