Relato Político

Maestro Torres

Regis Iglesias Ramírez y Luis Torres

Por Regis Iglesias Ramírez.

Luis Torres Fernández de Velazco era un chiquillo inquieto que devoraba libros de Salgari y tomaba lecciones privadas de dibujo, con una anciana ex profesora de la academia San Alejandro. Los domingos hacía de monaguillo en la parroquia de Santa Clara y desafiaban a duelo con improvisadas espadas de madera junto a Raúl el Loco, su inseparable Kammamuri, a las pandillas de fiñes vecinos de la línea del tren que bordeaba los terrenos deportivos del Ferroviario y la destilería de Lawton.
Tenía una vieja gran colección del Reader´s Digest y libros de historia. Le gustaba imitar la voz del cantante que desde un viejo fonógrafo de su tío, antiguo militante del ABC,  cantaba aquella conga electoral: “La Habana necesita un nuevo alcalde, un hombre que sea auténtico de verdad y ese hombre es Antonio Prío Socarrás…” Intentaba estar al día de la música, que comenzó a ser su segunda pasión. Aprendió a interpretar guitarra cuando descubrió a los Beatles y George Harrison, con quien tiene un asombroso parecido físico. Pero como no tenía un buen radio receptor de onda corta, ni amigos hijos de diplomáticos o marineros que le prestaran discos traídos de contrabando discretamente con los últimos hits de los Stones, The Who, The Animals, Herman´s Hermits, Guess Who o The Zombies, se aprendía de memoria las versiones pasadas por agua de grupos y solistas españoles o latinos de las bandas de rock pop que más impacto tenían a mediados y finales de los 60s. Para él Roberto Jordán, Los Salvajes, Los Gritos, Los Yaki eran una digna y resignada opción nocturna con la cual aprender los acordes de “Tus ojos” o “Juntos esta noche”.
Fue la época de la rebeldía, de ir a la Casa de la Cultura Checoslovaca, hasta que la represión se desató con los jóvenes simpatizantes de la Primavera de Praga, la redada policial en El Riviera y la vieja loca aquella comunista española que había, por desgracia, recalado en la isla, después que Franco les dio por saco a los rojos del soviet español en 1939 y por venganza y resentimiento velaba a los muchachos cubanos con pantalones ajustados, camisas anchas y el cerquillo sobre los ojos como llevaba Paul MacCartney. La época aquella que vino seguidamente de la ley seca en la que por nostalgia los que eran un poco mayores a Luis y su generación iban a Copelia y se pedían un helado de menta por darle al paladar algo que les recordara los tragos preparados a base de ron y esa planta refrescante en los bares de La Habana.
Luis nunca hizo una prueba para entrar en San Alejandro. Se negaba a tener que dar explicaciones por ser católico o pedir un “aval” al comité de chivatos que le hiciera “digno” de acceder a ese centro de estudios. Tocaba su guitarra española y hacía covers de Under the boardwalk o Bajo la barca, como la conocía él. Con una vieja cámara de 8 milímetros se iba con su amigo Felipe Alcalá y otros muchachos a la Loma del Tanque, en Lawton y disfrazado de Enrique Lagardere, con un florete de esgrima, recreaban escenas de la novela de Paul Féval.
Cuando se anunció que en el Festival de Varadero se estarían presentando grupos españoles de moda el se negó a asistir. Pensaba, no sin razón, que el evento se prestaría para hacer una nueva, otra más, operación represiva contra los jóvenes. Su amigo y también pintor Norberto Palaux ya había sido represaliado y llevado unos años antes a Camagüey a los campamentos de trabajo forzado de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, término eufemismo con que el régimen llamaba a sus gulags.
Luis Torres, pintor y músico

Luis se tenía que ganar la vida haciendo algo, así tendría tiempo para dedicarse a sus dos aficiones, la pintura y la música. Trabajó como estibador en el Molino de Regla, luego en la Empresa Provincial Ejecutora de Inversiones, junto a sus amigos Palaux y Arsenio el Viejo, pintores como él,  hacían cuadros lo menos cursi que pudieran, pero tampoco obras de arte que sus empleadores enumeraban mensualmente con 120 pesos cubanos, por eso tampoco era cuestión de esmerarse mucho, eran colgados en posadas y restaurantes. Otras, restauraban murales en las tiendas de la ciudad. En los 80s era difícil que un  pintor  sin título oficial pudiera exponer su obra en las galerías cubanas.

