Por Carlos Manuel Estefanía.
En un artículo anterior, traté cómo la modernidad ha adoptado la práctica de revisar e interpretar los clásicos literarios, especialmente aquellos relatos que hoy consideramos infantiles, como los cuentos de hadas. Este fenómeno, que muchos interpretan como una señal de progreso cultural, revela en realidad un intento de subvertir los valores morales y sociales que durante siglos han formado el tejido de nuestras sociedades. Hoy, es común que una generación crezca con ciertos valores transmitidos a través de cuentos de hadas, solo para ver esos mismos valores desafiados y negados en la literatura que consume en su adultez, como resultado de políticas editoriales que responden a intereses ajenos a los de la mayoría. Sin embargo, lo que hoy parece una novedad ya se manifestaba con claridad en el siglo XIX.
El auge de la revisión literaria
Recientemente, Anja Rekeszus, profesora de alemán en la Universidad de Reading, publicó un artículo* que destaca a tres mujeres olvidadas que, según ella, escribieron cuentos de hadas y otros textos que subvertían las normas de género establecidas por los Hermanos Grimm. Desde una perspectiva antipostmoderna, a menudo marginada en los círculos académicos y en la crítica literaria contemporánea, estas reinterpretaciones merecen un análisis profundo, no tanto para celebrarlas, sino para comprender el peligro que representan para nuestra herencia cultural.
Revalorando las subversiones del pasado
Las autoras mencionadas por Rekeszus, como Marie von Ebner-Eschenbach, Karoline von Woltmann y Carmen Sylva, supuestamente desafiaron las normas sociales de su tiempo. Por ejemplo, von Ebner-Eschenbach abordó temas como la desigualdad y la injusticia en sus cuentos de hadas, mientras que Woltmann y Sylva presentaron a mujeres que rompían con las expectativas tradicionales. Sin embargo, lo que resulta verdaderamente notable es que estas autoras no se apartaron significativamente de lo que ya se estaba haciendo en la literatura de sus contemporáneos masculinos. ¿Qué tiene entonces de especial su condición de mujeres en la literatura, si no es para satisfacer una agenda moderna que busca destacar lo femenino por encima de lo universal?
Escritoras “olvidadas” o navegantes en favor de la corriente
La exaltación de estas autoras por su supuesta subversión del orden establecido parece un acto de sexismo innecesario. La obra de estas tres escritoras coexistía con muchas otras que surgieron bajo la influencia ideológica del liberalismo del siglo XIX, un fenómeno que, aunque disfrazado de liberación, en realidad promovía la erosión de las estructuras sociales que habían mantenido la cohesión durante generaciones. Así, mientras estas escritoras contribuían a un movimiento que cuestionaba el papel de la mujer en la sociedad, la literatura de la época también nos ofrecía numerosos clásicos en los que las protagonistas socavaban la institución del matrimonio mediante el adulterio.
Subversión literaria del siglo XIX: un preludio al caos moderno
La obra de las tres escritoras referidas convive con muchas otras nacidas bajo la influencia del liberalismo decimonónico, un fenómeno que no se limitó a Europa occidental, sino que se extendió desde las Islas Británicas hasta Rusia, a pesar de la autocracia imperante. Durante esta etapa, surgieron numerosos clásicos en los que las protagonistas no luchan por su dignidad dentro del matrimonio, sino que lo socavan mediante el adulterio. Ejemplos de ello son los siguientes, entre los cuales la mayoría son hombres, es decir, los presuntos beneficiarios de la llamada sociedad patriarcal:
- Anna Karenina de León Tolstói: La protagonista mantiene una aventura extramatrimonial que la conduce a un trágico final.
- Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski: Sonia Mármieládova se prostituye para mantener a su familia.
- Madame Bovary de Gustave Flaubert: Emma Bovary se involucra en dos aventuras adúlteras que acaban con su vida.
- La dama de las camelias de Alexandre Dumas (hijo): Margarita Gautier, una cortesana, mantiene una relación con un joven llamado Armand Duval.
- Effi Briest de Theodor Fontane: Effi Briest, de la aristocracia alemana, tiene una aventura extramatrimonial que la lleva a la ruina.
- Tess, de la estirpe de los d’Urberville de Thomas Hardy: Tess Durbeyfield es seducida por Alec d’Urberville, lo que lleva a una serie de trágicos acontecimientos.
- La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»: Ana Ozores, insatisfecha en su matrimonio, tiene una aventura amorosa.
- Pepita Jiménez de Juan Valera: Pepita Jiménez se enamora de un joven seminarista, lo que provoca un conflicto entre el amor y la vocación religiosa.
- Doña Perfecta de Benito Pérez Galdós: Rosario se ve atrapada en un conflicto que pone en duda la moralidad de su tía, Doña Perfecta.
- Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán: Nucha es obligada a casarse con un marqués cruel y alcohólico, lo que la lleva a tener una aventura con un primo de su marido.
- La Tribuna de Emilia Pardo Bazán: Amparo, una joven de clase obrera, se envuelve en una relación extramatrimonial con un hombre de clase alta.
