Relato Social

Ocasión

 

Por Ulises F. Prieto.

En el cielo quedaban los colores más cercanos al rojo, y algunas estrellas, las más intensas, habían aparecido. El paseo por la orilla del mar había durado hasta muy tarde. Sin embargo la actitud de ambos era la misma que la del principio. Caminaban despacio como si sólo los empujara la brisa. Iban enlazados de las manos, y sus ojos, más que mirar, acariciaban el paisaje. Ella había escogido el lado de la orilla. Las olas llegaban cerca de sus pies y al retirarse, dejaban con delicadeza algunas figuras de espuma:

– Mira- Dijo ella señalándolas. – Me rinden pleitesías.

Él la miró con una mezcla de ternura e ironía, le regaló tres caricias rápidas en el hombro, y devolvió su vista hacia al horizonte. Era la primera frase que se oía desde hacia más de media hora. Quizás evitaban mezclar palabras entre el sonido de las olas.

– ¡Es la que más brilla! – A él se le escapó un pensamiento.

– ¿Qué?- Atendió ella.

– Aquella estrella. ¿La ves?

– ¿Ese lucero?

– Sí…. ¿Sabes cómo se llama?

– No, ¿cómo?

– Es el Sol.

– ¿Sol? ¡Qué nombre tan extraño! ¿Quién le pone los nombres a las estrellas?… Si yo fuese una jamás iluminara para que no me llamaran de una manera tan horrible.

Él dejó escapar un poco de aire en el inicio de una risa. La noche iba invadiendo el cielo y consumía de modo lento los detalles. Desde lejos, sólo se veían los contornos que sobresalían por encima del horizonte envueltos en un fondo de nubes coloreadas.

– El Sol está a punto de apagarse – volvió él- ¡Es increíble!

Ella sonrió, aprovechaba la escasa luz para mostrar el brillo de sus ojos. Su rostro había adquirido el encanto que surge en lo impreciso. Tal vez no sea tal encanto, sino que nos fascina lo desconocido, es la curiosidad, o simplemente es que el temor nos activa los instintos.

– Es difícil aceptar que el Sol se apagará – continuó.

– ¿Por qué?

– ¿Te imaginas? De pronto, sin compasión, centenares de millones de años iluminando se hacen nada. Un astro desaparece como si nunca hubiese estado… Su huella es un espacio negro en la noche.

– Así es todo, ¿no?

Ambos intentaron juntar sus miradas. Aún se descubría el semblante tierno de ella. Él respondió con una caricia:

– Si se apaga jamás iluminará. No es fácil aceptar que las cosas sean así.

– Pero hay muchísimas estrellas más en el cielo. No hay por qué entristecer. No es tan importante. El cielo seguirá siendo el mismo de todas las noches. Nuestras noches serán las mismas, ¿no?

– ¿Qué dices? Estoy hablando del Sol. ¿Cómo puedes ser así?

– ¿Así cómo? Es una estrella. ¿Acaso no hay cosas más importantes?

– No – contestó irritado.

Buscó su rostro para mostrarle su enojo, pero la noche les había disuelto los rasgos.

– No hables de ese modo – continuó, esta vez con voz queda. Se soltó de su mano y se adelantó.

La penumbra era densa. A ella le era difícil seguirle, pero logró mantenerse cerca. Se había puesto triste, sin embargo sabía que aquella rabieta ridícula pasaría pronto. La brisa los consoló a ambos. Al poco rato el ánimo de él se había aliviado y estiró el brazo para entregarle una vez más la mano. La oscuridad era casi absoluta; pero él imaginaba la cara de satisfacción de ella. Seguramente habría supuesto que el disgusto le duraría muy poco y así había sido. Se sentía segura, convencida de que lo conocía porque seguía siendo capaz de predecirlo.

 

Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.

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2 Comments

  1. Heidys Yepe

    Siempre encantada con sus escritos. Muchas gracias.

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