Por Gloria Chávez Vásquez.
Es cierto que el teatro es esa dimensión, a donde se va a reflexionar y a refrescar el alma. Como entretenimiento, aligera el peso de la vida. Arthur Miller aseguraba que “el teatro no puede desaparecer, porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”. Es una oportunidad de revivir la vida y como al escritor, al actor, al director y al resto del ensemble, troupe o compañía, les es dado reinventarla una y mil veces.
El teatro requiere del libre albedrio de su audiencia, en la interpretación de la realidad o la ficción. En un teatro libre, las ideas no se fuerzan en el público durante la presentación de una obra. Es la manera de contar, dramatizando, un relato, un mito, una leyenda, la historia, del modo que lo hicieron Calderón o Schiller. Montar una pieza teatral es la aventura de la creatividad de un grupo de artistas que invitan y proporcionan a su público, la grata experiencia de soñar despiertos.
Teatro popular
El griego era un teatro que utilizaba el lenguaje y las costumbres para burlarse de los vicios humanos. Las obras de Esquilo y de Sófocles siguen vigentes porque nacen de la reflexión que sustenta el drama o la comedia. Antiguamente, las expresiones vivas de la memoria colectiva se manifestaban en las iglesias, los graneros y en las plazas públicas. El aspecto popular y participativo del teatro se remonta a la tradición medieval, con los teatros itinerantes, perenne en las ferias, carnavales y días festivos.
El escenario y los vestuarios pueden recrear una realidad mágica al estilo de Broadway, o ser minimalista, casi etéreo, al estilo de los mimos, popularizado por el genial Marcel Marceau. Dependiendo de los recursos, pueden ser improvisados o inexistentes. Lo importante es crear ante la audiencia, un mundo real o imaginario con el que pueda identificarse.
Teatro ideológico
Para la ideología marxista, el teatro, como el resto de las artes, “debe ser comprometido y un instrumento estético para colaborar en el cambio de la sociedad”. En consecuencia, la obra debe llevar un mensaje político que genere polémica. Como la moraleja en la fábula, el mensaje queda instalado como una verdad, en la mente colectiva. De acuerdo con esta teoría, el teatro no debe esperar a que el espectador acuda y pague, hay que salir a buscarlo en las plazas, las fábricas, los colegios o las calles. Esto cambia el concepto de montaje y espacio teatral, pues ya no se limita a la escena o al edificio solamente y se revierte a la práctica del teatro en la época medieval.
Esta forma de capturar la mente equivale al proselitismo del teatro misionero ya que la didáctica, la evangelización y el adoctrinamiento, tienden a mezclarse con el teatro.
Teatro social
Dado el nivel de sofisticación de su audiencia, el teatro tradicional tiende al elitismo. De igual manera, es natural que el público mayoritario se identifique con espectáculos más populares, en arenas, estadios o televisados, que les permitan manifestarse abiertamente o escapar a la realidad propia.
Durante la década de los 60s varios teatristas latinoamericanos, como Enrique Buenaventura en Colombia, Oswaldo Dragún en Argentina y Emilio Carballido en México, influenciados por el marxismo y el formalismo ruso, adaptaron las teorías de teatristas de izquierda como Bertold Brecht (1898-1956), para hacer del teatro, un foro de ideas políticas. El mismo fenómeno tuvo lugar en la Iglesia con la Teología de la Liberación.
De acuerdo con la dialéctica socialista, las agrupaciones dedicadas al montaje de obras con una agenda ideológica, deben romper la estructura jerarquizada de la compañía teatral, para reemplazarla por la del conjunto. Según esta teoría, todos sus miembros: autor, director, actor y personal técnico están a un mismo nivel, pues laboran por un objetivo en común.
El Nuevo Teatro
La creación colectiva es el método de trabajo del Nuevo Teatro, y los temas preferidos, aquellos de carácter histórico, con el objetivo de interpretar la historia del país de manera diferente a la oficial. Este método modifica o crea el libreto de una obra a base de improvisaciones escénicas.
Según E. Buenaventura, “El texto literario teatral es literatura, pero no es ‘el teatro’, puesto que éste es un espectáculo que se compone de varios textos: imagen visual, sonora y una relación específica con el espectador”. El teatrista creía que “la especialización y la compartimentación del proceso creativo, convierten la experiencia artística en un fenómeno individual y narcisista”.
El nuevo teatro es minimalista porque opera con escasos recursos. Por tanto, su prioridad no es entretener sino hurgar en la historia nacional y en los acontecimientos políticos para cuestionar el colonialismo ideológico (adoctrinamiento), de que son susceptibles los medios artísticos. Buenaventura entendía que la dramaturgia rompe con la tradición teatral en el proceso de producción artística, estableciendo una nueva relación con nuevos públicos y creando una nueva poética.
Los nuevos teatristas adaptan obras del teatro nacional o universal, que puedan transformar de acuerdo a los cambios de la estructura social. De este modo las historias, sean de Lorca o de Carrasquilla pasan a contener el mensaje deseado.
Pero existen contradicciones en la afirmación de que en la cultura no hay espacio a influencias o miradas de afuera ya que muchos teatristas contemporáneos propician espacio a esas influencias. Buenaventura pensaba que la cultura cobra vida en el teatro, dándole prioridad a la forma estética, sin suprimir el carácter político de la obra. Es un modo de impregnar el arte con las tendencias políticas al que muchos creadores se han opuesto históricamente.
La cultura, para artistas e intelectuales de izquierda, es un experimento que requiere demoler para construir y para ello hay que empezar por arrancar raíces autóctonas como las costumbres. Para ello se implantaron las teorías de B. Bretcht, un judío, alemán, comunista, ajeno por completo a la experiencia latinoamericana, en el teatro y la sociedad regional y nacional. Mientras se utilizaba el teatro como un foro de discusión ideológica y política y como vehículo de transformación social, se hacía blanco de las tradiciones propias con la sátira de autores como Jarry y Artaud, que evocan el teatro de la crueldad y la violencia.
Algunos colectivos teatrales hablan de paz haciendo burla de la historia tradicional, mientras se promueve el victimismo y el resentimiento o ideas de cambios radicales mediante la violencia. Niegan además que su manera de hacer teatro sea una suma populista o panfletaria de rebelión política y un conglomerado de reflexiones psicológicas, todo lo cual es muy evidente en su método.
“El teatro, –decía el referente colombiano, es una búsqueda del teatro mismo, que se libra de moldes y construye su propio refugio. El teatro no es engendrado por los grandes textos, sino que los grandes textos son engendrados por el teatro.” Una filosofía contradictoria en un artista del calibre de Enrique Buenaventura, que sabía leer entre líneas.
Es un hecho que, en su disidencia contra las tiranías, los artistas han producido obras que logran esos cambios partiendo de la esencia libertaria de su creatividad y sin la intervención de ideologías opresoras que buscan convertir al ser humano en tornillo del estado. Aunque es cierto que las artes son vehículo de cambio y transformación social, esos cambios son menos forzados y mas naturales si el artista no tiene una agenda política. De lo contrario se convierte, tristemente, en proselitista, o sirviente de la propaganda ideológica.
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos.