
Netflix acaba de estrenar, Fátima, la esperada película de Marco Pontecorvo, un bello y estilizado filme en el que no solo se recrea la aparición de la Virgen sino también los esfuerzos de la Iglesia y el gobierno por hacer que los niños que presenciaron el milagro lo negasen.
La película, con las actuaciones de Joaquim de Almeida, Goran Visnjic y Harvey Keitel, cuenta la historia de Lucía dos Santos, una niña de diez años, y sus primos Francisco y Jacinta Marco, de seis y nueve, quienes dijeron haber presenciado la aparición de la Virgen María, por primera vez, el 13 de mayo de 1917.
Estos niños, conocidos como “los tres pastorcitos”, relataron que al sentir el reflejo de una luz que se aproximaba, habían visto a una señora vestida de blanco surgir de un encino. Así mismo, aseguraron que la Virgen le había pedido que regresaran al mismo lugar los días trece durante seis meses.
Para cuando ocurrió la sexta aparición, ya el lugar había sido visitado por más de setenta mil devotos, había ocurrido el llamado “milagro del sol”, y Lucía había recibido los tres mensajes de la Virgen.
Esta es, resumida, la historia que narra la película Fátima y que al fin pude ver este pasado domingo, el mismo día de su estreno. Está realizada de una manera simple, pero a la vez, tremendamente emocional. Y todo gracias al libreto de Valerio D’Annunzio y Barbara Nicolosi, quienes lograron encapsular una compleja historia sin que sus implicaciones, tanto teológicas como filosóficas, interrumpieran su progresión dramática.
Los personajes, tanto los niños como sus padres, asi como el cura (Joaquim de Almeida) y el alcalde (Goran Visnjic), están meticulosamente desarrollados.
Fátima es una estupenda película. No tengo otra manera de describirla.
Cuando terminé de verla, por el realismo de sus escenas y la belleza de sus paisajes, no pude menos que recordar la visita que mi esposa y yo realizamos al Santuario de Fátima hace unos años.
Al llegar, lo primero que nos sorprendió fue la inmensidad de su explanada. Quizás esa vastedad de asfalto haya sido la causa por la que no sentimos, al menos en los primeros momentos, la misma sensación de recogimiento espiritual que habíamos experimentado en otros lugares sagrados, como el Santuario de Lourdes, la tumba de San Francisco de Asís o el Santo Sepulcro de Jerusalén.
Sin embargo, una vez dentro de la Basílica, una súbita sensación de paz se apoderó de nosotros. Fue una especie de catarsis de religiosidad que anuló la impresión negativa inicial.
Recuerdo que cuando salimos de la Basílica estaba lloviendo y tuvimos que refugiarnos debajo de una de sus columnatas a esperar que escampara.
Entonces vimos, desde donde estábamos, que en la Capilla de las Apariciones había comenzado la misa. Así que sacamos las sombrillas y caminamos hasta allí. Y aunque no logramos entrar porque había muchas personas, pudimos ver el altar que se encuentra justo en el lugar donde “los tres pastorcitos”, vieron a la virgen.
Justo al terminar la misa, la lluvia cesó. El cielo seguía encapotado, pero al pasar junto a una escultura que reproduce el nacimiento de Jesús, el sol comenzó a salir entre las nubes. Abandonamos en silencio la Plaza y emprendimos el camino de regreso a Lisboa.
Después de aquella visita no hemos vuelto al Santuario. Creo que quizás no necesitemos hacerlo. Y es que, gracias a la magia del cine, la Virgen de Fátima ha regresado nuestras vidas.
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.