Por Manuel C. Díaz.
Ya otros lo han dicho. No importa cuántas fotos o películas de Venecia uno haya visto. Nada prepara al visitante para el impacto visual que esta cautivadora ciudad provoca. Al menos, esa fue mi impresión la primera vez que la visité. Cuando el vaporetti deja atrás la laguna y enfrenta el Gran Canal, con la Plaza de San Marcos a la derecha y la blanquísima Basílica de Santa María della Salute a la izquierda, el deslumbramiento es inmediato. Y si es en horas de la tarde, cuando las leves tonalidades del sol suavizan su resplandor sobre las fachadas de los palacios que parecen flotar en las orillas, es amor a primera vista.
Así le describí a mi hija y a su esposo la llegada a Venecia, una de las ciudades que pensábamos visitar en un viaje que comenzaría en Milán y terminaría en Roma, con paradas en Verona, Florencia, Pisa, Monterroso, Sorrento y Capri. Era un viaje que habíamos planeado con cuidado desde el año anterior. Mi esposa me había ayudado en los preparativos iniciales. Ya teníamos los pasajes comprados, el auto rentado, los mapas de las carreteras estudiados y los hoteles reservados. ¿Qué faltaba? Nada. Atravesar el Atlántico.
En el aeropuerto de Milán nos esperaba el auto. Así que tomamos la autopista y en menos de tres horas llegamos a Venecia. Bueno, es un decir. A Venecia no se puede llegar en auto. Hay un chiste que dice que las únicas ruedas que usted verá en Venecia son las de su maleta.
Y es cierto. Hasta la policía y los paramédicos se desplazan en lanchas. Cuando se deja atrás la ciudad de Mestre, último pedazo de tierra firme, y se cruza el Puente de la Libertad, hay que dejar el carro en uno de los estacionamientos de la Piazalle Roma.
Nosotros dejamos el nuestro en el Parqueo Municipal, que es bastante económico (15 euros por día) y arrastramos las maletas hasta el embarcadero donde se puede tomar el vaporetti o un taxi acuático. Un consejo: tome un taxi que lo lleve directamente a su hotel utilizando los canales interiores.
El nuestro estaba en la Plaza Santa Marina, cerca del puente Rialto, uno de los lugares más emblemáticos de Venecia. Sólo tres puentes cruzan el Gran Canal, y el Rialto es uno de ellos. Los otros dos son el de la Academia y el de los Descalzos, cerca de la estación de trenes. Como habíamos llegado casi al anochecer no era mucho lo que podíamos hacer. Así que después de dejar el equipaje y darnos una ducha, fuimos a cenar a uno de los tantos restaurantes que con sus mesas al aire libre se alinean a lo largo del Gran Canal en las inmediaciones del Rialto. Una advertencia: toda el área es una extendida trampa turística. Ya se sabe: el menú sobre un atril en la acera, los camareros asediando a los posibles comensales y una comida average. Sin embargo, fue una experiencia encantadora. Reminiscencias de Aznavour. ¿Quién se resiste al embrujo de cenar bajo el cielo veneciano con una buena botella de vino, el puente iluminado a lo lejos, la gente caminando sin prisa por el muelle y las góndolas navegando bajo la luna?
Al otro día, temprano en la mañana, nos dirigimos a la Plaza de San Marcos. Pensamos que a esa hora las colas para entrar a la Basílica no serían tan largas. Nos equivocamos. La Plaza de San Marcos está llena a todas horas. Y es que aquí se concentran las principales atracciones: la plazoleta que está frente al Gran Canal con las columnas del león alado y la de San Teodoro, la Basílica con su baptisterio, el Palacio Ducal con su Puente de los Suspiros, la Torre de la Campanilla y la Torre del Reloj con sus dos figuras de bronce golpeando en lo alto la campana. ¡Ah! Y las famosas palomas de San Marcos. Si no les tiene miedo, deles de comer y retrátese con ellas picoteando en sus manos. Son fotografías que atesorará para siempre.
No deje de entrar a la Basílica; es una visita primordial. Su interior, por los mosaicos que adornan el domo principal y sus cúpulas laterales, resplandece en múltiples tonos dorados. Uno de los mosaicos recrea la entrada del cuerpo de San Marcos a Venecia, que, según la leyenda, fue recuperado en Alejandría y regresado a la ciudad, oculto en un barril. Desde entonces, los restos del santo evangelista se encuentran en una urna sobre la mesa del altar mayor. Afuera, en la fachada principal, los famosos cuatro caballos de bronce (Cuadriga Triunfal) parecen proteger la basílica desde el atrio.
