Cultura/Educación

Juan Ramón Jiménez en La Habana

Vintage Cuba/ Foto del Recuerdo. La Habana, 1937. Poeta español Juan Ramón Jiménez junto a la declamadora argentina Berta Singerman y un niño vendedor de flores en el Hotel Victoria de El Vedado

Por Manuel C. Díaz.

Confieso, casi con vergüenza, que de Juan Ramón Jiménez solo he leído dos libros. Uno de ellos, Platero y yo, en 1957, justo cuando terminando el octavo grado mi amiga Celia, empeñada en iniciarme en la poesía, me prestó una vieja edición ilustrada en la que, a pesar de faltarle algunas páginas, pude leer: “Platero es un burro pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón”.

Y el otro, Romances de Coral Gables, ya aquí en el exilio, recomendado por el escritor Carlos García Pandiello justo cuando terminaba el guion de su documental sobre Juan Ramón y buscaba afanosamente, en los alrededores de Alhambra Circle, la casa donde había vivido el Nobel moguereño y en la que habría escrito estos versos: “Yo sé que cuando me vaya/ con el alma he de volver/ a esta tierra en que hoy espero”.

De lo que sí he leído mucho ha sido sobre su estancia en La Habana. Y cómo no haberlo hecho si es que se han escrito cientos de artículos sobre la misma, tan detallados, que hasta incluían su salida de España y su llegada a Nueva York en septiembre de 1936, junto a su esposa Zenobia Camprubí, en el vapor Aquitania, así como también su posterior viaje a Puerto Rico (aprovechando un contrato que había firmado con el Departamento de Educación de la isla), desde donde finalmente se trasladaron a La Habana, invitados por la Institución Hispano Cubana de Cultura, que había sido fundada por Fernando Ortiz en 1926 con el propósito de fomentar las relaciones culturales entre Cuba y España.

Lo cierto es que Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia llegaron el 30 de noviembre de 1936, no a La Habana -como siempre equivocadamente se ha dicho- sino a Santiago de Cuba, desde donde se trasladaron en tren a la capital.

En La Habana se hospedaron en el Hotel Vedado, no en el de ahora de la Calle O, sino en el de aquella época de la Calle M esquina a 19, hoy llamado Victoria y que ha quedado asociado para siempre, por las veces que lo mencionan en sus biografías, con Juan Ramón y su esposa.

En una de ellas, la de Enrique González Duro, puede leerse: “Se instalaron provisionalmente en la Pensión Azul, para trasladarse poco después al Hotel Vedado, un edifico de seis pisos, situado en el conocido barrio del Vedado. Ocupaba una esquina y tenía al frente un portal abierto y techado a la manera del trópico; una buena terraza, un comedor discreto, mucho verde a su alrededor y magníficas vistas; era una residencia módica, con muchos huéspedes fijos, cultos y jubilados en su mayoría”.

Fue allí, en ese Hotel Vedado de 1936, donde a su llegada Juan Ramón y su esposa fueron acogidos con entusiasmo por la intelectualidad cubana de la época, sobre todo por los poetas, entre ellos José Lezama Lima, Ángel Gaztelu, Dulce María Loynaz, Eugenio Florit, Emilio Ballagas y Gastón Baquero, entre otros.

El propósito principal de la visita de Juan Ramón era dictar un ciclo de conferencias, no solo para la Institución Hispano Cubana de Cultura, que lo había invitado, sino también para el Lyceum y el Círculo Republicano, como las tituladas, La crisis del espíritu en la poesía española contemporánea y Evocación de Ramón del Valle Inclán, las cuales se llevaron a cabo con gran éxito.

Sin embargo, como por razones de índole personal la estadía de Juan Ramón se extendió más de lo previsto, el poeta se incorporó entonces en los círculos culturales del país y comenzó a colaborar con regularidad en las revistas literarias de la isla y a participar en diferentes proyectos culturales, como el Festival de la Poesía Cubana, celebrado el 14 de febrero de 1937 en el Teatro Campoamor y en el que se leyeron poemas de autores cubanos que habían sido previamente seleccionados en un concurso cuyos jueces fueron, José María Chacón y Calvo, Camila Henríquez Ureña y el propio Juan Ramón.

Algunos meses más tarde, por iniciativa del propio Jimenez y con un prólogo de su autoría, se publicó un libro titulado, La poesía cubana en 1936, en el que se incluyeron los poemas ganadores.

En muchos de los artículos escritos sobre la estancia de Juan Ramón en La Habana, se habla de su relación con los poetas jóvenes de aquella generación (Florit, Lezama, Ballagas, Vitier)- a quienes trató -él, que ya era un autor consagrado- con una gran generosidad.

En 1939, a finales de enero, cuando la guerra civil llegaba a su fin con la inminente derrota de la República, los Jimenez deciden regresar a Estados Unidos y aprovechan una invitación de la Universidad de Miami para hacerlo.

Se radican en la ciudad de Coral Gables, donde vivieron hasta marzo de 1943. Entre 1944 y 1946, Juan Ramón y Zenobia son contratados como profesores en la Universidad de Maryland y en 1950, la pareja vuelve a Puerto Rico para dar clases en su Universidad.

El final estaba cerca. En 1956 la Academia Sueca le otorga a Juan Ramón el Premio Nobel de Literatura, que no puede ni siquiera ir a recoger porque tres días después muere su esposa en San Juan.

Juan Ramón fallece dos años más tarde en el mismo hospital donde murió Zenobia. Sus restos fueron trasladados e España y reposan en el cementerio de su pueblo natal.

De la etapa cubana de Juan Ramón quedan no solo las anécdotas de quienes lo conocieron en esos años, recogidas en numerosos artículos periodísticos, sino también este hermoso texto de su autoría:

“La Habana está en mi imaginación y mi anhelo andaluces, desde niño. Mucha Habana había en Moguer, en Huelva, en Cádiz, en Sevilla. ¡Cuántas veces, en todas mis vidas, con motivos gratos o lamentables, pacíficos o absurdos, he pensado profundamente en La Habana, en Cuba! Mi nueva visión de La Habana, de la Cuba que he tocado, su existencia vista, quedan ya incorporadas a lo mejor del tesoro de mi memoria”.

Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.

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