Sociedad

Una fiesta para entristecerse

Por Dámaso Barraza.

Hemos sido testigos de un hecho muy triste, que en la noche del jueves 5 de diciembre de 2024, en medio de apagones y carencias, Sandro Castro, nieto de Fidel Castro, celebró su cumpleaños en el exclusivo Bar EFE en La Habana. La fiesta, anunciada como “la más grande en años”, convocó a sus asistentes con un código de vestimenta blanco y tarifas de hasta 15,000 CUP por mesa, destacando un lujo inalcanzable para la mayoría de los cubanos.

Mientras veíamos cómo Sandro Castro compartía imágenes de su velada en redes sociales, cuántos de nuestros amigos y familiares en la Isla nos contaban cómo la ciudad enfrentaba otra noche de calor, oscuridad y privaciones. Su celebración, más que un evento social, nos dejó claro una vez más, el abismo entre los privilegios de la élite y la realidad de un pueblo que enfrenta una crisis profunda, abriendo un debate sobre las desigualdades que persisten en la Cuba revolucionaria actual.

Claro, no faltaron los periodistas, los influencers

Era de esperar que las redes sociales estallaran ante la noticia y suscitaran una intensa controversia. En un torbellino de acontecimientos, muchos periodistas e influencers se hicieron eco de la situación, amplificando voces de repudio y defensa. El 3 de diciembre pasado, el periodista de Radio Martí, Mario J. Pentón, en su programa transmitido a través de su canal de YouTube[1], ofreció un análisis crítico sobre la ostentosa celebración del cumpleaños de Sandro Castro. Durante su intervención, Pentón no solo comentó los detalles del evento, sino que también reflexionó sobre su impacto social y político, expresando su opinión de manera contundente y resaltando las contradicciones que esta situación genera en el contexto cubano. En ese espacio, se analizaron las declaraciones de Carlos Rogelio Bolufé, conocido en Instagram como «Carlucho» o «Carluchín Verde», quien organizó el evento. Bolufé, durante una transmisión en vivo, confirmó la realización de la fiesta a pesar de las críticas masivas que surgieron en su contra. Allí mismo se escuchó a Bolufé decir:

«He visto muchas polémicas y páginas hablando de mí, atacándome, ya que soy el organizador del evento de Sandro Castro, su cumpleaños, que será el jueves 5 de diciembre en el EFE.   Quería aclarar a todas las personas que se han sentido ofendidas o dañadas por esta publicación que no tiene ningún sentido. Este evento que organizamos no es para dañar ni ofender a nadie. De hecho, lo hicimos en el lugar más humilde que pudimos, porque somos los dueños del negocio.»

Mario Pentón seguirá mostrando cómo Sandro Castro expresa su actitud revolucionaria con un sentido de pertenencia que no pasará desapercibido. Su desafío, casi quijotesco, a la razón común, provocará un desconcierto profundo, mientras sus declaraciones invitarán a reflexionar sobre la realidad cubana.: «Y lo que quiero dejar claro para que nadie esté confundido es que yo estoy celebrando mi cumpleaños como un joven cubano revolucionario, con todo mi derecho, en mi lugar, en mi negocio (…)».

La contradicción que emerge de estas declaraciones resulta profundamente reveladora. Mientras Sandro Castro se autodenomina «revolucionario» desde una posición de privilegio y ostentación, Mario J. Pentón utiliza el mismo término para referirse a quienes sufren las consecuencias de las políticas, sociales y económicas implementadas por los líderes de la revolución cubana. Pentón llama revolucionarios a los ancianos que, tras décadas de creer en el proyecto de Fidel Castro, ahora buscan sustento en la basura. Este doble uso del término genera una reflexión sobre cómo el concepto de «revolución» puede ser interpretado de formas diametralmente opuestas: para unos, una etiqueta de prestigio y poder, y para otros, un símbolo del sacrificio extremo e incluso de traición por parte del sistema que prometió emanciparlos. La pregunta inevitable es cómo reconciliar estas interpretaciones y, más aún, si es posible hablar de revolución sin enfrentar las profundas contradicciones que este término alberga en el contexto cubano.

