
Por Félix Antonio Rojas.
Las luces y las sirenas de las patrullas se perdían en la distancia, mientras Mayito Frankenstein bajaba silencioso tras mi sombra por las escaleras de uno de los dos campanarios de Los Pasionistas, otro lugar de refugio en las noches de caza y hostigamiento de la policía contra el movimiento underground rocker en los 80ta. Dos torres como agujas góticas que se perdían en el cielo de la Víbora, con sus arcos ojivales elevadísimos y sus pináculos rematados por vitrales multicolores, semidestruidos por las piedras del tiempo, lanzadas a los finos cristales por aquellos aseres combatientes de la oscuridad, que cuando no encontraban feligreses a quien apedrear a la salida de misa, iban dejando agujeros en los motivos decorativos de las imágenes sagradas que quedaban sin rostros.
“Estos cerdos, nunca nos dejarán respirar en paz”, balbuceaba Mayito Frankenstein, mientras caminábamos hacia la casa del Landa, uno de los míticos Champions, la primera banda de frikis de la ciudad, en busca del álbum The Song Remains The Same. Un estado policial es como un mundo sin melodías, porque le seccionaron las manos a los músicos, una religión sin Dios, porque fumigaron con pesticida a los ángeles, un libro en blanco, que nunca se escribirá, porque redactar está prohibido para el escritor que no puede pensar, culpa de los electroshock que le facilitó el psiquiatra de turno. “Así hicieron, por ejemplo, con la extensísima obra del gran pintor erótico Norberto Palau, que desciende de una de las casas solares datadas del primer tercio del siglo XIII entre las montañas de Lleida y los diferentes pueblos de la comarca del Segrià”, culminó Frankenstein.
Todo comenzó en el infausto y caluroso crepúsculo del 28 de septiembre de 1968, conocido en la historia como la noche de las 3P, atrás quedaban los años de estudios académicos en San Alejandro y aquel rígido e impuesto estilo bolo del realismo socialista por los comisarios del régimen, opuesto al otro extremo de su arte libre, sin fronteras y tabúes sexuales. Mientras cenaba en la cafetería del hotel Capri, un comando de milicianos a golpe de culatazos se lo llevó de la mesa arrastrándolo y sin informarle el motivo de tan violento e injusto secuestro, lo lanzaron dentro de un camión jaula rumbo al cuartel tenebroso de Villa Marista. Allí permaneció una semana resistiendo torturas e interrogatorios sin sentido ni lógica para un genio de las artes plásticas, junto a otros detenidos, entre prostitutas, homosexuales, hippies, católicos y testigos de Jehová, inadaptados y con desviaciones ideológicas según el nuevo dogma de La Bestia.
Luego fue enviado por 10 meses, a trabajos forzados a un campo de concentración llamado El Sitio, cercano a la Coloma, en la provincia de Pinar del Rio. El primer día en aquel pavoroso lugar perdido e infernal, sobre una colchoneta mugrienta de aquella litera desvencijada dentro de un grotesco barracón para animales, agotado por el inhumano confinamiento, acostado casi en trance, pintó con tiza encima del cartón tabla, una enorme vagina barroca y mística que le contaría todas las noches historias de un reino olvidado en el tiempo. Cuando cerraba los ojos, escuchaba igual que Yayoi Kusama cantar a las flores cuando era niña, y mirando fijamente los detalles de aquella matriz con vida propia, escribió en el borde del dibujo como titulo, La Soledad del Coño Penitente, mientras se inventaba su particular manicomio impuesto y no opcional lejos de los suburbios de Tokio.
La Soledad del Coño Penitente.
Soy una de las princesas del reino perdido de Sanga en las escarpas de Kani Na y los desfiladeros de Bandiagara. Cuando la oscuridad reinaba sobre la tierra y la luna no existía, mi pueblo se asentó en la rivera del Niger, donde de sus aguas salían los dioses Nommo, seres anfibios que venían en sus naves estelares desde la estrella de Sirio B, a 8.6 años luz y nos enseñaron el lenguaje, la arquitectura y nuestra cultura ancestral. Cada 50 años aproximadamente festejamos la fiesta sagrada Sigui, que está relacionada con el movimiento estelar de la estrella Sirio, la cual rige nuestras creencias milenarias del viaje de la vida a la muerte. Los dogones atávicos obtuvimos el conocimiento cósmico mucho antes que en occidente, sabemos de la existencia de los anillos de Saturno, de los 4 satélites galileanos que orbitan Júpiter, y del sistema binario que abarca Sirio A.
