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Bajo el garapacho del cangrejo

Por Armando de Armas.

 

Acabo de descubrir en el muro de Norma Gálvez Rey esta foto del monumento al cangrejo en Caibarién; símbolo de esa ciudad. Una madrugada amanecí bajó ese cangrejo de piedra pero no recordaba cómo es que era en realidad, lo imaginaba más grande. En 1993 mi amigo Rodrigo Zúñiga y yo viajamos de Cienfuegos a la Villa Blanca para, de acuerdo con un grupo local, apoderarnos de un barco camaronero y escapar rumbo a EEUU (en uno más de varios fallidos intentos de fuga de la isla, el exitoso ya lo he narrado acá en el pasado). Habíamos aguardado en la casa de un pescador cercana al muelle a la espera de la hora cero. Hacía un calor de mil demonios y millones de mosquitos como flotilla de diminutos helicópteros atacando en picada. Estábamos en el piso, intentábamos dormir, a mi lado una chica trigueña cuyo rostro no recuerdo, entre su piel y la mía un mar de sudores, temores y tensiones; la eterna pulsión entre Eros y Thanatos

 

Alguien dio la señal y avanzamos rumbo al muelle, yo portaba una hoja de acero con una pantera negra en el mango nacarado. Alguien portaba un revólver descotable del 38 Smith & Wesson del año de la Martinica. Parece que un puto dio un pitazo pues nada más acercarnos al muelle, abrieron fuego contra nosotros con ráfagas de AK-47.

 

Cada uno se dispersó por dónde pudo. Zúñiga y yo nos mandamos a correr sin rumbo, pues no conocíamos la ciudad. Atrás, contra el pavimento, traqueteaban los ñangaras el instrumento. En mi vida siempre ha habido un punto en que los hados, en el momento más tremendo, vienen en mi ayuda y me sacan por los pelos, así, en el nombre de Dios he escapado a tiroteos, naufragios y broncas sin cuento. En ese punto de vida o muerte es que vimos, a la salida de Caibarién, el monumento al cangrejo y nos metimos de cabeza por entre sus muelas protectoras.

 

La monada en sus carros patrulleros en parafernalia de luces pasaba chillando gomas por la rotonda en torno al cangrejo, los jejenes atacaban con suma saña, ya cercano el amanecer los monos de la madre que los excretó empezaron a amainar en sus pases, más oscuro es cuando está a punto de amanecer. Esa noche había una lluvia de estrellas y cada vez que uno de aquellos malditos meteoritos, lo bendito se transmuta en lo bendito cuando los hados lo procuran, surcaba, rajaba la negritud del cielo con su estela de luz, yo pedía con fervor, con furia, con ferocidad, acorde con la tradición, Dios mío haz que salga yo pronto del infierno de esta isla.

 

Justo antes de que aclarara un ómnibus empezó a frenar frente al cangrejo al pasar la carretera y, sin pensarlo, nos mandamos a correr y lo abordamos a tiempo: era el primer ómnibus de Caibarién a Santa Clara. Apestábamos a mil demonios encabritados. Tomamos asiento cerca a la puerta de salida, por si la suerte terciaba mal. Bajamos la cabeza como si estuviésemos dormidos y, al final, nos dormimos para despertar en Santa Clara.

 

¿Dónde estará aquella chica cuyo rostro nunca vi? ¿Dónde los milicos que dispararon? ¿Dónde los fianas que en sus patrulleros nos buscaron?

 

Armando de Armas es escritor, ensayista. Editor Cultura/Educación.

 

3 Comments

  1. Ulises Fidalgo

    Fácil la respuesta. Son tus vecinos. Historias reales pero fabulosas.

  2. Maria E Valle Perez

    La Odisea de el Cubano que nunca se acaba.

    • Zoe Valdes

      Por favor, búscame por Facebook: Zoé Milagros Valdés Martínez. No te encuentro.

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