Por Gloria Chávez Vásquez.
En 1958, surge en Colombia un movimiento de vanguardia, que busca romper los cánones de la cultura y la moral tradicionales. Se trata de una catarsis social, un exorcismo del aburrimiento y la hipocresía de las clases altas, y una apertura de las posibilidades y anhelos artísticos juveniles de la nación.
Su progenitor lo llamó Nadaísmo. Sus promotores lo definieron como una “revolución psicológica” y el “síntoma de un estado del espíritu moderno que tocaba por casualidad una aldea grande con obispo”. Se inspiraban en la onda Beatnik y exprimían sus ideas de lecturas de filósofos extranjeros como Nietzsche, Sartre, Camus, Becket y el colombiano Fernando González Ochoa.
La fórmula, mezcla de existencialismo, nihilismo y surrealismo, respaldaba sus iracundas manifestaciones: protestaban contra el sistema establecido, quemaban los libros de los escritores y educadores de la vieja guardia y ofendían a la iglesia con actos y gestos que rayaban en el sacrilegio. El ensayista y académico Estanislao Zuleta (1935-90) criticó las actuaciones del nadaísmo: Para creer ser el mal de la sociedad burguesa es necesario creer que ésta es el bien, de la misma manera que el sacrílego reconoce la religión cuando le da puñaladas a la hostia.
Pero a pesar de sus errores crasos, desparpajos y excentricidades, el nadaísmo irrumpió en el escenario nacional con bombos y platillos, y se enquistó como una espina en la cultura colombiana del siglo XX.
El Profeta
Una noche de 1958 el aspirante a escritor, de origen antioqueño, Gonzalo Arango Arias (1931-1976) convoca a sus amigos en el Parque Berrío de Medellín. Allí lee su protesta, escrita en papel higiénico, contra Miguel de Cervantes y quema algunos de sus libros. Varios jóvenes se unen al agitador, algunos por convicción, otros para seguir la rumba:
Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.
El menor de 13 hijos de una familia tradicional antioqueña, su infancia había transcurrido “entre el bienestar del campo y el horror de la escuela”. Estudia Derecho en la Universidad de Antioquia, pero abandona al tercer año para regresar al campo, “en busca de sí mismo”.
Al morir su padre en 1953, Arango se une al Movimiento de Acción Nacional (MAN), que dirige el general Gustavo Rojas Pinilla. Dos años después ingresa como comentarista literario en El Colombiano, y funge como suplente en la Asamblea Nacional Constituyente.
Tras el golpe de estado a Rojas, (1957), de quien había sido aliado, Arango se refugia en Cali, donde comienza a gestar su filosofía del nadaísmo. Un año más tarde publica el Primer Manifiesto Nadaísta, en el que argumenta sobre el arte, la cultura, la sociedad y la religión. Su prioridad: No dejar una fe intacta, ni ídolo en su sitio.
La violencia crónica azota a Colombia y se expande como una nube oscura. El gobierno de Rojas Pinilla es reemplazado por el nuevo Frente Nacional. Tanto el país como Arango sufren una crisis existencial y religiosa. Publica entonces Memorias de un presidiario nadaísta.
Para el grueso de la intelectualidad colombiana, el nadaísmo, un movimiento que pretende ser intelectual y artístico, es en cambio, absurdo y escandaloso. Sus peores críticos creen que no es más que una adaptación provinciana de la contracultura norteamericana. Otros afirman que el nadaísmo es importante como crítica social. El pueblo lo percibe como una rebeldía sin causa.
Los Nadaístas
Acompañado de Eduardo Escobar, (cuyo seudónimo es X-504), Amílcar Osorio y otro al que llaman Cachifo, Gonzalo Arango llega a Cali con la misión de pintar de rojo las paredes, con los lemas subversivos del Nadaísmo. En el Café Los Turcos, se encuentran con Jota Mario Arbeláez, Elmo Valencia, apodado “el Monje loco”, y Armando Romero. En el parque Jorge Isaacs organizan la Exposición Nacional del Libro Inútil en la que cuelgan libros de los árboles, para luego quemar, entre otros, las novelas María y La Vorágine, el Catecismo del padre Astete y la Constitución Nacional.
El movimiento seduce a personalidades del arte y el teatro, entre ellas a las colombo-argentinas Fanny Mickey y Marta Traba, dos íconos en la cultura nacional.
