Por Ray Luna.
Prefiero que ella lo haga. Lo opuesto sería como llevar de copiloto a un chihuahua con sobredosis de cafeína. Se siente más segura haciendo de timonel. Aunque ya saben cómo va el dicho mujer al volante…
Leo mientras la Sra. de Luna conduce a sus anchas sobre un asfalto impecablemente liso. El tráfico a esa hora suele ser muy ligero. Vamos rumbo al 2022. Nos dirigimos al mundo que, paradójicamente, siempre queda en tercer lugar. No importa, nos aguardan más de dos milenios de cultura culinaria. Sospeché una deliciosa Navidad. En el asiento trasero, Luna H se ha rendido —otra vez— en los brazos de Morfeo.
A la izquierda, semidesérticas montañas. A la diestra, el undoso Pacífico. De repente, se revuelve el estómago. ¡Qué contraste! El escenario frente a nosotros es desconcertante. De un lado, un cuasiprístino orden; del otro, la, como diría un griego antiguo, acosmia o absoluta falta de orden. Aunque, hay que vivirlo para sentirlo, porque no es una simple revoltura en el estómago lo que la imagen produce. También escalofríos.
No obstante, cualquiera que haya visitado la frontera sabe que del lado mexicano hay una economía bullente. Vivir cerca tiene ventajas inimaginables.
Existe una creciente industria de servicios médicos de toda clase, turismo, restaurantera, automotriz, etc., creada sólo para el consumo gringo. (Cuando digo gringo, también incluyo dentro del término a los mexicanos que viven del otro lado haciendo trabajos manuales y que son tratados acá cuales grandes señores por tener la buena costumbre americana de dejar muy buenas propinas y no andar regateando precios. Después de todo, pagan con una moneda que tiene al día de hoy veinte veces el valor del peso.)
Así como el Primer Mundo se tercermundiza, también el tercero tiene áreas que compiten con aquel.
Por supuesto, la “derrama económica” se deja ver por doquier y salpica a muchos. Y todo a pesar de la violencia del narcotráfico. Si bien estas ciudades se encuentran recurrentemente sucias y son caóticas en cuanto al trafico vehicular y la arquitectura urbana, allí los nuevos negocios parecen brotar de la tierra como hongos. Además, la frontera no nada más es especial por su bilingüismo —habitada por híbridos seres—, sino por tener un régimen fiscal menos agresivo que las otras regiones (con una economía estúpidamente centralizada).
Uno de los servicios más ventajosos que ofrece la frontera mexicana es el aeroportuario. Sus aeropuertos tienen una buena infraestructura y los boletos de avión cuestan hasta 90% menos que en el país vecino. Por eso muchas personas que viajan a la Ciudad de México, Guadalajara, Cancún o, incluso, Centro América, prefieren manejar hasta la frontera y dejar su auto en una pensión. Todo por un precio más que módico.
Gracias a la globalización (que no globalismo) la familia degusta alguna chuchería en Starbucks. “Un café Americano para mí, por favor”.
Mil millas recorridas sobre ruedas y alas en un sólo día. El mundo se ha hecho más pequeño. Eso asusta. ¡Qué pensaría Verne!
Al fin llegamos a la que una vez fuera “la gran Tenochtitlán”, la cabeza de un imperio que, a juzgar por las Cartas de relación del conquistador (y otros cronistas), era un lugar extremadamente limpio y ordenado en comparación con cualquier ciudad europea del XVI. No sólo Tenochtitlán, también sus habitantes eran muy limpios y pulcros en su persona, pues se bañaban varias veces al día y se limpiaban los dientes cada una de las múltiples ocasiones, durante el día y la noche, en que debían rezar. Pero de eso no queda nada.
El 24 de diciembre es un mal día para viajar a la Ciudad de México. A la salida del Aeropuerto tuvimos que esperar más de una hora para tomar un taxi.
La mesa vestida de gala: hay romeritos con camarón, pierna de cerdo al horno, bacalao a la vizcaína (guisado con su chile güero), ensalada de manzana, espaguetis, Martinelli’s, cerveza Nochebuena, y quién sabe cuántas cosas exquisitas más han preparado nuestros anfitriones. Pero yo, que soy cubano de nación, no puedo más que pensar en que fue en este zaguán, bajo esta buganvilia a punto de florecer que abracé —no sé cuántas veces— a mi madre aquella lejana navidad del 2008.
El 27 por la mañana llamo a la agencia de paquetería, me dicen que cuesta 18 dólares enviar kilogramo y medio a Cuba. Tomamos prestado un auto y manejamos hasta el Metro Rosario. Pagamos el estacionamiento y nos sumergimos en una de las redes de transporte metropolitano más grandes del mundo.
Dicen que el metro de París tiene estaciones que huelen a orines, el de Londres es tétrico y el de Moscú distópico. Nunca he estado en París, ni en Londres o Moscú, pero estoy seguro de que el metro de la Ciudad de México no huele precisamente a rosas. (Imagino que si el infierno existe ha de tener un hedor similar.)
No sé qué requisitos haya que cumplir para tener una agencia de paquetería a Cuba, aparte de tener alguna conexión con los hijos de puta de la embajada; pero me figuro que estos tugurios están colocados en colonias(barrios) populares (pobres y peligrosos) de la Ciudad de México con el único propósito de hacer aún más difícil y trabajoso el proceso de proveer a nuestros parientes algún artículo de primera necesidad o, incluso, algún alimento.
