Por Carlos Manuel Estefanía.
La reciente decisión del presidente Donald Trump de despedir a los cientos de científicos que trabajaban en la sexta Evaluación Nacional del Clima ha desatado críticas en los medios y el ámbito académico. El informe, coordinado por la U.S. Global Change Research Program, tenía como objetivo continuar documentando los supuestos efectos del cambio climático causado por la actividad humana. Según Scientific American, “la administración Trump despidió a todos los científicos que trabajaban en la nueva versión del National Climate Assessment”, lo cual ha generado preocupaciones en torno a la dirección futura de esta evaluación oficial (Trump Dismisses Scientists Writing the National Climate Assessment, 29 de abril de 2025: Scientific American).
Sin embargo, más allá del escándalo mediático, el episodio abre una oportunidad poco común: la de repensar críticamente los fundamentos científicos y políticos que sostienen el discurso climático actual. ¿Estamos realmente ante un “ataque a la ciencia”, como claman algunos, o simplemente ante una saludable impugnación de un dogma que ha adquirido tintes casi religiosos?
Durante décadas, los informes climáticos promovidos por distintas agencias han sostenido que el ser humano es responsable de cambios peligrosos en el clima. No obstante, estas afirmaciones se basan en modelos predictivos cuya validez científica no está exenta de controversias. La climatología —una ciencia compleja y joven— se enfrenta a fenómenos multifactoriales que no pueden reducirse a una sola causa, ni mucho menos a un solo gas: el dióxido de carbono.
¿Por qué no destinar más recursos, en cambio, al estudio riguroso de otras formas de contaminación con efectos directos y medibles sobre la salud humana, animal y vegetal? Nos referimos a emisiones industriales tóxicas, partículas en suspensión, metales pesados en los suelos, o desechos químicos que se acumulan en ríos y océanos. Problemas reales, constatables y urgentes, que a menudo quedan relegados en favor del relato climático hegemónico.
Por supuesto, el clima cambia. Siempre lo ha hecho. Pero la gran cuestión es si el ser humano, en su escala actual, es capaz de modificarlo globalmente, y si esa hipótesis merece el estatus de dogma indiscutible. Muchos científicos disidentes —marginados o ignorados— han planteado dudas razonables sobre las afirmaciones de la climatología oficialista. Y es precisamente esa disidencia lo que el método científico debería cultivar, no reprimir.
En este contexto, la decisión de Trump —criticada por sectores progresistas— podría ser leída no como un ataque a la ciencia, sino como un intento de despolitizarla. No se trata de negar la existencia de problemas ambientales, sino de reequilibrar el enfoque: más investigación independiente sobre contaminación tangible y menos dependencia de modelos que proyectan escenarios apocalípticos para dentro de cincuenta o cien años.
La ciencia no es infalible ni inmune a la ideología. Por eso, lejos de condenar la decisión presidencial, conviene abrir un debate más amplio y plural. La verdad científica no se establece por decreto ni por mayoría, sino por la posibilidad de contrastar hipótesis, debatir evidencias y cuestionar supuestos.
Tal vez, al despedir a estos científicos, Trump no silencie a la ciencia, sino que contribuya a liberarla del pensamiento único.
Carlos M Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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