EDITO

Una primavera que nos cambió para siempre

Por Pablo Pacheco Ávila.

Anoche me costó conciliar el sueño, quedé atrapado en los recuerdos de un pasado que aún lastiman,una cicatriz que no sana y no se olvida. Veinte y dos años de aquella primavera que nos cambió para siempre.

La temperatura ambiental era divina, el ambiente político era un volcán.

Recuerdo como si fuera hoy a las fuerzas del poder; irrumpieron en mi hogar, el odio y la intolerancia secuestraban mi domicilio.

Los militares parecían lobos tras su presa, en verdad me resultaron muy ridículos e infames.

La hipocresía era el reflejo mas visible de mis vecinos que sirvieron de testigos a la ignominia de un régimen totalitario, ese día sentí vergüenza de algunas personas, prefirieron refugiarse en el miedo y la doble moral a zafarse de las cadenas de la opresión.

Comprendo que el miedo y la doble moral son opciones en la vida, pero no son las únicas opciones.

Desde ese dia todo cambió en la vida de mi familia, nunca más fuimos los mismos.

Demasiado daño sufrió mi hijo de cuatro años; una edad en que nada es comprensible, cargó con la Cruz de ser el hijo de un contrarrevolucionario y eso en Cuba es más que una espada de Damocles pendiente sobre una cabeza.

Veinte y dos años después comprendo menos lo que ha ocurrido en las últimas seis décadas en mi patria, una dictadura detrás de la otra y con posibilidad de una tercera si nos aferrarnos a dioses falsos, dioses falsos que desde dentro y fuera de la isla cocinan un pastel y que la mayor tajada quede en sus bolsillos, las migajas para el pueblo, total las masas se manipulan según el rumbo que tome el viento.

Anoche recordaba a los que ya no están, mi respeto eterno para ellos. Recordaba a mis verdugos, recordaba a los testigos que se vendieron por miedo y por mierdas que fueron, total hoy nadie les recuerda por miserables.

También hoy recordé una tarde en » La Polaca » en la tenebrosa Agüica, en la radio transmitían noticias de Radio Rebelde y entró la señal de Radio Martí y cuál sería mi sorpresa, mi madre era entrevistada en Miami para saber de mi situación, fue un sentimiento increíble, lloré en silencio de orgullo y por la esperanza de no estar solo.

Buscábamos e intentábamos tener una Cuba diferente y nos enviaron a prisión, intentaron silenciarnos y fuimos más gritones, quisieron cortarnos la voz y solo nos dieron una herramienta más eficaz para desnudar la cruda realidad de las cárceles cubanas, buscaron debilitarnos y nos hicimos más fuertes.

Hoy lo que más recuerdo es a Cuba, pero se cumple una vez más la regla «Cuando el miedo es más grande que el dolor, somos simplemente esclavos de la vida».

 

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