Por Víctor Lenore/Vozpópuli.
Durante muchos años, no se pudieron elogiar los valores literarios de Madrid de corte a checa, la obra maestra de Agustín de Foxá. Pesaba demasiado la adscripción del autor al bando nacional como para admitir ningún mérito artístico. Leída ahora, cuando faltan trece años para que cumpla un siglo, resulta más sencillo apreciar su melancolía hipnótica, su percepción profunda del Madrid popular y -sobre todo- la advertencia de que la polarización política extrema solo puede llevar a la deshumanización y aniquilación del adversario. Las tres partes de la novela describen con precisión como se destruye España en el siglo XX: la decadencia de la monarquía («Flores de lis»), la decepción con el republicanismo («Himno de Riego») y la deshumanización absoluta de un Madrid convertido en capital del terror («La hoz y el martillo”). Como nos recuerda el gran Ignacio Ruiz-Quintano, Foxá era un católico que no perdonaba al comunismo que le hubiera obligado a hacerse de Falange, organización que el consideraba «la hija adulterina de Carlos Marx e Isabel la Católica», como la describió una vez a Ignacio Luca de Tena.
Vivimos ahora en otra realidad, pero nuestra monarquía también es decadente, el socialismo en el gobierno es presa de la retórica hiperventilada y el debate público sufre para salir del fango. A pesar de todo, no son siempre los extremos quienes hunden la vida nacional, sino el muermo de una clase dirigente que ha dimitido de sus obligaciones y solo piensa en sus intereses. Basta leer esta escena en el Congreso de los Diputados para comprobar que las cosas no han cambiado tanto: «En el zaguán, los fotógrafos ametrallaban con sus placas a los políticos que salían de evacuar consultas. Todos aconsejaban la formación de Gobierno a base de sus propios partidos. ‘La solución es un gobierno con participación socialista’, afirmaba Largo Caballero. Y Aguirre preconizaba un gobierno que concediera el Estatuto vasco”, escribe Foxá…
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