Cultura/Educación

Guillermo Cabrera Infante -Premio Cervantes 1997-

Manuel C. Díaz con su esposa

Por Manuel C. Díaz.

Guillermo Cabrera Infante obtuvo en 1997 el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, uno de los más importantes que se otorgan en España.

El galardón, instituido en 1975, es concedido por el Ministerio de Cultura español con “la intención de rendir anualmente público testimonio de admiración a la figura de un escritor que, con obras de notable calidad, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico”.

Recuerdo la alegría que muchos aquí en Miami sentimos al saber la noticia. Y cómo no íbamos a sentirla si era la primera vez que Cabrera Infante, después de haber sido ninguneado durante años por su oposición al castrismo, recibía un galardón de tanto prestigio.

El Premio Cervantes se entrega, oficialmente, en la Universidad de Alcalá de Henares, en cuyo paraninfo los premiados pronuncian sus discursos de aceptación.

Quizás por eso fue, entre otras razones, por lo que la última vez que mi esposa y yo estuvimos en España -un par de años antes de la pandemia- visitamos esa histórica ciudad.

Habíamos llegado en tren desde Madrid temprano en la mañana y teníamos pensado conocer varios de sus lugares de interés, entre ellos la casa natal de Cervantes, la Catedral Magistral, el Palacio Arzobispal y, claro, su famosa universidad.

Construida en 1499 por el cardenal Cisneros, la Universidad de Alcalá de Henares fue, junto a la de Salamanca, una de las más importantes durante el Siglo de Oro. Hoy día, entre maestrías y doctorados, imparte numerosas titulaciones oficiales de grado. Cuenta con nueve facultades, dos centros adscritos, diez institutos de investigación, una plantilla de mil ochocientos profesores y casi treinta mil alumnos.

En 1998, por su importancia cultural y por su impresionante herencia arquitectónica, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Lo primero que hicimos al llegar a Alcalá de Henares fue buscar la Calle Mayor porque sabíamos que ella nos llevaría hasta la Plaza de Cervantes, en el auténtico corazón de la ciudad, muy cerca de la universidad y a la que enseguida, después de recorrer la Plaza, nos dirigimos.

También sabíamos que la mejor manera de verla era con una visita guiada. Y eso fue lo que hicimos. Los boletos de entrada costaban 6 euros y el recorrido comenzó, para nuestra sorpresa, en la calle, con una extensa explicación del guía sobre la fachada, una de las obras más importantes del Renacimiento español, construida por Rodrigo Gil, en el llamado estilo plateresco.

Al volver a entrar al edificio, que es el Colegio Mayor de San Idelfonso y actual sede del rectorado, fue que la visita realmente comenzó. Y lo hizo a través de sus hermosos patios: el de Santo Tomás de Villanueva, nombrado en honor del santo manchego, quien fuera uno de sus alumnos; el de los Filósofos, al que se accede a través de un pasadizo y que debe su nombre al hecho de que a su alrededor estaban las aulas de Filosofía; y el Trilingüe, llamado así por las tres lenguas -latín, griego y hebreo- que allí se estudiaban.

Del Patio Trilingüe pasamos al lugar que más me interesaba visitar: el paraninfo. Es en este lugar donde todos los años, en una solemne ceremonia presidida por los Reyes, se entrega el premio.

Pero antes de entrar, a un lado de su puerta principal, vi que en una de sus paredes estaban escritos en letra roja los nombres de todos los escritores que han recibido el Premio Cervantes y sus correspondientes retratos en bronce, entre ellos el de Guillermo Cabrera Infante, al cual le tomé una foto.

Lo primero que me sorprendió del paraninfo fue lo pequeño que era. No sé por qué, pero siempre pensé que, por ser el Aula Magna de la Universidad, sería mucho más grande. Lo que sí me impresionó fue la llamada Tribuna de los Oradores, que, según el guía, consta de tres nichos, todos decorados con un tipo de ornamentación italiana llamada “candelieri”.

Cuando el guía terminó su explicación, el grupo continuó su recorrido. Sin embargo, yo permanecí un momento mirando hacia la Tribuna de los Oradores. Y la verdad es que no me costó ningún trabajo imaginar a Guillermo Cabrera Infante leyendo su discurso de aceptación, cuyo título, “Cervantes, mi contemporáneo”, no pudo ser más apropiado: “Hay un juego literario -comenzó diciendo- que es, como la literatura, un salto mortal sin red. Consiste en preguntarle al otro: ¿con quién famoso te gustaría cenar esta noche? Me propusieron ese árbitro de elegancias que dormía de día y celebraba la noche. Pero yo no sé latín y no creo que pueda aprenderlo para esta noche. Me nombraron a Shakespeare, pero entre su inglés y el mío hay distancia de olvido. Por último, me susurraron el nombre de Cervantes”.

Lo que siguió -acabo de leerlo, ahora- fue un dialogo imaginario entre Cervantes y él, repleto de ingeniosidad y erudición, que concluyó de esta manera: “Cervantes dejó de ser un mero mortal para pasar a la inmortalidad. Aquí debo acabar mi discurso. Pero permítanme una palabra o dos antes de irme. Por mi casa de Londres han pasado varias generaciones de escritores españoles, algunos bisoños, otros veteranos. Muchos de los jóvenes escritores han devenido una generación que escribe los libros mejores que se escriben en español.  Grande ha sido mi contento de que así sea. A todos, empezando por Miguel de Cervantes Saavedra, ¡muchas gracias!”

Cuando alcancé al grupo, la visita acababa de terminar. Al salir de la universidad, mi esposa y yo continuamos recorriendo la ciudad. Ya cuando íbamos en busca de la terminal de trenes para regresar a Madrid, pasamos frente a la casa de Cervantes, hoy convertida en un museo. Y aunque no entramos porque ya no teníamos tiempo, no pudimos resistir la tentación de sentarnos en un banco de piedra instalado justo en la puerta de la casa y en el que había colocadas dos sendas esculturas a tamaño natural de Don Quijote y Sancho Panza. Y como dos típicos turistas nos retratamos, divertidos, junto a ellos.

Fue entonces que se me ocurrió pensar si Cabrera Infante y su esposa Mirian Gómez, cuando estuvieron en Alcalá de Henares para la premiación, no habrían hecho lo mismo. Es decir, sentarse al lado del Ingenioso Hidalgo y su escudero. Después de todo, ¿no acababa Guillermo de cenar con Cervantes, su creador?

Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.

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