Norberto Palaux, que sí lo era, pese al ostracismo al que lo sometieron y aún hoy someten pudo programar una en la galería de Galeano por un mes. A los 15 días ya se la habían cancelado pese al récord de asistencia que tuvo por “indecencia y atentar contra la moral revolucionaria”. Palaux tiene una obsesión fija que es su maldición, sus cuadros están dedicados en exclusivo a mujeres rollizas, con velo cubriendo el rostro y cruces.
Luis pudo finalmente hacer una exposición de sus paisajes impecables. Fue en el local sucio y descolorido de Flora y Peces, que quedaba en la calzada de 10 de Octubre y San Francisco,  por una semana, pues el local era utilizado, como su nombre lo sugiere, para vender flores y peces a los vecinos de nuestro municipio.
Para los adolescentes de mi generación Luis fue una referencia, un verdadero ídolo que nos influenciaba y admiramos. Él y Alejandro Rivero, el Calvo, un guitarrista que amaba el jazz y la pelota de Grandes Ligas, burlón e irreverente que se apasionó luego por el mar y cada vez que puede hace inmersiones en la costa, sólo por el placer de aislarse de la tóxica conga.
En aquellos ochentas comenzamos una larga y buena amistad. Sus casas y la de Sergio Lastres, carnicero, fanático a los Cardinals de St Louis y Tom Jones que mantenía su radio Selena todo el santo día encendido sintonizado y a todo volumen en La Voz de las Américas y luego Radio Martí, eran un oasis de libertad donde debatir de rock, pintura, cine, política, beisbol; a Luis le gustaba más el fútbol, para Oscarito el turco, Sergito e Iván Lastre, hijos de Sergio, Pavel Hernández, Freddy Martini, para mí y muchos más.
Esas tres casas, la de Luis, la de Alejandro y la de Sergio y su esposa Macusa, eran un territorio libre, un oasis donde aprendimos y nos aguantaron a los más jóvenes todo tipo de muchachadas adolescentes, todo tipo…
Luis a veces nos acompañaba en las fiestas que hacíamos Carlos Zamora y yo en casa de Ivet, la novia de Carlos. Fiestas rockeras y macarras, fiestas excesivas que podrían terminar con Carlos y yo colgando como murciélagos del balcón o en un oxidado tanque metálico de agua en una habitación que allí estaba para las reparaciones del apartamento de Ivet. Luis era ya un hombre casado y no aguantaba mucho la intensidad de sus amigos más jóvenes, prefería quedarse en casa pintando y practicando en el bajo. Usaba un estetoscopio en las orejas y lo pegaba con esparadrapo al bajo para escuchar mejor las notas y acordes pues no poseía equipos electrónicos para hacerlo. Alejandro nunca iba, para él lo que escuchábamos era agua con azúcar y Ritchie Blackmore no le impresionaba como a nosotros, prefería George Benson.
Pero el tiempo pasó y a algunos de nosotros nos dio por tomarnos a pecho aquello de la libertad, de hacer algo para cambiar las cosas que tan mal estaban en la isla.
Cuando llegué con una plantilla para firmas de apoyo al Diálogo Nacional que Oswaldo Payá estaba promoviendo en 1990, Luis sin dudar firmó. También Alejandro, Sergio y Fabricio el Mawa.
Cuando el MCL comenzó a constituir sus primeros Equipos Base no solo Luis estaba con Freddy, Felix Rojas, Pedro Morales y yo allí, también sus hijos Wicho y Sergito, más jóvenes que nosotros.
En cada iniciativa que promovemos Luis, Alejo, Sergio, Fabricio eran los primeros, pese a su escepticismo, en apoyar.
El día 18 de marzo de 2003 al confirmarme Oswaldo que no había nada especial para hacer en casa de la tía Beba Payá esa mañana, me pude dedicar a preparar una reunión para esa tarde con Freddy, Ariel, Fabricio y otros miembros del MCL en el barrio. El día pasaba sin novedades para mi aunque a mediodía había comenzado la escalada represiva que llevaría a prisión a 75 opositores cubanos.
Fue como una despedida. Pude reunirme con los del MCL, estuve un rato en casa de Sergio y Macusa, en casa de Alejandro, y finalmente, hice mi diaria tertulia para finalizar la noche en casa de Luis. Al llegar a mi casa mi madre preocupada me informó que estaba en marcha una escalada represiva y yo le dije que no se preocupara que yo había pasado el día con tranquilidad.
La mañana siguiente, Freddy por teléfono, me confirmó lo que estaba pasando y me pidió que me reuniera con él en casa de Oswaldo pues habían secuestrado a varios del Movimiento.
Fui rumbo a casa de la tía Beba el día 19 y allí me quedé con Oswaldo. Al día siguiente salimos a dar un recorrido por embajadas y casa de los amigos arrestados para conversar con sus familias.
Cuando iba de regreso a mi casa con Freddy ,esperando regresar esa noche a casa de Oswaldo, fui secuestrado por la policía política.