Casi frente a la Basílica se encuentra la famosa Campanilla, desde cuya altura puede verse toda la ciudad de Venecia. La vista es impresionante. No deje de subir para que pueda ver el Gran Canal en toda su serpenteada extensión. A diferencia de otras torres italianas, en esta no hay tortuosas escaleras de caracol. Se llega al último piso en un moderno ascensor. En cada uno de los miradores laterales hay información sobre los diferentes puntos de interés de esa parte de la ciudad. Pero más que una oportunidad para aprender historia es una ocasión única para disfrutar vistas espectaculares. No olvide su cámara fotográfica.
Cuando baje de la Campanilla no deje de visitar el Palacio Ducal. Es algo que vale la pena. No sólo por la magnificencia de sus salones, donde pueden verse numerosas pinturas del Tintoreto, sino por su importancia en la historia política de la República Marítima. Aquí están las habitaciones privadas de los Dogos, así como las cámaras de tortura donde los prisioneros eran interrogados antes de ser enviados, a través del Puente de los Suspiros, hacia la cárcel contigua.
Del Palacio Ducal caminamos hasta el Puente de la Academia para cruzar hacia el barrio de Dorsoduro, donde se encuentra la Basílica de Santa María della Salute, menos lujosa que la de San Marcos, pero muy cerca del corazón de los venecianos por haber sido construida para dar gracias a la Virgen por poner fin a la epidemia de 1630.
Santa Maria della Salute se alza majestuosa en la entrada del Gran Canal. Su construcción comenzó en 1631, un año después de la plaga, y demoró medio siglo en ser terminada. Como dije, esta Basílica no tiene el esplendor de la de San Marcos, pero la armonía arquitectónica de sus cúpulas semiesféricas y la inmaculada blancura de sus exteriores, hacen que resalte a la vista de los visitantes. Su cúpula principal, de sesenta metros de altura, está rodeada en su parte inferior de amplios ventanales por donde entra la luz. Su altar está adornado con estatuas de mármol que representan el fin de la peste. En su centro hay una imagen de la Virgen de la Salud.
Antes de regresar al hotel decidimos dar el paseo en góndola que teníamos pendiente. Hay dos estaciones principales donde se puede alquilar una góndola: San Marcos y el Rialto. Pero nosotros encontramos una a medio camino del hotel y el precio, sin regatear, era el mismo que el de las otras. Como estábamos en un canal interior, lo que hicimos fue asegurarnos que el paseo incluía también una vuelta por el Gran Canal. Y es que, si la góndola no sale al Gran Canal, la experiencia no vale la pena. Ni, aunque el gondolero cante. El nuestro no cantaba, pero se comportó como un verdadero guía, dándonos información de todo tipo y enseñándonos los principales palacios, como el Cá d’ Oro (Casa de Oro) y el Cá Rezzonico, sede del museo del ‘700 veneciano, así como las casas donde vivieron figuras famosas, entre ellas la de Goethe.
Pero el viaje llegaba a su fin. Al otro día dejamos Venecia. Tomamos un taxi acuático que nos recogió en un embarcadero que había detrás del hotel. Fue una despedida alegre. Y luminosa. Era temprano en la mañana y Venecia despertaba a la vida. Pudimos ver toda la actividad comercial del Gran Canal: las lanchas descargando los productos, los vaporetti transportando a la gente a sus trabajos, los taxis acuáticos con ejecutivos de cuello y corbata parados en la cubierta, los amigos saludándose de una lancha a la otra.
En fin, lo que los venecianos han estado haciendo durante siglos. Antes de que el taxi tomara un canal interior que desembocaba en la Piazalle Roma, miramos hacia atrás y nos despedimos en silencio de esta incomparable ciudad. Recogimos el auto y cruzamos el Puente de la Libertad. Florencia esperaba por nosotros. Pero ya eso es otra historia.
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario. Fotos Archivos del Autor.
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Me fascina leer estos viajes tan bien explicados y detallados. Es como ir a visitar ese lugar! Gracias Zoe por traernos cultura, arte, y buenos escritores !! Que se repita!!