… y los apologetas revolucionarios

Si bien las críticas contra Sandro Castro y el sistema cubano no se hicieron esperar, no faltaron tampoco quienes intentaron justificar el hecho, como la respuesta del periodista oficialista Pedro Jorge Velázquez, conocido por el Necio[2], en redes sociales.

Como defensor del sistema totalitario cubano, y periodista oficialista, Jorge Vélazquez, trata de desmarcar a Sandro Castro de la ética revolucionaria y del legado de la Revolución. Su principal tesis es que Sandro no representa ni a la Revolución ni a sus valores, sino que encarna un modelo de conducta que, según el autor, se asemeja al ideal promovido por la narrativa anticastrista de Miami, en otras palabras, que no puede ser un revolucionario.

Nos queda claro que, es más conveniente para Jorge Velázquez identificar a Sandro Castro como un producto de sus defectos personales —vanidad e inmadurez— y no como un reflejo del sistema político o del legado de Fidel Castro. Legado revolucionario al que le rinde lealtad, de Fidel y Raúl Castro, tratando de apuntalar la idea de que, a pesar de las figuras controversiales asociadas a su apellido, los principios de la Revolución permanecen intactos y dignos de defensa.

Los comentarios están por todas partes en las redes sociales, miran a las palabras de Jorge Velázquez y revelan una amplia gama de opiniones, pero todas giran en torno a un hecho ineludible: el apellido Castro sigue siendo un símbolo cargado de significado para los cubanos, un peso que ni siquiera Sandro puede evitar.

Por un lado, muchos critican la actitud de Sandro, señalando que, aunque él no sea Fidel ni Raúl, su apellido lo conecta de forma inevitable con el legado revolucionario. Las críticas son directas: cuestionan cómo alguien con ese vínculo puede llevar una vida que contradice los principios de igualdad y sacrificio que definen la Revolución. Hay quienes se preguntan de dónde proviene el capital que financia su opulencia y si esta conducta, tolerada por el sistema, no termina perjudicando a los más sacrificados. Se siente que vibra la indignación, pero también se escucha un reclamo por la coherencia y el respeto hacia los ideales por los que muchos han luchado.

Más ciego que necio, o una orden de la seguridad mediática cubana

El discurso parece, a primera vista, una apología revolucionaria, pero detrás de esa fachada se revela como una crítica directa a uno de los herederos del castrismo. Imaginemos por un momento a Jorge Velázquez caminando por La Habana. Cualquiera podría acercársele y decirle:

«Ven acá, Necio, no porque seas necio ni porque disfrutes de libertad, sino porque está claro que esta crítica al nieto del ‘en jefe’ te la permitieron… o, peor aún, te la ordenaron. ¿No es cierto?»

Y, francamente, no sería una pregunta descabellada. ¿Por qué? Porque hemos visto cómo, a lo largo de los años, la dinastía Castro, especialmente por la rama de Fidel, ha sido objeto de críticas públicas cuidadosamente permitidas, dirigidas por aquellos agentes de la seguridad mediática cubana que pretenden ser más «ciegos que necios».

¿Es esto una observación racional y honesta? No parece ser el caso. Lo que realmente está ocurriendo es que Sandro Castro, nieto del Comandante, está bajo el escrutinio del fuego mediático que se abre contra todo lo que recuerde a Fidel Castro, ahora reducido a cenizas en la memoria histórica. Esta táctica no es nueva; los partidos comunistas tienen una larga tradición de reciclar la crítica interna para desviar la atención o reacomodar el poder.

Un ejemplo paradigmático lo encontramos en China, donde la viuda de Mao Zedong, Jiang Qing, y la llamada Banda de los Cuatro, fueron purgados y declarados culpables de crímenes y abusos cometidos durante la Revolución Cultural tras la muerte del líder. Es el eterno juego de «jala pa’lante y pa’trás» en las dinámicas del poder comunista: una aparente purga para salvar las apariencias mientras se refuerza la maquinaria autoritaria.

Ahora bien, la pregunta clave es esta: si Jorge Velázquez tiene tanto ímpetu para criticar las fiestas de Sandro Castro, ¿por qué no aprovecha los preciados megas de ETECSA para hablar también de los nietos de Raúl Castro? Esa crítica, al parecer, no está «permitida», ni mucho menos «ordenada».

Niñito cubano, ¿qué piensas hacer? ¿Revolucionario?