Durante los siete años y medio que pasé en prisión no me faltaron cada semana las cartas de Luis y Alejandro. No sé por qué, pero en algún momento comenzamos a utilizar un estilo epistolar arcaico y nos referíamos unos a los otros como a personajes de novelas sobre la antigua Roma. Otras veces adoptamos en nuestra correspondencia un lenguaje más contemporáneo pero de un mundo ficticio con el que a veces, cuando nos reunimos, matábamos el tiempo. Éramos personajes que trasnochaban alrededor de un cabaret, el Vereda Tropical y cada carta me hacía reír en mi celda como un tonto, recordando nuestras conversaciones, nuestras bromas. Un día me tropiezo en el terreno de deportes de la prisión al agente Daniel, que era el encargado de vigilar y “atendernos”, intentar controlarnos léase, a los presos políticos que estábamos secuestrados en el Combinado del Este. Al pasar por mi lado me saluda “¿Como estás Reginus?”, dando entender que se volvía loco intentando descifrar el contenido de las locas cartas que me enviaban Luis y Alejandro y eran contestadas por mi en el mismo tono. Yo le dije riendo, como confirmando su desconcierto con el contenido de nuestra correspondencia, “Todo bien según me he enterado, Danielus…” Y es que Luis en el lenguaje ofuscado de sus epístolas, no solo me ponía al día de la vida en el barrio y de nuestros amigos, también de las últimas noticias sobre lo que el Movimiento en aquellos tiempos iba generando. No eran aquellas cartas mi única fuente ni la principal pero Luis había encontrado una manera simpática de comunicarse conmigo y yo con él, que de paso ponía a fuego vivo las pocas neuronas de mis secuestradores, intrigados con tanta jerigonza.
Recuerdo una vez en la prisión Ariza, Cienfuegos, que Alejandro intentó visitarme. Acompañó a mis padres y mis hijas pero no le permitieron entrar a la visita. Nos pudimos ver a corta distancia, con la cerca de entrada a la prisión de por medio cuando yo iba entrando a la oficina que me daban la visita. Nos saludamos. Él me hizo la señal de Victoria de Churchill que yo respondí con la L de Liberación del Movimiento y la imitó al instante. Nos miramos tristes por no darnos un abrazo, pero recordé que Alejandro era un empedernido enamorado platónico de Karen Carpenter y se me ocurrió comenzar a silbar Sing. Él entendió el mensaje,  que era para él y para todos mis amigos preocupados con mi secuestro, nada de preocupación, nada de tristeza, ya nos encontraremos en mejores circunstancias cuando todos seamos libres, no pierdan la esperanza.
Luis y yo nos volvimos a encontrar en 2012 en Miami. Él estaba invitado a hacer una exposición en esa ciudad y yo había ido a Washington invitado junto a Tony Díaz a un homenaje a Oswaldo y Harold. De regreso estaría unas semanas en Miami. En esas difíciles circunstancias para todos sería el reencuentro.
Estuvimos en casa de Sergito Lastre y Elsita su esposa. Fuimos con Pável al Hard Rock Café, pensando que el célebre sitio sería un paraíso del rock. Comprobó decepcionado que otros géneros musicales, no de nuestro gusto, eran los que reinaban ya.
Luis me acompañó a la reunión que hicimos en la Iglesia de La Inmaculada en Hialeah, donde con dolor narré a mis amigos y compañeros del MCL el fatal día del asesinato de Oswaldo y Harold, cuando me tocó enterarme el primero, que algo terrible había pasado a nuestros líderes y amigos.
Cuando los Rolling Stones fueron a la Habana en medio del aquelarre promovido por la administración Obama, que acababa de entablar relaciones con el régimen cubano, luego de que en 1961 las expropiaciones de propiedades norteamericanas determinarán la ruptura con la banda de Fidel Castro, promovió una petición para que los viejos Mick, Keith, Charlie, Ron y sus músicos acompañantes no se presentaran en una plaza que había reprimido, marginado, encarcelado y hasta asesinado a muchos jóvenes sólo por escuchar la música de sus majestades satánicas. Pero por otra parte me alegraba y entendía que mis amigos tuvieran la posibilidad de disfrutar el espectáculo que definitivamente son los Stones en directo. Pensé sobre todo en Luis.
Pero un día después de aquella presentación por la que los Rollings habían cobrado 8 millones de dólares, me enteré que Luis no había asistido. Primero pensé que fiel a su previsión con cada evento organizado por el régimen para aprovechar y desatar la represión con los jóvenes como en el festival de Varadero en 1970 y otros, Luis cauteloso, no se presentó en la ciudad deportiva donde había sido el concierto.
Pero Luis no asistió por esa razón. Me enteré que dijo que no asistiría porque no se prestaría para dar la sensación de normalidad en una isla sometida, que luego de los primeros contoneos y aullidos de Mick dejarían la imagen pulcra, como lavada con un viejo escobillón y detergente, en la despistada opinión pública internacional. Pero no estamos en la época cuando se crucificaba a quienes asistían a la segregacionista Sudáfrica de Sun City. Los cubanos podíamos contentarnos, según esa filosofía supremacista, con conciertos de los Stones, juegos de béisbol entre el liga mayor Tampa Bay y el equipo de Castro y poder emprender algunos negocios de poca monta, en el caso de los cubanos de a pie, mientras la casta mandante se reserva para sí el reparto del país.

