Por Carmen de Carlos/El Debate.
Alberto, Cristina y Aníbal Fernández, el trio en los gobiernos durante el ascenso del narcotráfico en Argentina.
En 2004, se celebró en la ciudad argentina de Rosario (Santa Fe), el III Congreso de la Lengua. Ernesto Sábato pronunció un discurso memorable ante los Reyes de España. Lingüistas, escritores, periodistas y políticos se concentraron en un espacio apacible de cultura y seguridad.
De entonces a esta parte ha llovido mucho y lo ha hecho en forma de «raviolis» (papelinas) de cocaína, de cocinas del infierno donde la droga se produce y de crimen organizado.
El Gobierno de Alberto Fernández parece haber despertado de algo parecido a un letargo donde el Estado ha cerrado los ojos, hecho oídos sordos y enmudecido frente al crimen organizado y la «guerra narco» entre las bandas.
La última bala que ha mostrado el jefe del Estado para disimular su indiferencia en estos cuatro años de gestión ha sido enviar el Ejército a Rosario. El presidente lo anunció hace un par de días y los argentinos quisieron creer que era para controlar las calles, para terminar con la peste que envenena a la población más joven, en buena medida sin oficio y víctimas de un sistema que les ha hecho creer que los subsidios es una forma digna de ganarse la vida.
El deseo dio paso a la realidad y Fernández aclaró que la misión de las Fuerzas Armadas en Rosario sería urbanizar los barrios donde corre a más velocidad la droga que la Policía para detener a los delincuentes. Dicho esto, su ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, con el que comparte apellido, se comprometió a «llegar al hueso del problema».
El «hueso» es conocido por todos, el problema es el tuétano. Fernández, el tercero con este apellido en el Ejecutivo, fue jefe de Gabinete del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner del 2009 al 2011; secretario general de la Presidencia, entre 2014 y 2015 y mucho antes, entre otros cargos, fue ministro del Interior de la Nación con Néstor Kirchner, del 2003 al 2007…