La autodenominación de Sandro Castro como «revolucionario». La crítica del periodista oficialista Pedro Jorge Velázquez, quien sostiene que Sandro no refleja los valores y la fe ideológica de su familia, no sería interesante sin el contraste que le crea la declaración de Sandro Castro, que es un joven revolucionario. Para muchos de nosotros resulta aún más impactante considerando que su abuelo es Fidel Castro, una figura central en la historia de la revolución cubana. También debemos considerar la crítica del periodista de Radio Martí, Mario Pentón. Este señala también, como su colega Jorge Velázquez, que Sandro no encarna los valores ni la fe ideológica que la Revolución debería representar. Tal contraste otorga a la afirmación de Sandro, en su papel de joven revolucionario, un matiz de interés que no se puede pasar por alto. En un mundo donde las palabras y los ideales a menudo se distorsionan. Así, este cruce de opiniones entre Sandro Castro y estos dos periodistas, se generan interrogantes importantes, preguntas que no podemos ignorar: ¿Es Sandro Castro, como él mismo afirma, un verdadero «revolucionario»; o es todo lo contrario, cómo afirma Jorge Velázquez o Mario Pentón, Sandro Castro, un producto de sus defectos personales —vanidad e inmadurez—?

Espíritus del pasado eternamente condenados: ¿qué es ser revolucionario?

Encontrar la respuesta no será fácil, tenemos que meternos primero en los discursos de los ideólogos que han definido, con autoridad, lo que significa ser un revolucionario en su esencia, al menos dos de ellos que no pueden faltar: Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.

Tú lo sabías, Guevara, pero no lo dijiste por descaro, por no hablar de ti mismo.

Miremos primero que todo al modelo de revolucionario por excelencia, Ernesto Che Guevara. Su vida y sus acciones podrían, según la hagiografía oficial comunista cubana, materializar la esencia del revolucionario. Es un hombre descrito como carismático, líder capaz de exigirse a sí mismo más que a los demás. Viene aclamado como un enemigo de las injusticias sociales, es el icono por excelencia del panteón comunista cubano.

Un revolucionario, según los principios esbozados por el mismo Ernesto Che Guevara en su escrito El Socialismo y el Hombre en Cuba (1965), es un individuo profundamente comprometido con la transformación radical de la sociedad hacia una forma más justa y equitativa. Este compromiso surge de un amor genuino por el pueblo y una ética basada en la solidaridad y el altruismo, que lo impulsa a trabajar incansablemente por la construcción de un nuevo modelo de ser humano y de convivencia social.

El revolucionario entiende que el cambio verdadero no puede imponerse desde arriba; requiere de la participación activa y consciente de las masas, y por ello dedica sus esfuerzos a educar, inspirar y elevar la conciencia colectiva. Este papel de vanguardia conlleva una gran responsabilidad, ya que implica liderar con el ejemplo, sacrificarse por el bien común y mantener una conexión constante con las aspiraciones del pueblo.

Siguiendo el pensamiento del Che, el revolucionario no solo actúa, sino que también reflexiona. Posee la audacia intelectual para desafiar los paradigmas establecidos y crear nuevas formas de pensamiento y acción, evitando los peligros de la burocracia y el dogmatismo. Su tarea es forjar un «hombre nuevo», alguien que encarne los valores de la solidaridad, la justicia y la entrega desinteresada, pilares esenciales para la construcción del socialismo y el avance de la humanidad.

Abuelo, ¿qué pasaría, si yo me auto definiese revolucionario?

¿Qué es un revolucionario? Le damos la palabra a Fidel Casto, claro que por la libreta racionada. Él nos diría que, revolucionario es un individuo profundamente comprometido con la transformación social y política, guiado por un sentido de justicia, igualdad y solidaridad hacia su pueblo. Esta visión se encuentra claramente reflejada en el pensamiento expresado por el mismo Fidel Castro en su «Discurso resumen de la reunión con los directores de Escuelas de Instrucción Revolucionaria» pronunciado el 27 de junio de 1962, donde subraya la importancia de formar cuadros revolucionarios con conciencia y compromiso pleno.