De verdad ese gesto de mi amigo Luis me hizo admirarlo más. Cuando pasas toda la vida esperando tener un momento al menos que te permita enajenarte de la cruda realidad que te rodea y disfrutarlo pero renuncias a ello por no someter ni tus sueños a quien siempre te los ha intentado cortar, mereces respeto y admiración, por dominar con tus principios, tus legítimos deseos de ser o intentar ser feliz.

Han pasado los años pero Luis ha continuado siendo el mismo. Estuvo un tiempo como bajista en la banda de covers de Angel Mario Rodríguez haciendo presentaciones por algunos garitos de la Habana, el veterinario del barrio que también es un rockero de pura cepa cuando toca la guitarra y le saca los acordes de We are american band. Maestro de jóvenes aspirantes a pintores, músicos, incluso durante muchos años, entrenador de algunos que querían fortalecer sus músculos, pues el amplio patio de su casa, donde levantó una pequeña cabaña con maderas viejas que le sirvió de estudio improvisado para pintar y bautizó como “Country Bayou”, tuvo un gimnasio donde cualquiera iba a hacer ejercicios con los improvisados equipos para pesas que él mismo construyó.
El año pasado, el 22 de julio. Luis, Alejandro, Fabricio, Ariel Colmenero y Adriana Delgado se reunieron con Rosa Rodríguez y Yadelis Melchor en nuestra querida parroquia Santa Clara de Asís, nuestra parroquia de Lawton, donde tantas veces nos encontramos para organizarnos y prepararnos en el reclamo de los derechos de los cubanos. Me emocionó mucho verles juntos por videochat recordando a nuestros amigos Oswaldo y Harold, asesinados por el régimen ocho años atrás ese día.
Una noticia nos sobresaltó a todos hace un mes. Freddy me llamó y me dio la preocupante y triste noticia, a Luis lo habían ingresado con urgencia producto de un inesperado coágulo que se había alojado en su cerebro.
Esos días fueron terribles para nosotros sus amigos. Tenía noticias de cómo iba evolucionando todo después de la operación mediante su hijo Wicho, por Fabricio el Mawa y mi madre. Luis había perdido la habilidad de pintar esos estupendos paisajes cubanos. Tenía secuelas de pérdida de memoria y solo esperaba con los días la recuperación.
Poco a poco, gracias a Dios ha sido así.
La primera vez que pude hablar con él vía Whatsapp estaba temeroso de encontrarme con un Luis cambiado. No fue así, me dio mucha alegría verle tan bromista como siempre y con ánimos para recuperar sus habilidades con el pincel y el bajo. Le pregunté si quería que le enviara algún enlace con sus canciones favoritas y me pidió algunos éxitos de Los Gritos, Roberto Jordán, Los Yakis, Los Rollings y The Guess Who.
Ayer nuevamente pude hacer video chat con él. Alejandro llegó a tiempo para la conexión y bromeamos con Oscarito que desde Miami bebía un vaso de whisky pues acababa de llegar de su trabajo.
No sé cuándo pueda volver a ver a Luis, a Alejandro, a Fabricio y todos los amigos que aún permanecen en Cuba. Cuando intenté viajar a La Habana el 1 de enero de 2020, ellos me estaban esperando junto a mi madre en el aeropuerto, pero el abrazo esta vez tuvo que postergarse. El régimen me impidió ejercer ese derecho, el de entrar en mi propio país libremente. Pero no es el fin.
Sé que podremos reencontrarnos, que podré reencontrarme con mis amigos Luis, con Alejandro, Fabricio, con Iván, Norlan. Con mis compañeros del Movimiento Cristiano Liberación. Sé que no siempre podemos lograr lo que queremos, por eso no tenemos Satisfacción. Pero al fin y al cabo el tiempo está de nuestra parte, por muchos contratiempos que se presenten, volveremos a encontrarnos.
Regis Iglesias Ramírez es escritor, poeta, ex preso político de la Primavera Negra de Cuba, portavoz del Movimiento Cristiano Liberación. Fue desterrado y reside en Madrid.

One Comment

  1. Félix Antonio Rojas G

    Grandioso L🇨🇺L

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*