Cultura/Educación

El mundo muere pero Hemingway vive aún en Cayo Hueso

Ernest Hemingway escribiendo en la Finca La Vigía, en Cuba

Por Armando de Armas.

Bebo en un bar frente al Sloppy Joe’s Bar. En el Sloppy no cabe un alfiler más. En lo alto de la azotea, el logo por el 122 aniversario del natalicio del escritor Ernest Hemingway.

La foto en el logo es ya de sus años alcoholizado con la mirada dura y triste de quien lo ha visto todo y no quiere ver, sufrir su propio deterioro. En esa mirada anuncia el escopetazo del calibre 12 que se daría en la boca, mascando el cañón, volándose así media cabeza; a los 62 años.

​​Una paloma gorda se pavonea a unos pasos de mí. Hemingway la hubiese escopeteado. Bueno Hemingway no, porque decía que a la presa había que darle oportunidad de defensa o escape; me imagino que eso era para engañar su conciencia, para creerse bueno o al menos mejor de lo que era. Hemingway no, pero yo sí le diera el escopetazo; por tonta. Por su lejanía de lo celeste y su cercanía a lo terrestre, por su lejanía del águila y su cercanía a la gallina.

Toda una semana dedicada a celebrar al célebre escritor en Key West. Los festejos terminaron el domingo con la elección del hombre más parecido a Papa Hemingway. Muchos “papas” de pacotilla en la calle y en los bares. Una fila de “papas” con sus barbas, su cerveza o su wiskey en la mano y sus prominentes barrigas. ¿Alguno de ellos habrá escrito aunque sea un relato que valga la pena? ¿Habrá participado en una guerra? ¿Habrá matado un león? ¿Habrá salvado a un amigo en la batalla o habrá matado a alguien de un disparo por la espalda mientras huye?

Uniforme que usaba Hemingway el 8 de julio de 1918, durante la Primera Guerra Mundial, al ser herido de gravedad por la metralla de la artillería austriaca. Pieza del Museo de la Marina en Key West. Foto del autor

El 8 de julio de 1918, Hemingway fue herido de gravedad por la metralla de la artillería austriaca y, con las piernas heridas y una rodilla rota, fue capaz de cargarse en los hombros un soldado italiano para ponerle a salvo, caminando unos cuarenta metros hasta que se desmayó. Esta heroicidad hizo que el Gobierno de Italia lo reconociera con la Medalla de Plata al Valor. Estuvo a punto de perder su pierna de no mediar la intervención de una enfermera, una que terminaría convirtiéndose en su amante.

Pero, no todo sería heroísmo en el desempeño bélico del escritor pues, en el año 2006, se hizo público lo que había relatado de sus experiencias en la guerra a Arthur Mizener, profesor de literatura de la Universidad de Cornell, para el libro ¿Que le ocurrió a la calavera de Schiller?, a quién confesaría: “He hecho el cálculo con mucho cuidado y puedo decir con precisión que he matado a 122 prisioneros alemanes”. “Uno de esos alemanes era un joven soldado que intentaba huir en bicicleta y que tenía más o menos la edad de mi hijo Patrick”, Patrick había nacido en 1928, de suerte que la víctima germana debía tener 16 o 17 años.

Pero no sólo al profesor de Cornell confesaría el escritor su vocación de matarife, pues en una de sus cartas a su última esposa Mary Welsh, en 1944, Hemingway escribió: “Muchos muertos, botín alemán, tantos tiroteos y toda clase de combates” y, más adelante, en una misiva enviada a su editor, Charles Scribner, en agosto de 1949, relata: “Una vez maté a un kraut de los SS particularmente descarado. Cuando le advertí que lo mataría si no abandonaba sus propósitos de fuga, el tipo me respondió: Tú no me matarás. Porque tienes miedo de hacerlo y porque perteneces a una raza de bastardos degenerados. Y además, sería una violación de la Convención de Ginebra. Te equivocas, hermano, le dije. Y disparé tres veces, apuntando a su estómago. Cuando cayó, le disparé a la cabeza. El cerebro le salió por la boca o por la nariz, creo”.

Los papás de pacotilla con sus tres toros de madera. Foto del autor.

Antes de la competencia del más parecido a Hemingway, los “papas” participaron en un singular desfile taurino. La gente se aglomera, el calor sube, la cerveza baja en las gargantas, los hombres dan la vuelta a la manzana detrás de unos tres “papas” cabalgando toros de madera sobre ruedas empujados por otros; son como cien “papas” de pacotilla. Oleeeé, olé oléoleeeeeeé, entona la muchedumbre, algunos hacen el saludo franquista, muchas banderas de España, ahora Key West España, más España que la propia España. Una mascarada.

Bien, pero saben qué, es de admirar el pueblo que festeja a sus escritores famosos y no a sus reguetoneros, carretoneros y peloteros famosos ¿Se imaginan a un Miami o una Habana con una semana de festejos por Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera o Guillermo Cabrera Infante, inclusive, por Alejo Carpentier? No se lo imaginan verdad; parece que cada pueblo tiene los festejos que se merece.

Key West es Hemingway. Pero La Habana lo es más, la anterior al castrismo, claro. Lo que pasa es que La Habana nunca se percató, ni se percatará, de que ella es Hemingway, más Hemingway que Key West. El Sloppy Joe’s original está en La Habana desde las primera décadas del siglo XX.

A sugerencia de Hemingway el bar de Key West adoptó después el mismo nombre del de La Habana, pues en el de la céntrica esquina de las calles Zulueta y Ánimas el escritor bebió riadas de alcohol hasta que llegó el comandante y mandó a parar; a cerrar. “¿Bares para qué?” dijo el comandante.

Hemingway (21 de julio de 1899- 2 de julio de 1961) entregó la medalla del Nobel, ganado en 1954, a la venerada y veneranda Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, en su Basílica de Santiago de Cuba donde aún se conserva. Dijo entonces el escritor que lo hacía en reconocimiento al pueblo cubano, inspirador de su obra El viejo y el mar que lo había llevado a la cumbre vía Estocolmo. Así, La Habana inspiró, y en ella escribió, buena parte de su obra. Luego quizá lo más apropiado sería apuntar que si La Habana no es Hemingway, al menos, sí, La Habana estuvo, o está, en Hemingway; en su alma atormentada.

A mis espaldas música country. Al frente la paloma, más allá de la paloma, ahora los papas de pacotilla torean, ya borrachos, al toro de madera.

 

Armando de Armas. Escritor cubano exiliado, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental. Editor Educación/Cultura ZoePost.

Hemingway en Cojimar. Crédits : Alfred Eisenstaedt/The LIFE Picture Collection/Getty Images – Getty

 

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2 Comments

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  2. idd00jea

    Un gran escritor, que amó a la Cuba que le encumbró con su obra “El Viejo y el Mar”. Pero ahora solo le recuerdan en USA organizando fiestorras de “papas” mediocres.

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