Por José Antonio Méndez/El Debate.
Es el psiquiatra forense más conocido de España. Y no solo porque lleve décadas apareciendo en los platós de televisión para analizar los casos criminales más mediáticos, sino sobre todo por la libertad de espíritu que exhibe a la hora de exponer sus argumentos. Aunque tal vez lo más llamativo es que después de haber examinado cara a cara a los peores criminales, y con más de setecientas autopsias en su haber –algunas, de casos realmente estremecedores–, el doctor José Cabrera (Madrid, 1956) sigue reconociendo que ni el mal ni el dolor le han hecho perder su fe en Dios.
–¿Puede la ciencia abarcar cuestiones que están más allá de la materia, como la existencia del alma, el bien o el origen del mal?
–Para la ciencia hay unos límites que son rígidos, porque la ciencia necesita evidencias, y la evidencia en el mundo de lo inmaterial no existe. Existe el sentimiento, la emoción, la intuición, la presunción… De modo que para la ciencia es terrible enfrentarse a lo inmaterial, porque está encorsetada en argumentos técnicos: existe el átomo, el aire, el fuego, las reacciones químicas… Pero, a pesar de eso, la ciencia está obligada, incluso moralmente, a entender «lo que técnicamente no existe». Por tanto, la ciencia solo conoce cosas en un muy estrecho margen, pero el gran mundo de lo que no se conoce es muy superior, y por ese motivo la ciencia está abocada a entenderse con lo inmaterial: con los sentimientos, las creencias, aquello que está en el corazón y no en el cerebro. Cuando, como en mi caso, uno tiene los dos componentes, la ciencia –soy médico y vivo en la realidad dura de cada día– y la creencia en una religión, en un Dios que te vincula, las cosas son aún más fáciles que cuando solo tienes ciencia o solo tienes fe.
–¿Y hay alguno que sea más importante que otro para la vida de la persona?
–Si hubiera que elegir entre la fe y la ciencia, me quedo con la fe. A estas alturas, el sentimiento es lo que me mueve, sin perder de vista el razonamiento. Yo no puedo ir por la vida con uno de los ojos cerrados, porque me doy un golpe. Así que compaginar la ciencia y la fe es lo que me da la ilusión de vivir. El hombre de ciencia está obligado a demostrarlo todo y el hombre de fe no tiene que demostrar nada; el hombre de fe no tiene que estar explicando si Dios existe o no, si cree o no cree, porque la fe es un sentimiento profundo del corazón, igual que uno cree en su mujer, en su novia, en su padre, en un amigo, en la lealtad, en la justicia… eso no tienes que demostrarlo. Lo que sí tienes que demostrar es que el átomo tiene electrones. A mí me ocurre como a Chesterton: a él no le importaba que hubiera hombres o mujeres que no creyeran en Dios; lo que le importaba es que el que no cree en Dios es capaz de creer en cualquier cosa. Ese es el problema.
–¿Qué es lo más complicado para que un médico forense mantenga la fe?
–La ciencia te erosiona, no solo la fe, sino también el sentimiento. Porque si todo lo buscas con ciencia, el sentimiento va en retirada. La parte más complicada para un psiquiatra forense que se ha pasado la vida haciendo autopsias, viendo asesinos y visitando cárceles, es «el silencio de Dios». Lo más duro es cuando estás con alguien que ha matado a cuatro personas, sin sentido alguno, o con un terrorista, o haciendo la autopsia de un padre, una madre y cuatro hijos que han muerto porque un camión se ha salido de la carretera, y escuchas por dentro un grito que te dice: «Pero ¿Dios existe?» Y tienes que tratar de entender que, a lo mejor, eso tiene un sentido. El silencio de Dios es la parte más dura para un hombre de ciencia como yo.
–Y eso ¿cómo se salva?
–Entregándote. Aceptando que, aunque no lo comprendas, eso tiene un sentido divino. Tienes que aceptar que una muerte horrible, un asesinato, un crimen, una injusticia, tiene que tener sentido. Porque Dios da la libertad de obrar, y el ser humano con esa libertad hace lo que le apetece. Si yo fuera solo materialista, y no tuviera fe, esto sería inllevable…