El siglo de la nada
Durante una semana santa, que celebran con vino, ron y jazz, los nadaístas peregrinan por la patria. Se desplazan a la capital bogotana en donde cientos de “provincianos” se refugian de la violencia en los pueblos, o de sus infiernos personales. Los nadaístas encuentran allí, motivación intelectual, información, pero, sobre todo, conectan con el mundillo artístico.
Entusiasmados, los medios ayudan a crear el imaginario de la nueva quimera. Como en Cali, la rumba en Bogotá es alucinante, pero hay que organizar la agenda. En la Universidad Nacional coquetean con el marxismo y se infatúan con futuros guerrilleros como Jaime Bateman, Ernesto Cardenal y Camilo Torres. Los juglares nacionales le cantan al cura, visitan Cuba y la URSS. Diego Giraldo filma el cortometraje Camilo Torres. La izquierda usa y deshecha a los controversiales e inconvenientes bohemios.
La vida continúa y los nadaístas se esparcen. Algunos asumen la vida de hogar, otros continúan viviendo de la nada; los más, abandonan el movimiento. Se quedan en las capitales o regresan a sus pueblos o ciudades más pequeñas. El nadaísmo contagia territorios de la patria, para despertar a Colombia o que reviente. Los más resilientes pintan o se asocian con el teatro, escriben para periódicos o revistas y/o continúan diseminando su inconformismo como guerrilleros urbanos.
En 1963, G. Arango, acusa al nadaísmo de desesperación nihilista y derrotismo. Airados, sus compañeros en Cali, queman el Manifiesto Nadaísta. En 1968 cuando Arango elogia al presidente Carlos Lleras Restrepo como poeta de la acción, vuelven a quemar sus libros y algunos, como Fanny Buitrago se separan del movimiento. Desengañado, Arango escribe textos místicos en su afán por reencontrar su espiritualidad. Su proyecto en ciernes es establecer una comuna de artistas y poetas en la isla de Providencia. Pero su sueño queda truncado. A los 45 años, un accidente automovilístico le cuesta la vida.
Después del Nadaísmo
De varias formas, el movimiento oxigena la literatura en Colombia y la lleva al pueblo, con exponentes como los poetas Jaime Jaramillo (X-504) y Mario Arbeláez (Jotamario). Fanny Buitrago, y Elmo Valencia descuellan en la narrativa y obtienen premios nacionales. Uno de los cofundadores del nadaísmo, el poeta y cuentista antioqueño Eduardo Escobar, resalta la obra artística y literaria de nadaístas como Norman Mejía, Álvaro Barrios Sr. y Amílcar Osorio. La Universidad de Antioquia lidera los estudios y análisis de lo que gradualmente se ha convertido en el legado del nadaísmo. La producción de sus artistas e intelectuales es amplia y muy variada.
En 1974, aparece una antología de la obra de Gonzalo Arango bajo el título Obra Negra y que incluye el texto de El Boom Contra Pum Pum, una crítica a Gabriel García Márquez que cuestiona el “arte comprometido” de escritores de izquierda como el autor de Cien Años de Soledad. Arango defiende, además, la separación del arte y la política, y aboga por la libertad de expresión. El primer compromiso de la literatura es con la literatura. El único compromiso del escritor es con su escritura. El arte que sirve a la belleza y a la vida es el arte real. El arte que sirve intereses particulares es un arte enajenado.
En su ensayo Los aportes del nadaísmo, publicado por la revista Aleph de Manizales, en agosto de 2018, María Dolores Jaramillo dice que el movimiento renovó numerosos aspectos de las costumbres y tradiciones culturales y mentales del país que se extienden hasta nuestros días. Agrega la escritora que las constantes transgresiones y cuestionamientos [del nadaísmo], y su espíritu de transformación, invitaron al país a pensar en la necesidad de modernizarse en muchos ámbitos de la vida personal, social, familiar, ética, literaria y artística.
En agosto de 2008 el nadaísmo celebró medio siglo de existencia, reanudando el diálogo intelectual con casi tres meses de charlas, tertulias y conciertos en la Cinemateca Distrital, la Biblioteca Nacional de Colombia y la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. En 2010 Elmo Valencia publicó Bodas sin oro, Cincuenta años del Nadaísmo, en memoria de su papel en la renovación de la palabra. Este 2023 marca el 65 aniversario del movimiento que despertó la curiosidad intelectual y la conciencia social en Colombia. De ese modo el nadaísmo contribuyó, a sincronizar la del país, con la cultura en el resto del mundo.
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora residen en Estados Unidos. Es autora de entre otros, Opus Americanus, Crónicas del Juicio Final y Depredadores de almas.