¿Hubiéramos podido llegar hasta allí conduciendo? Tal vez, no lo sé. La ciudad es laberíntica; es muy fácil extraviarse e ir a parar a lugares letales. Y en el metro, como dicen los mexicanos, “no hay pierde”.
El metro de la Ciudad de México, al contrario de otras ciudades, no es peligroso si se lo compara con la superficie.
Para llegar aquí:
Tuvimos que transbordar en diferentes estaciones.
El posrevolucionario priísta hiere la vista.
Otras estaciones del metro están adornadas con murales al estilo de Rivera, Clemente Orozco y Alfaro Siqueiros. Mas con ninguno de esos, por suerte, nos topamos en nuestro recorrido.
Bajamos en la estación del metro Oceanía y caminamos unas cuantas cuadras repletas de negocios de ropa, papelería y comida. Al llegar nos sorprendió el hecho de que la “agencia” estuviera ubicada en lo que parecía un edificio de apartamentos, no de oficinas.
Tocamos el timbre y acto seguido un señor asomó la cabeza por una ventana desde el segundo piso. Voceó: “¿van a enviar un paquete?”.
Un dispositivo eléctrico permitió que la puerta del garaje se abriera. Entramos por un pasillo oscuro repleto de paquetes envueltos en bolsas de plástico de color azul. Vi varias motos eléctricas y calculé que debían pesar al menos unas trescientas libras. A 18 dólares por kg y medio, saque usted la cuenta.
El lugar parecía completamente improvisado.
Subimos hasta allí por unas escaleras desniveladas mientras, asombrados, observábamos montones de paquetes groseramente embalados ocupando todo el espacio.
Uno puede pensar que este es un negocio amateur, pero allí habían alrededor de tres toneladas de víveres y todo tipo de cosas. Incluso, partes de automóviles.
Todo el tiempo que estuvimos allí, sentimos algo muy parecido al miedo.
El desorden y la suciedad nos hicieron creer que sentíamos miedo cuando en realidad sentíamos algo muy parecido: estábamos en presencia de la miseria. No podíamos creer que en aquel cuchitril apestoso, no solamente se manejase semejante cantidad de dinero, sino que desde allí, desde aquella cueva de ratas, Luis Alberto López-Calleja y Alejandro Castro Espín monopolizacen absolutamente toda la miseria del pueblo cubano.
“El próximo embarque sale el día 15 por Aerovaradero”, me dijo el empleado. Pregunté, como quien no quiere, qué clase de cosas suele mandar la gente a Cuba. “De todo, básicamente puedes mandar cualquier cosa, excepto coches”, respondió impasible.
A 18 dólares el kilo y medio y siendo Aerovaradero la única agencia de paquetería operando en la isla, lo primero que deduje fue que perdimos. Hay cuchitriles como este trabajando día y noche en todo el mundo. Estamos derrotados.
El pueblo cubano es un prisionero cuya manutención corre a cargo, no de sus captores, sino nuestra.
Tres toneladas me convencieron de que esta empresa criminal que es el castrismo ha encontrado medio para centralizar totalmente los beneficios que produce el secuestro. Tres toneladas de paquetería son miles de cubanos manumisos trabajando en pro de su antiguo amo: el castrismo.
El pueblo cubano es un prisionero cuya manutención no genera réditos y cuya destrucción no tiene costo para el régimen. Tres toneladas de paquetería a Cuba significa que hay miles de cubanos alimentando el monstruo.
Y aunque no fue un desengaño difícil de asimilar, duele. Mucho, muchísimo. Ese día percibí la miseria del pueblo cubano con tal pesadumbre y angustia que aún hoy siento en la garganta una resequedad insoportablemente áspera.
La señora Luna me tomó de la mano para calmarme, tiene ese efecto en mí. Mi suegra, en cambio, tenía los ojos abiertos y llenos de indignación. Al salir no atinó a decir otra cosa: “¡Dios santo!”.
En total pagué unos tres kilos. Mandamos algunos regalillos de Navidad y una cámara fotográfica con la que un pariente pretende ganarse la vida allá adentro.
El paquete aún no llega. Pero he logrado averiguar que esta empresa utiliza los servicios de TRUCA CURIER, S.A. de C.V., probablemente vinculada al régimen a través de Aerovaradero (cuya página de Facebook, por cierto, no me parece esté bajo el radar de quienes se dedican a boicotear los negocios del régimen).
(Fotos del autor).
Ray Luna es filólogo y bloguero reaccionario.
Deprimente, como todo lo que se refiere a los que se lucran con la desgracia que nos cayó a los cubanos en enero de 1961.
Desgarrador y excelente reportaje de Ray Luna, con la mirada certera a la que nos tiene acostumbrados. Qué bueno que regresó: se le echaba de menos.
Gracias Alejandro, ha sido un inicio de año muy ocupado. Pronto si Dios quiere retomaré el ritmo 😎
Cómo duele! Muy acertado su artìculo. Cómo podremos ganar así. Dios nos ayude.
Querida Heidys, me sentí derrotado ese día, no lo voy a negar. Sin embargo, hay en la historia antigua y moderna innúmeros casos en que los esclavos se rebelan y terminan liberándose.
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