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La memoria creativa del artista

Carlos Alberto Chávez

Por Gloria Chávez Vásquez

                                     Algunos espíritus dejan tras de sí un sendero de luz que nunca olvidas.

En el otoño de 2016 Carlos Alberto Chávez trabajaba en una escultura de la cual ya tenía la maqueta. Comisionada por un coleccionista, la escultura era de metal, madera y henequén. De paso por su casa en Las Vegas, me convertí de inmediato en su entusiasta asistente. Las piezas recortadas ya existían y el próximo paso era el ensamblaje y los colores. Ambos lo visualizábamos en una especie de sincronía musical. De ese modo habíamos experimentado que con la inspiración, las creaciones cobraban vida y continuaban evolucionando con el tiempo. En sus pinturas veíamos reflejados, como retratos, episodios de esta y otras vidas pasadas. A veces, observándolas detenidamente, escuchábamos las voces de nuestros ancestros y mensajes que nos dábamos a la tarea de descifrar. Era un ángel guardián, decía él, donde yo veía un arcángel guerrero.

En el espacio de tiempo que dedicamos al ensamblaje de la escultura, surgieron los temas de reflexión de dos emigrantes que habían dejado su tierra natal en busca de oportunidades para crecer y contribuir al mundo, el uno en el arte y la otra en la literatura. Yo había viajado primero, cuando él todavía era un niño; años más tarde lo había hecho él, y como el resto de la familia, errantes como nómadas o gitanos, nos habíamos diseminado por las cuatro esquinas del enorme país, unidos solo por las ventajas del progreso en los sistemas de comunicación y formas de transporte.

Dicen que la fascinación se produce cuando se conmueve el incons­ciente. Y el de la tierra nativa era uno colectivamente impactado. Mi hermano creció en el hogar de nuestra noble abuela materna, Clementina, fascinado, entre otras cosas, por el cuadro de aquella especie de monalisa abstracta pintada al óleo por su hermana mayor, ausente. Carlitos se dedicó al dibujo con la idea de crear un mundo propio. Era una actividad muy natural en la que, Isnoelma, nuestra madre nos había iniciado. Nunca tuvo duda de que el arte era su vocación y de que ese sería su oficio. La inspiración artística por otra parte, como nos la describe el poeta francés, Paul Valery, es: “Igual que el agua, el gas y la corriente eléctrica vienen a nuestras casas para servirnos, desde lejos y por medio de una manipulación casi imperceptible, así estamos provistos de imágenes y de series de sonidos que acuden a un pequeño toque, casi a un signo, y que del mismo modo nos abandonan”.

Después de terminar sus estudios y de vivir como atómica partícula en el crisol de América, en uno de sus viajes al terruño, Carlos A. rescató a monalisa, colgada aun en la pared de la casa materna. Mirando, sorprendida, la pequeña colección de mis dibujos y pinturas que exhibían sus paredes, y que a través del tiempo le había ido obsequiado con cualquier pretexto, le expliqué a mi hermano, que había tenido que escoger entre la pintura y la literatura. Ambas me arrastraban, como la música, pero en el curso de mi vida, había tenido más entrenamiento, experiencias y satisfacciones escribiendo, leyendo, investigando. Decidí que podía expresarme mejor en el campo literario.

Charlie Brown como le decía cariñosamente a mi hermano, o Cachavas, como firmaba él sus trabajos, me había superado por mucho en el arte. Desde pequeño había entendido que la pasión y la disciplina artística caminan juntas, y la clave era la sublimación de los sentimientos; un bálsamo en los momentos en que aflige la angustia, la nostalgia, el sufrimiento. Una constante en la soledad del exiliado o inmigrante. Su finalidad, como la de todo artista, era dar expresión a su visión interior, al fondo espiritual de su vida y el mundo que lo rodeaba. Volvíamos a la metáfora de la perla que nace de la irritación en la almeja y que como toda creación, es un producto del sacrificio y del dolor.

El crítico y pintor fran­cés Jean Bazaine afirmaba que: “Nadie pinta como quiere. Todo lo que puede hacer un pintor es querer con toda su fuerza la pintura de que es capaz su tiempo”. Mientras dábamos forma y color al Ángel, revivíamos el pasado, y adivinábamos el futuro. Ante nosotros se abría una brecha entre la naturaleza y la mente; entre la conciencia y el inconsciente. Abandonamos el mundo concreto natural y fuimos un solo artista. De ese modo el ángel cobró vida. Y en su vigorosa forma y colorido le vimos volar a su destino.

Solo vivió dos años más, Carlos Alberto, y mi visita, aunque hicimos muchos planes, tuvo todas las características de una despedida. En ese lapso me comunicó que tenía la sensación de que su etapa en el norte se estaba cerrando y quería regresar a Colombia para montar un taller y dedicarse de lleno a promover su obra. En las dos décadas como artista había producido murales, pinturas, pequeñas y grandes esculturas de madera y metal, de piedra.  Había vivido por y para el arte.  Sus obras eran como los hijos, que cobran vida y luego se independizan de su creador.  Estaban en manos de personas que la apreciaban, muchas de ellas regalos que celebraban acontecimientos en la familia. No le temía a la muerte, concluía.

En su en­sayo De lo espiritual en el arte, Kandinsky escribió que cada época recibía su propia medida de libertad artística, y aun el genio más creador, no podía saltar los límites de la libertad. Ni los límites de la duración de la vida, agrego yo. Y como todo es simbolismo en el artista, Carlos A. trascendió al mundo espiritual el día del amor y la amistad, el día de San Valentín, en la soledad de su universo artístico. En un ataque fulminante, el ángel exterminador se nos llevó al guardián y al guerrero.

Aun es muy reciente su partida como para pensar objetivamente. Pero su espíritu se ha encarnado en todos y cada uno de nosotros. De uno o de otro modo, heredamos de nuestra abuela y nuestra madre, el valor para enfrentarnos a la dureza de la vida y del “exilio” produciendo artísticamente. Carlos Alberto es y será siempre nuestra inspiración, para crear, para seguir adelante hasta nuestro posible reencuentro, allá, en la dimensión del espíritu. Franz Marc, el artista alemán que murió en la guerra europea, creía que “Los artistas no buscan sus formas en las brumas del pasado, sino que toman las resonancias más hondas que pueden del centro de gravedad auténtico y más profundo de su tiempo”.  Si es así, deberemos concentrarnos en lo incierto del futuro y esperar que, como la inspiración en el arte, el soplo divino nos sea piadoso en esta y en la vida que se cree eterna.

Hay una clase de persona especial en nuestro mundo, que se encuentra asimismo solo y aislado, casi desde su nacimiento. Su solitaria existencia no es por preferencia o por temperamento antisocial- sencillamente es viejo, de corazón, de mente, de espíritu. Esa persona es un espíritu antiguo que encuentra su panorama vastamente diferente y más natural que todos aquellos alrededor de él.      Carl Jung

In Memoriam Carlos Alberto Chávez Vásquez (Noviembre 15,1966 – Febrero 14, 2018)

Gloria Chávez Vasquez es escritora y periodista colombiana.

 

 

 

 

2 Comments

  1. Heidys Yepe

    Gracias por compartir con nosotros. Hermosísimo escrito.

  2. Luz Elena grajales yepes

    Que belleza un artista lleno de amor por sus obras siempre lo llevaremos en nuestros corazones con sus consejos y su sonrisa transmitiendo siempre paz en su corazón🙏💝

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