Por Gloria Chávez Vásquez.
Millones de personas vieron una manzana caer, pero Newton fue el único que preguntó porqué.
Bernard M. Baruch (1870-1965)
Terminada la Creación, pensó Yahvé que sería bueno crear, además, algo que no fuera tan útil, pero que sirviera de adorno a la naturaleza y le añadiera a la vez su toque divino.
Entonces, creó al hombre de una pelota de barro. Lo sentó y esperó a que reaccionara; pero el muñeco comenzó a moverse sin coordinación alguna, cayendo, saltando de un lado para otro, hablando cosas ininteligibles. Aquella criatura era tan inútil que debía hacer algo o habría que eliminarla de la Creación.
Decidió El Señor inventar algo que fuese bien simple, tan simple que se pudiera fabricar en serie llegado el caso. Algo que hiciera pensar a aquella criatura. Debía reunir eso sí, algunas condiciones para recordarle en un futuro que su creación había sido opcional. Aparte de eso, tendría que ser algo barato y corriente que le sirviera para crear o divertirse en momentos de ocio como este.7
Eso pensaba Yahvé mientras mascaba chicle, producto celestial de sabor refrescante. Mascando, mascando, refrescando su aliento, futura fuente de vida e inspiración, ejercitaba la divina quijada jugando con la idea y con el chicle.
Estiró Yahvé el chicle con sus dedos omnipotentes, hizo bombitas grandes y pequeñas al soplar. El eco de su explosión se dejaba oír en todo el universo. El Creador tomó conciencia del chicle y empezó a analizarlo cuidadosamente poniendo en ello su infinita paciencia y sabiduría.
—Algo como esto —se dijo— quizás tan elástico y agradable al gusto, dulce al principio, insulso al final cuando se le acabe el sabor de tanto mascar. Que pueda hacer bombitas, adhesivo, pegajoso…
Fantaseó Yahvé en busca de su inspiración. Pacientemente fue cristalizando la idea. Mientras tanto, ya el sabor se había gastado del chicle que El Creador disfrutaba. Sacando de la boca la masita amorfa, grisácea, con los divinos dientes aún marcados, la observó por un rato, tomando a la criatura con la otra mano.
La inspiración resplandeció luminosa y la voz de Yahvé contagió de gozo a quien tuvo la dicha de oírle. Tocando con el índice la cabeza del muñeco, le abrió la tapa cuidadosamente, y solemne, exclamó:
—No es bueno que el hombre tenga una cabeza hueca. Le pondremos un cerebro.
De la colección de cuentos Opus Americanus © Gloria Chávez Vásquez es escritora y periodista.
Muy cómico.
Jajajaja!!! Muy gracioso. Una visión moderna y práctica de la creación del hombre.
¡Genial, Gloria!
Genial! Jajaja