Cultura/Educación

Vidas paralelas: Morgan y Edison

Por Ulises Fidalgo.

Cleveland aún me sorprende. Hoy está repleta de baches que crecen con los hielos de cada invierno; cuando me dicen que prosperamos junto a uno de los Grandes Lagos, pienso en un inmenso cráter en Saint Clair Avenue, a la altura de Euclid. Pero hace un siglo la ciudad no estaba tan descuidada: el tráfico era intenso, y fue precisamente en ese bullicio que Garrett Morgan tuvo la idea de introducir una luz intermedia en los semáforos. Entre la roja y la verde colocó la amarilla, un respiro breve que regula todavía nuestras esquinas. Para cobrar su invento a General Electric tuvo que recurrir a amigos blancos como testaferros, y así su luz se convirtió en costumbre cotidiana, aunque su nombre no alcanzara la fama que merecía.

Morgan había nacido en 1877, en Kentucky, hijo de esclavos liberados. Sin estudios completos, se formó a sí mismo y abrió un pequeño taller en Cleveland. Fue un autodidacta práctico: además del semáforo, inventó un peine de alisado de cabello y una máscara antigás que salvó a mineros y soldados. Murió en 1963, discreto, dejando un legado que todavía ilumina la prudencia de la ciudad.

Thomas Edison nació en 1847 en Milán, Ohio, un pueblo que prosperaba gracias al comercio fluvial. Su infancia hubiera sido tranquila, si no hubiese aparecido el ferrocarril, desplazando a Milán y obligando a su familia a marcharse a Michigan. Con apenas educación formal, se convirtió en autodidacta y patentó más de mil inventos: la lámpara eléctrica, el fonógrafo, el cine sonoro. Como el tren que lo sacó de su infancia, Edison transformó pueblos, costumbres y horarios de toda América. Fue el “Mago de Menlo Park”, celebrado como símbolo del progreso industrial.

 

 

«Banyan tree of Thomas Edison» by milan.boers is licensed under CC BY 2.0

Ambos trabajaron con la luz. Edison la encendió en los hogares, prolongó los días y volvió artificial la noche. Morgan la ordenó en las esquinas, marcó pausas y salvó vidas en el tráfico urbano. Edison fue espectáculo y mito nacional; Morgan, un artesano de la prudencia cuya luz sigue guiando las calles.

a close up of a statue of a man with a brain on his head
Photo by Thi Nguyen Duc on Unsplash

Si Plutarco los hubiera emparejado, diría que Edison representó la fama que cambia territorios y costumbres, mientras Morgan encarnó la inventiva que protege la vida cotidiana. El tren sacó a Edison de su infancia tranquila y lo convirtió en símbolo de la América industrial; Morgan, en cambio, fue el hombre que, con otra luz, reguló el vértigo de esa modernidad que no siempre lo reconoció.

Y hoy, cuando Cleveland se llena de baches que crecen con los hielos del invierno, pareciera que ni la bombilla de Edison ni el amarillo de Morgan alcanzan para iluminarnos el camino. Pero en ambos, distintos en fortuna y memoria, habitó el mismo espíritu americano de superación: la voluntad de convertir la invención en un modo de hacer la vida más llevadera.

 

Ulises F. Prieto es escritor y profesor de Matemáticas.

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