Por Gloria Chávez Vasquez.
La democracia conduce a la anarquía, que es el desgobierno de la turba.
Platón (filósofo griego 427 A.C)
Muchos le darían en ese entonces, toda la razón a Platón. Sófocles estaba convencido de que no había mayor mal que la anarquía. Napoleón Bonaparte reconoció el despropósito de este vicio de la violencia, diciendo que la anarquía es el trampolín hacia el poder absoluto. Es más, Albert Einstein, paradigma científico del siglo XX, vio en la política un péndulo cuyas oscilaciones entre la anarquía y la tiranía están alimentadas por ilusiones que se reciclan. O sea, que la anarquía parece ser un mal social inescapable y para muchos ambiciosos ideólogos y políticos, es justificable.
La anarquía es el rechazo de gobierno o autoridad central en una sociedad. En su naturaleza impulsiva e improvisada, carece de estructuras estatales, jerárquicas y coercitivas, por lo cual actúa de manera errática, indisciplinada y testaruda. De ahí que conduzca a los regímenes de la tiranía.
El gran estratega de la guerra de independencia estadounidense, Daniel Morgan (1736-1802) consideraba que el antídoto de la anarquía era la religión, pero cuando la fe desaparece, se produce un completo infierno en la tierra.
La anarquía como elección
En un discurso pronunciado por Miranda Devine, el pasado mes de septiembre en el Centro Blake para la Fe y la Libertad en Hillsdale College (Somers, Connecticut) la comentarista del New York Post se refirió a las hipérboles y falsedades con que los políticos y periodistas radicalizados fomentan la anarquía en los Estados Unidos.
Devine citó las palabras de una congresista negra, demócrata de Texas, para ilustrar la irracionalidad respecto a la ley y el orden. Una falta de lógica que tiene una amplia gama de usos para los políticos progresistas, como, por ejemplo: “El hecho de que alguien haya cometido un delito, no lo convierte en un criminal” o “El hecho de que alguien haya aceptado un soborno no lo hace corrupto”. Afirmaciones que protegen a los corruptos y criminales en el gobierno y a sus compinches fuera de él. La pregunta entonces sería: ¿Si se comete un delito y no se acusa al malhechor, ¿no hubo realmente un delito?
Un criminal se define precisamente como una persona que ha cometido un delito. Pero cuando la gente y sus representantes eligen sus propias definiciones, simplemente se hacen eco de un shibboleth (idiosincrasia obsoleta) progresista que ha convertido a muchas de las ciudades gobernadas por demócratas de todo el país en infiernos sin ley. Esta congresista sostiene que las personas que cometen delitos son víctimas indefensas de las circunstancias. Por lo tanto, cualquier intento de responsabilizarlos arrestándolos o encarcelándolos es injusto. El resultado obvio de esta lógica es que los criminales se envalentonan y sus verdaderas víctimas se convierten en rehenes indefensos de la anarquía.
Hay un trecho muy corto entre este argumento y la justificación de desfinanciar a la policía para que las comunidades “vivan más seguras”. Esto, por supuesto, es una mentira, porque desprestigiar a las fuerzas del orden es precisamente lo que los progresistas han estado haciendo desde los disturbios anti policiales de BlackLiveMatters/Antifa en 2020. Las políticas de tolerancia ante el crimen perjudican a las mismas personas que los progresistas dicen proteger.
Como se destruye una ciudad
Entre 1994 y 2001, el entonces alcalde Rudy Giuliani, logró transformar a Nueva York, de un infierno distópico de crimen y zonas prohibidas a una ciudad limpia y próspera. Su sucesor Michael Bloomberg mantuvo ese orden hasta 2014, cuando llegó al poder el demócrata socialista Bill Diblasio quien de inmediato impuso todo tipo de “reformas progresistas”, desde la abolición de fianzas, la despenalización de delitos como orinar o defecar en público, el consumo público de marihuana, hasta la reducción dramática del presupuesto a la policía.
La ciudad no tardó en sumirse en el caos: se concedió la llamada libertad de dormir en las calles a una multitud de indigentes, drogadictos y enfermos mentales. Los corrillos de consumidores de drogas al aire libre aparecieron por todas partes. Los asaltos y delitos violentos se incrementaron, incluidos los homicidios de personas empujadas a las vías de los trenes subterráneos. El robo a almacenes y tiendas se convirtió en rutina al punto de que los pequeños negocios y farmacias tuvieron que colocar alarmas y guardar bajo llave sus productos.