El término «revolucionario» se define, en gran medida, a partir de las enseñanzas de Fidel Castro, quien lo describió como alguien capaz de entregarse por completo a la transformación social, priorizando siempre el bienestar del pueblo sobre los intereses personales. En sus discursos, Fidel enfatizó que ser revolucionario implica liderar con el ejemplo, asumir con valentía los desafíos y actuar con coherencia en cada decisión. «El revolucionario no puede ser un espectador de la historia; debe ser un actor comprometido y abnegado», declaraba Fidel, exigiendo sacrificio y compromiso absoluto.

Para Fidel, el vínculo con las masas era crucial. Subrayaba que el revolucionario debía reconocer en el pueblo la fuerza transformadora que impulsa los cambios reales, trabajando codo a codo con las personas, organizándolas y elevándolas, mientras se mantenía alerta contra el oportunismo que amenazara el propósito del movimiento. «El pueblo es la esencia misma de la revolución», afirmaba, dejando claro que la confianza en las masas no era opcional, sino un pilar del compromiso revolucionario.

Sin embargo, el conflicto emerge cuando estas enseñanzas de Fidel se contrastan con realidades donde el discurso revolucionario se desvía. Fidel enfatizó que la revolución era una tarea colectiva, basada en la unidad, la honestidad y el sacrificio. Entonces, ¿cómo reconciliar el ideal que él encarnó con comportamientos que se alejan de estos valores? Fidel advirtió contra el peligro de la incoherencia y la desconexión de los principios, señalando que «la revolución muere donde se pierde la integridad de sus líderes».

La condición de revolucionario no es absoluta

El término «revolucionario» va más allá de una simple etiqueta; es un concepto que encapsula la esencia de aquellos que dicen buscar un cambio radical en el orden establecido. Pero, la Revolución misma es testigo de un fenómeno que no se puede perder de vista en los líderes revolucionarios, tanto Fidel Castro como el Che Guevara, aún siendo los custodios y las encarnaciones vivas del concepto de revolucionario, muchas veces, con sus acciones, se alejaron de esos mismos principios. Por un lado se hablaba de la justicia social y la igualdad, mientras que por otro, ellos guiaron la Revolución a extinguir las libertades políticas y cívicas, llegando a reprimir violentamente a los opositores y disidentes. Es esa misma  Revolución, que por boca de Fidel Castro y del Che Guevara, se mostraba al mundo como un proyecto que beneficiaría a todos los cubanos, en cambio se convirtió en una maquinaria de crear desigualdades, concentrando en sus líderes los recursos y el poder, que traería como consecuencia que Cuba se convirtiera en un mundo de muchas miserias. Es decir, la Revolución la justificación para que nunca se vieran afectados los privilegios y el poder de la clase revolucionaria dirigente, y de esa clase dirigente no es posible excluir ni a Fidel Castro ni al Che Guevara.

En lo visto hasta aquí en este recorrido, tendríamos los argumentos como para afirmar que Fidel Castro, el Che Guevara y Sandro Castro sean en verdad revolucionarios, la palabra entonces estaría bien usada. Sólo que no nos percatamos del complejo significado del concepto revolucionario, que no logra ser absoluto. Esto nos llevaría a pensar lo siguiente: No es que Sandro Castro no sea revolucionario, no es que Fidel Castro no haya sido revolucionario, no es que el Che Guevara no haya sido revolucionario, es que el concepto de revolucionario se ha adaptado a lo largo del tiempo y ha sido interpretado, y se reinterpreta de acuerdo con los intereses; es decir, qué es un revolucionario, no tiene un significado absoluto.

Entonces, le podemos decir a los críticos, que descalifican a Sandro Castro como revolucionario, que pueden estar aferrándose a una visión estática y absolutista de lo que significa ser un revolucionario, ignorando que el concepto se puede adaptar y transformar en su significado.

Una cuestión de lenguaje totalitario – revolucionario

Entender qué significa el concepto de revolucionario parece muy fatigoso. Un poco de ayuda no nos vendría mal, ayuda de hombres de experiencia como George Orwels con su obra 1984; esa, cuando fue leída por los soviéticos, detrás de la cortina de hierro, publicada de forma clandestina, no se podía entender cómo un autor británico que nunca había pisado un territorio comunista, podía describir con tanta precisión esa sociedad.

