Sociedad

V Domingo de Cuaresma

Por Antonio Marrero.

“Aquel de vosotros que este sin pecado, que le arroje la primera piedra.” (Jn. 8, 7)

En este quinto domingo de Cuaresma, y justo una semana antes de comenzar la Semana Santa, la liturgia de la Palabra nos presenta este pasaje de la mujer adúltera que le traen a Jesús; nuevamente los escribas y fariseos aparecen con la intención de ponerle a prueba, esta vez con un conflicto judicial.  Le trajeron una mujer que había sido sorprendida en adulterio y le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrantemente en el acto mismo de adulterio. En la ley de Moisés se nos ordena apedrear a tales personas; Tú, pues ¿Qué dices? (Jn. 8, 4-5). Lo primero a resaltar la actitud de los escribas y fariseos, ellos se presentan como cumplidores de lo que la ley dice en Levítico 20, 10 y Deuteronomio 22, 22, en ambos textos se nos dice que el acto de adulterio debe ser castigado y la sentencia es lapidación. Las intenciones de las autoridades judías están movidas, por la prepotencia y el orgullo, en ellas hay una doble intención, no solo se sirven de esta infeliz mujer para hacer resaltar su buen hacer moral, sino que además, sirviéndose de ella intentan hacer de Jesús también su presa; si Jesús responde que se debe perdonar, viola la ley de Moisés, y seria condenado por esto, si de lo contario dice que debe ser condenada a muerte, entonces violaría la ley civil o romana que ya desde el año 30 habían reservado las condenas de muerte solo al gobernador de turno. La actitud de Jesús es magistral, nos dice San Juan que Él sabiendo que le decían esto para tentarlo y tener un motivo para condenarlo, ya sea desde el ámbito religioso como desde el civil: “Jesús inclinado escribía en el suelo” (8, 6) Esta imagen mística de Jesús inclinado escribiendo en el suelo, sobre el polvo, en la tierra, es toda una alegoría a dos momentos trascendentales de la existencia humana, por un lado es la imagen de Dios quien con sus propias manos modela del barro al primer Adán (Gn. 2, 7) y por otro al mismo Dios que entrega las tablas de la ley a Moisés escritas con su propio dedo (Ex. 31, 18).

¿Por qué el adulterio es un pecado que merece el castigo de muerte? Para entenderlo, debemos comprender la manera como Dios se relaciona con su pueblo, en el antiguo testamento una de las imágenes que se utiliza es la esponsal, una promesa de fidelidad mutua que desemboca en el desposorio definitivo, Dios es el novio e Israel la novia: “Qué hermosos tus amores, hermosa mía, ¡novia! ¡Que sabrosos tus amores! ¡Más que el vino Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos! Miel virgen destilan tus labios, novia mía. Hay miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos, como fragancia del Líbano. (Cat. 4, 10-11). Esta misma imagen la encontraremos en el nuevo testamento, Jesús el novio, la Iglesia la novia: “Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.” (Apc. 21, 2). En el matrimonio cristiano el esposo ama, respeta y cuida a su esposa de la misma manera que Cristo, ama, respeta y cuida a la Iglesia, y ambos, esposo y esposa asumen este compromiso de fidelidad perpetua, hasta que la muerte los separe.

Ante la insistencia de los escribas y fariseos Jesús enderezándose, les dijo: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra” (Jn. 8, 7-8).  La respuesta de Jesús es propia de la sabiduría salomónica, pero hay algo mucho más profundo, es todo un llamado de atención a la conciencia de sus coterráneos, es como ponerlos de frente ante el espejo de sus vidas, y se hallan totalmente al descubierto, saben que han transgredido la ley, según el Levítico: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adultero como la adultera.” (Lv. 20, 10) ¿Dónde está el adultero?   Según el Deuteronomio: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.” (Dt. 22, 22). ¿Dónde están los testigos que acusan a la mujer? Y ¿Dónde esta el esposo de la mujer que es a quien se le está permitido hacer la acusación? Sorprendidos en sus verdaderas trasgresiones dice el evangelio que se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Aquí tenemos que hacer un alto e ir hasta el fondo de este pasaje, porque la transgresión es hacer el mal y el pecado es muerte, por lo que hay algo más oculto y que es mas condenable que la transgresión misma y es el pecado de omisión de la multitud  y esto consiste en no hacer nada, es el pecado más común y que está siempre acompañado de la crítica, ¿quienes critican?, aquellos que nunca hacen nada y se toman el derecho de cuestionar a los que si se atreven hacer, los seres humanos estamos siempre llamados hacer algo y hacer todo lo que se pueda en esta vida, sin temor al fracaso, nuestras caídas nos enseñan a poder andar con mas firmeza cada día, lo importante no esta en fracasar o caerse, está en saberse levantar, aprender la lección y que nos sirva en nuestros propósitos de una vida mejor. Critican al que se arriesga, ¿a quién no critican?, a los que jamás se arriesgan a realizar acciones concretas, esa gente nunca será criticada ni cuestionada, pero están condenados a quedarse siempre en la mediocridad.

Jesús queda a solas con la mujer, sin que nadie la haya condenado, la espiritualidad cristiana nos presenta una de sus verdades fundamentales: “el mirar de Dios” es cierto que esta verdad es casi desconocida por los cristianos de hoy; para  los grandes místico lo que salva es la mirada, lo que mueve la conciencia del ser humano y le motiva y da fuerzas para vivir, está en la manera como percibe que se le mira; es la mirada que perdona, libera y salva, Jesús la miro y la amo, ella percibe esa mirada, distinta a todas las demás, su mirada no es de deseo, ni codicia, ni de condena, su mirada es creadora, que restaura todo y lo hace nuevo, es sin duda la mirada del amor. Los seres humanos debemos aprender a tener una mirada libre, ante todo, solo así podemos responder de manera afirmativa a la llamada a la libertad que Dios nos hace cada día, abrirnos a una actitud de acogida, de cordialidad, delicadeza, benevolencia para con el prójimo. “Tampoco yo te condeno. Vete, y en lo adelante no peques más.” (Jn. 8, 11). En el Señor no hay condena, a diferencia de lo que piensan muchos Él no ha venido a condenar, ha venido a salvar: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El.” (Jn. 3, 17) Y la salvación consiste precisamente en dejarse tocar por la ternura y el amor de Dios, esta experiencia en la persona transforma su vida, la levanta, y la salva de las piedras que suelen tirar otros en este mundo, y de esas otras piedras con las que suele ella misma agredirse, su pasión descontrolada y de su inmadurez afectiva. Conocer a Dios a través del conocimiento de Jesús es vivir en la ley del amor apoyados en la fe y la verdadera justicia, la que viene del mismo Dios: “Todo lo considero perdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo.” (Flp. 3, 8)    

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Antonio Marrero, es teólogo y biblista.

 

 

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