La política demócrata rechaza la efectiva ley de “ventanas rotas” una teoría policial que sostiene que abordar delitos menores, como el vandalismo y la intoxicación pública, evita delitos mayores y crea una atmósfera de orden y legalidad.
Ahora, inexplicablemente, la ciudad de Nueva York se prepara para elegir a un alcalde musulmán de extrema izquierda, Zohran Mamdani, que busca despenalizar los delitos menores y desviar el dinero de la policía al “trabajo social”. La plataforma de los Socialistas Democráticos de América con la que se postuló cuando fue elegido para la Asamblea de Nueva York en 2021 pedía la despenalización de todas las drogas, permitir que los inmigrantes ilegales votaran y ocuparan cargos electos, y tratar a los delincuentes de 26 años como delincuentes juveniles. Ahora planea reforzar a Nueva York como ciudad santuario para acoger ilegales, reflejando las catastróficas políticas contra el crimen del gobernador de Minnesota, Tim Walz, y el alcalde de Minneapolis, Jacob Frey.
La anarquía y el desorden no son inevitables en las grandes ciudades. Giuliani lo demostró hace 30 años en Nueva York, y Trump lo ha demostrado nuevamente en D.C. Pero el porcentaje de votantes cuerdos en Nueva York es cada vez más reducido y son más los que no se molestan en votar por un candidato a la carrera por la alcaldía.
En diciembre pasado, el director ejecutivo de UnitedHealthcare, Brian Thompson, fue asesinado en Manhattan por un izquierdista radical. La simpatía del público por el asesino y la actitud insensible hacia su víctima, un padre de dos adolescentes que se abrió camino hasta la cima, reflejan una precepción equivocada ante la violencia.
«La violencia nunca es la respuesta», es el vacío comentario de la senadora demócrata Elizabeth Warren quien de inmediato la justifica diciendo que “la gente solo puede ser empujada hasta cierto punto». Como ella, sus colegas se dedican día y noche a deshumanizar a Trump y sus partidarios, calificándolos de fascistas y nazis. Es todo lo que se necesita para que una persona desquiciada les tome en serio. Y fue precisamente eso lo que motivó al asesino de Charlie Kirk.
Con su retórica deshumanizante y sus políticas alcahuetas, los progresistas crean estructuras que excusan el crimen y la violencia, eliminan la responsabilidad y diluyen la distinción entre el bien y el mal. Como si eso fuera poco, en Nueva York desaniman a valientes ciudadanos para que dejen de proteger a los demás.
Un ejemplo de ello fue la persecución del ex marine estadounidense Daniel Penny, quien controló físicamente a un desquiciado que amenazaba con matar a los pasajeros en un vagón del metro en Nueva York. El indigente murió poco después de que llegara la policía, y el fiscal de Manhattan, un activista progresista, acusó a Penny de homicidio. Penny fue absuelto por un jurado, pero no antes de ser retratado por los medios de comunicación al servicio de la izquierda como un justiciero racista, a pesar de que los pasajeros testificaron lo agradecidos que estaban de que él hubiera intervenido.
Pero el objetivo de procesar a Penny era desanimar a otros jóvenes y buenos samaritanos como Penny. Quizás un valiente hubiese evitado la gran tragedia en el vagón del tren en Charlotte, Carolina del Norte, donde la refugiada ucraniana de 23 años Iryna Zarutska fue asesinada con un cuchillo por otro vagabundo con un largo historial criminal.
La intensa obstrucción de la izquierda progresista contra los esfuerzos del presidente D. Trump para restaurar la ley y el orden subraya el punto en que la violencia es “una elección deliberada de los progresistas para preservar la anarquía en sus ciudades” concluye Miranda Devine en su disertación añadiendo que la estrategia parece haber dado sus frutos, si todo lo que importa es el poder, ya que los progresistas tienen un dominio generacional sobre las ciudades donde toman lugar los peores crímenes.
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos.