Para comprender el escándalo alrededor de Sandro Castro, es crucial considerar una clave de interpretación importante: la que nos ofrece la reflexión de George Orwell. Su reflexión sobre el lenguaje en los sistemas totalitarios cobra especial relevancia hoy, mostrándonos cómo el concepto de «revolucionario» puede ser manipulado y despojado de su esencia original, esa que nos han querido hacer creer. Orwell señala que, en estos contextos, los términos fundamentales son redefinidos por el poder para imponer narrativas convenientes, incluso si estas contradicen la lógica y la realidad. Esta paradoja es evidente en las tensiones entre las acciones de quienes se llaman «revolucionarios» y los ideales que este término históricamente representa. En el caso de Sandro Castro, estas contradicciones exponen cómo el lenguaje puede ser usado como una herramienta para justificar comportamientos que van en contra de los principios que se proclaman. La crítica de Orwell nos invita a enfrentar el lenguaje totalitario sin miedo, a mirar de frente sus distorsiones y a rechazar sus afirmaciones absurdas.

Sandro Castro y la potestad de autoproclamarse revolucionario

El término «revolucionario» implica un compromiso con la transformación social y la justicia, pero en contextos totalitarios a menudo se distorsiona para justificar acciones que contradicen esos ideales. Sandro Castro, quien se autoproclama «joven cubano revolucionario», defiende su derecho a celebrar su cumpleaños de manera ostentosa, ignorando las críticas sobre su desconexión con la realidad de la mayoría del pueblo cubano.

Su estilo de vida lujoso, en medio de una crisis económica, resalta las tensiones en el uso del término en contextos autoritarios. Al pertenecer a la élite del poder, Sandro tiene la potestad de dar y quitar significado a las palabras, moldeando así la narrativa que lo rodea. Celebrar en opulencia mientras muchos sufren subraya el absurdo del lenguaje totalitario: un discurso que proclama igualdad pero se aleja de la realidad. Aunque Sandro insiste en su autodenominación, su vida y las contradicciones que la rodean sugieren que no refleja genuinamente los ideales revolucionarios; más bien, es un síntoma de una narrativa cuestionable que se sostiene en la manipulación del lenguaje.

Los dos periodistas, Mario Pentón y Jorge Velázquez, coinciden en su análisis del comportamiento de Sandro Castro. No hay ninguna razón por la que el nieto de Fidel Castro pueda justificarse llamándose a sí mismo revolucionario. Pero hay un detalle que ha saltado a la vista de los periodistas, que en la perspectiva de la Revolución, los festejos de Sandro Castro son totalmente coherentes. Están ahí las evidencias, ha sido siempre el estilo de vida de los que se han llamado revolucionarios y hemos llamado revolucionarios. Es más, el 5 de enero pasado, Sandro Castro no estaba solo rodeado de sus lujos y excesos Fidel Castro y el Che Guevara parecerían observar desde el pasado, preguntando dónde fueron a parar las promesas de justicia e igualdad. No, no estaban preguntando nada desde el pasado, estos dos revolucionarios, se estaban divirtiendo y revolcando en la fiesta de Sandro Castro, en un evento que sin dudas algunas podemos llamar Revolucionario. Celebraban justamente usar el lenguaje como les diera la gana. Revolucionario, sí, llámenlo así sin temor a errar, porque es la denominación justa que hace brillar la oscuridad de los apagones, el dolor del hambre y el mal aliento de la miseria, que festejó Sandro Castro, “el nieto en jefe”.

 

[1] https://www.youtube.com/watch?v=7hXJ9OUMfl0 YouTube (2024, diciembre, 3) «Sandro Castro responde sobre polémica por su cumpleaños: soy un joven revolucionario, dice» Canal de Mario J. Pentón. Ultima visita 2024, diciembre, 28.

[2] https://www.facebook.com/elneciocuba/posts/vivan-fidel-y-ra%C3%BAl-%EF%B8%8F/596949942874016/ Ultima visita 2024 diciembre 28.

Dámaso Barraza es un analista político de origen cubano radicado en Suecia.

Nota de redacción ZoePost: Absolutamente todos astillas de un mismo palo, tanto el Nietísimo como los que le hacen la publicidad negativa o positiva.

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One Comment

  1. Esteban Alvarez-Buylla

    Los verdaderos revolucionarios están en las cárceles de la tiranía por gritar LIBERTAD.

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