Por Carlos Manuel Estefanía.
“Los feminismos antigénero se jactan de ser voceros del sentido común y suelen definir a las mujeres como «hembras adultas de la especie humana». No obstante, a menudo ofrecen descripciones intrincadas, menos intuitivas. Por ejemplo, J.K. Rowling, la autora de Harry Potter y una de las caras más visibles del feminismo antigénero, sostiene que una mujer es «un ser humano que pertenece a la clase sexual que produce gametos grandes». Una definición peculiar, por decirlo de algún modo, más cercana a viejos manuales científicos que a nuestros usos coloquiales. ¿Por qué traer a colación los gametos?”
Mariela Solana
El artículo ¿#SexoNoEsGénero? Disputas feministas en torno del sexo y la biología, de Mariela Solana, publicado en la edición 316. marzo-abril, de la revista Nueva Sociedad, una publicación de orientación socialdemócrata, aborda un tema clave de los debates actuales en el feminismo: la distinción entre sexo y género. Demuestra de paso cual es la política sexual que podemos esperar desde la centroizquierda establecida con bases en Europa. La autora, respondiendo a esas instancias y en ataque frontal al materialismo, incluso de raíz marxista, se propone desmontar lo que denomina “feminismo anti género”, una corriente que, según ella, reivindica una noción biologicista y binaria de la sexualidad humana para definir qué es ser mujer o varón.
Con una sólida formación académica y un enfoque que bebe de las corrientes posestructuralistas, Solana articula una defensa del constructivismo de género, cuestionando el dimorfismo sexual como base natural incuestionable y argumentando que tanto el sexo como la biología son, en sí mismos, objetos de disputa ideológica, interpretativa y cultural. Sin embargo, esta postura revela un sesgo profundamente ideológico que minimiza aspectos científicos ampliamente documentados.
A lo largo del artículo, Solana relativiza la existencia de dos sexos biológicos, apelando a estudios sobre la intersexualidad, la plasticidad hormonal y la influencia del entorno en el desarrollo corporal. Aunque tales fenómenos existen, su frecuencia es marginal y no justifica el rechazo del marco binario que sigue siendo la base funcional y descriptiva de la biología humana. El hecho de que haya excepciones no invalida la regla: como reconocen incluso fuentes citadas en el artículo, el dimorfismo sexual sigue siendo el modelo predominante en la especie humana.
Más allá de su sofisticación teórica, la autora incurre en una paradoja: mientras acusa a los llamados feminismos anti género de simplismo, su propia lectura de la biología tiende a un reduccionismo inverso, en el que todo lo biológico se convierte en un producto cultural. Esta visión, aunque intelectualmente provocadora, corre el riesgo de disolver los límites materiales que, nos guste o no, estructuran nuestras sociedades, nuestros sistemas legales y hasta nuestras relaciones personales.
Por otra parte, Solana cuestiona definiciones de mujer basadas en características reproductivas como la producción de óvulos, calificándolas de arcaicas o excesivamente técnicas. Sin embargo, es precisamente en ese terreno —el de la función biológica reproductiva— donde la distinción sexual cobra sentido y relevancia, no solo en términos científicos, sino también médicos y sociales. Negar esa realidad en nombre de una identidad fluida puede tener consecuencias prácticas graves, por ejemplo, en la elaboración de políticas públicas de salud o en la protección de derechos específicos de mujeres y niñas.
En resumen, aunque el artículo enriquece nuestra comprensión de una postura predominante de algunos focos de resistencia dentro de los círculos del feminismo académico actual, los pocos que se atreven a combatir el proceso de disolución de la mujer de toda la vida en una masa conformada por cualquier sujeto que se declare como tal. Sus afirmaciones merecen ser difundidas como respuestas al artículo aquí escrito. Estas feministas, aún vistas desde una mirada crítica por las posiciones androfóbicas que suelen defender, tienen al menos la virtud de reconocer el valor y la relevancia del sexo biológico como un dato objetivo y binario, fundamental para la organización social. Esto se puede hacer sin caer en dogmas ni negar el respeto a la dignidad de todas las personas, incluidas aquellas cuyos psicólogos, en violación de la más elemental deontología, las han mantenido en el error, cuando no convencidos de que pertenecen a cada coda que su propio sexo.
Por último, es esencial señalar la verdadera función de la doctrina defendida por Solana: complicar el tratamiento de una problemática conocida desde hace tiempo, como es la disforia de género. Esto podría, en última instancia, obstaculizar la auténtica reafirmación de género del paciente, es decir, su capacidad para alinear su imagen mental con su sexo biológico. Por ende, lo que se intenta frenar es l acople de estas personas con el sexo opuesto en el siempre complejo contexto de la reproducción humana. Así, las diatribas de Solana parecen estar promovidas, en última instancia, por una agenda maltusiana que merece ser examinada con detenimiento, ante los intentos de adoctrinamientos de este tipo de medios, donde la búsqueda de un socialismo democrático ha pasado a un segundo plano frente a la imposición de su particular utopía de género.
Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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