Un día al amanecer, dentro del espeso e impenetrable bosque aparecieron los zeru zeru, hombres sin color, demonios que trajeron mal y maldición al pueblo. Muchos fuimos torturados, apresados, convertidos en esclavos y transportados como mercancía a otras tierras desconocidas e inhóspitas. Nuestras almas aún vagan atrapadas sin poder volver al mágico reino de Sanga, mientras los zeru zeru nos persiguen en el éter por toda la eternidad…
Al pintor inocente Norberto Palau, le dieron la libertad en 1969, lo censuraron de por vida y fue obligado a abandonar la pintura, cosa esta que jamás lograrían a pesar de los pocos trabajos que le ofrecían fuera del gremio del arte. Recuerdo que su única Expo se la monté en 1990 en un puesto de vianda en la calzada de 10 de Octubre, junto a la obra del gran paisajista L. Torres, entre sacos de papas, boniatos, unos racimos de plátanos y tierra colorá.
La Obra del maestro Palau, fue incomprendida desde sus comienzos, sus desnudos de exuberantes mujeres, obesas todas, voluminosas en sus dimensiones, como la Venus de Willendorf, gordas interminables que se perdían entre las líneas y pinceladas fugaces, senos que eran montañas, nalgas redondeadas como las colinas de Lawton, mujeres fuera de la ley, cortesanas de las noches bohemias sin the end… Sus cuadros con enormes vaginas y sus clítoris conmovedores, casi palpables, discípulo en el tiempo de Gustave Courbet, una catarsis precursora antes que Philip Werner o Jamie McCartney, un carnaval feminista de bollos felices que usaba de coraza contra los comisarios que le negaban exponer su extraordinaria obra personal, maldita, y que aún almacena en esa humilde casa de madera al final del pasillo, con huecos en el techo, donde se podían ver las estrellas de Sirio A y Sirio B, desde la Franciscana escalinata de la calle 11.

En la acera frente al portal de la casa del Landa, en el momento que se escuchaba No Quarter, dos jabaos se manifestaron de la nada como espíritus enviados a través de una premonición, atravesaron silenciosos nuestros cuerpos rumbo a la Plaza Roja, mientras las luces y el sonido de los autos de la policía se volvían más nítidos, alarmantes y temibles…
Félix Antonio Rojas es friki y freelancer.
Pingback: Las negras que no amaban a los jabaos – – Zoé Valdés
Brutal y bello. Muy bien escrito.
Gracias por testificar y hermosear la realidad vivida en esa Isla que vive en un calabozo.
Fuerte el abrazo.
Gracias por su sentido comentario, Nancy B…
Cuando cercenan las alas de la creatividad, la libertad de pensamientos, las aspiraciones de expandirse y volar hacia otras regiones de la imaginación… cuando destrozan sistemáticamente el alma porque la “dirigencia” “no cree” en otra cosa más allá de simples “trozos de carne y un puñado de huesos” prestos y dispuestos a un distópico ‘servilismo avasallante’ de la Maquinaria del Pensamiento Único”, en extraña amalgama propagandista a caballo entre un supuesto “feudalismo” y un abierto “absolutismo” (recordemos que la Historia y sus ciclos se repiten), se producen alucinantes monstruos de fealdad sin fin, “igualdad encorsetada y uniformada” bajo la sombra hostil de la “negrura amarga” de horas delirantes de “escapismo” sin logro. El espíritu, se llena de tinieblas, el alma se sofoca bajo un tupido y estúpido velo que corta la respiración y afecta los procesos mentales. Y si, aún te miras a un espejo, no reconoces ningún rasgo humano y definitorio de lo que le corresponde al hombre individual: -Han sepultado tu “humanidad” bajo una espesa capa de “robotismo”, donde ni siquiera eres un “robot completo”, si no una “mísera pieza prescindible del Gran Robot del Estado”.