Por Manuel C. Díaz.
Este pasado 25 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Yukio Mishima, el escritor japonés más conocido en Occidente, uno de los más importantes y prolíficos novelistas del siglo XX y figura de culto que se suicidó cuando fracasó en su intento de provocar una sublevación militar y revocar la Constitución de 1947.
En efecto, el 25 de noviembre de 1970, Mishima penetró en el cuartel general del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón y junto a algunos de los miembros del grupo Tatenokai, una milicia creada por él con el fin de restaurar el poder del Emperador, secuestró a su comandante y lo obligó a reunir a la tropa en el patio del cuartel.
Cuando los soldados estuvieron formados en el polígono, Mishima se asomó a un balcón y desde allí los arengó a que participaran en el Golpe de Estado que le devolvería a Japón su antigua gloria imperial.
Sin embargo, su discurso no logró motivar a los militares. Al contrario, los hizo estallar en gritos de rechazo y no pudo terminar su alocución. Entre sorprendido y decepcionado, Mishima entró de vuelta a la oficina del comandante y conforme al ritual de los antiguos guerreros samuráis (poema de despedida incluido), se abrió el vientre con una espada corta mientras Masakatsu Morita, uno de los miembros de su grupo, esperaba el momento oportuno para (siempre de acuerdo al manual del Harakiri) terminar decapitándolo.
Su muerte, desde luego, conmocionó al país. Y es que, después de todo, Mishima era un reconocido escritor con más de veinte novelas, decenas de piezas teatrales y numerosos libros de cuentos publicados. Una suerte de escritor maldito -por sus provocativos textos y su comportamiento exhibicionista- que había irrumpido en la escena cultural de Japón en 1949 con Confesiones de una máscara, una exitosa novela en la que muchos críticos vieron elementos autobiográficos y que terminó siendo considerada como un clásico de la literatura japonesa contemporánea.
Pero a pesar del impacto que la noticia de su muerte provocó en el pueblo japonés, la forma en que terminó con su vida fue considerada por muchos como el último desatino de un escritor atormentado.
En realidad, en esos años setenta, el país ya se había modernizado y las costumbres del Japón feudal solo tenían sentido en las películas (Sanjuro, Rashomon, Los siete samuráis y Yojimbo) de Akira Kurosawa y Toshiro Mifune y en las fantasías del propio Mishima.
Nacido el 14 de enero de 1925 en Tokio, Mishima pasó los primeros años de su infancia bajo la tutuela de una enfermiza y dominante abuela que lo obligaba a permanecer encerrado en la casa sin contacto con otros niños y dependiendo solo de su fantasía para sobrellevar su soledad.
En esos años leyó vorazmente no solo las obras más importantes de la literatura europea, sino también de la japonesa, en la cual encontró, según sus biógrafos, los ideales de la tradición samurai -belleza, nacionalismo y honor- que terminarían siendo la fuente de inspiración para su literatura y para lo que se convertiría en su obsesión: la restauración del imperio japonés.
Pero mientras llegaba ese momento, entre la fundación de una milicia privada y su conversión en maestro de las artes marciales, Mishima continuó escribiendo y conformó un impresionante corpus literario (240 obras, entre novelas, cuentos, piezas teatrales y guiones cinematográficos) que lo hizo ser nominado en tres ocasiones para el Premio Nobel de Literatura.
Y aunque nunca lo ganó, le quedó el consuelo de que cuando Yasunari Kawabata lo obtuvo en 1968, declaró que “un genio como Mishima solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años” y se estuvo preguntando siempre, hasta el día de su muerte, cómo le habían dado el Premio Nobel a él, y no a Yukio Mishima, que lo merecía mucho más.
A cincuenta años de su muerte todavía muchos críticos se preguntan cómo un hombre en la cumbre de su carrera y que había alcanzado tanta celebridad y gloria, pudo morir de esa manera.
No creo que haya una respuesta a esa pregunta. Hasta ahora solo ha habido conjeturas y especulaciones.
El enigma de este talentoso escritor que vivió dividido entre la literatura, la política y su autodestructiva personalidad, sigue siendo eso: un enigma.
Manuel C. Díaz es escritor, periodista, crítico literario.
Siempre he estado de acuerdo con Yasunari Kawabata , Yukio lo merecía más pero el novel no demuestra nada. La pasión y la entrega de Mishima, sí.
Gracias por el recuerdo.
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