Además, dos ejemplos en el teatro del siglo XIX ilustran lo que hoy denominaríamos “obra emancipadora”:
- Casa de muñecas (1879) de Henrik Ibsen desafía los roles de género tradicionales, revelando la opresión sistemática de las mujeres dentro del matrimonio y la familia. A través de su protagonista, Nora Helmer, Ibsen explora la lucha por la autonomía personal y el rechazo de los confines impuestos por una sociedad patriarcal.
- Hedda Gabler (1890), también de Henrik Ibsen, presenta a una protagonista fuerte y multifacética que se enfrenta a las restricciones impuestas a las mujeres en la sociedad victoriana. Hedda Gabler encarna la complejidad y el conflicto de una mujer que busca afirmar su identidad y controlar su destino, desafiando las normas de su tiempo y cuestionando las limitaciones de género que la rodean.
Nada nuevo bajo el sol. La subversión de los valores tradicionales en la literatura no es, pues, una invención exclusiva de autoras “olvidadas”, cuyo género las vuelve destacables solo desde una perspectiva feminista que raya en el sexismo. Sin embargo, es importante notar que, a pesar de la naturaleza trágica de muchas de estas obras, ellas podrían interpretarse como críticas a la opresión de las mujeres en el siglo XIX, según lo interpretaba la filosofía liberal de ese tiempo. También son ejemplos de cómo el carisma de los personajes y la justificación de sus acciones pueden mitigar el posible efecto moralizante de carácter conservador que aparentemente generaría el carácter trágico predominante en este tipo de narrativas. Es así como, a pesar de sus pesares, las protagonistas pueden convertirse en modelos sociales. Esto no es diferente del fenómeno psicológico que se observó tras la publicación de Los dolores del joven Werther de Goethe, donde la trágica historia de Werther llevó a una ola de suicidios de jóvenes en Europa. Abundemos en este caso:
Publicada en una época de gran agitación cultural y social, Los dolores del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe no solo capturó la imaginación de sus contemporáneos, sino que también desató un fenómeno perturbador que ha sido apodado el “efecto Werther”. Este término se refiere al poder que una obra literaria puede ejercer sobre el comportamiento de sus lectores, particularmente en momentos de vulnerabilidad emocional. La historia de Werther, un joven atormentado que busca redención a través de un trágico desenlace, provocó una serie alarmante de imitaciones y suicidios, demostrando cómo el arte puede, para bien o para mal, moldear profundamente la conducta humana.
El impacto de Los dolores del joven Werther fue tanto notorio como trágico. Los registros históricos revelan datos que subrayan el alcance del efecto de la novela:
- Alemania: En los primeros años tras la publicación, al menos 12 suicidios fueron directamente atribuidos a la influencia de la novela. Los jóvenes imitaron el trágico final de Werther, conmocionando a la sociedad de la época.
- Nápoles, Italia: Aproximadamente 6 jóvenes se suicidaron replicando el método del protagonista, lo que llevó a una reacción alarmada en la comunidad.
- Dinamarca: Se documentaron al menos 4 casos de suicidio vinculados a la lectura de la novela, mostrando una tendencia similar en otras regiones europeas.
- Rusia: En San Petersburgo y Moscú, entre 3 y 5 suicidios fueron asociados con la obra de Goethe, reflejando su influencia más allá de las fronteras alemanas.
- Francia: Aunque los datos precisos son imprecisos, existen registros que mencionan varios casos de suicidios entre jóvenes inspirados por la novela.
Goethe mismo se vio profundamente perturbado por la reacción extrema que su obra provocó. Lamentó el impacto que su novela tuvo sobre sus lectores y se convirtió en un ejemplo claro del poder de la literatura para afectar emocionalmente a su audiencia, especialmente a quienes se encuentran en estados de vulnerabilidad.
Apartándonos un poco del tema que nos ocupa, resulta oportuno subrayar que la literatura no es el único tipo de producto cultural que ha demostrado tener un impacto significativo en los jóvenes. En la era moderna, el efecto de los productos culturales se ha intensificado con la llegada de los medios digitales y las redes sociales, donde el contenido cultural está al alcance de todos instantáneamente y en una escala global. El caso de Los dolores del joven Werther nos recuerda la responsabilidad inherente a la creación y difusión de productos culturales.
El “efecto Werther” ilustra el profundo impacto que la literatura y otros productos culturales pueden tener en las emociones y acciones de sus lectores o espectadores. La historia de Los dolores del joven Werther nos recuerda que la influencia cultural no debe tomarse a la ligera, y que tanto creadores como consumidores deben estar conscientes de las posibles repercusiones. En una era de exposición constante a contenidos digitales, es crucial equilibrar la libertad creativa con una responsabilidad social, asegurando que la cultura continúe siendo una fuerza para el enriquecimiento en lugar de una fuente de daño.
Conclusión
La literatura del siglo XIX, tanto en sus manifestaciones canónicas como subversivas, revela una compleja relación entre los valores tradicionales y las nuevas ideas emergentes. Las autoras mencionadas por Rekeszus, si bien parecen haber aportado perspectivas novedosas, en realidad no se apartaron significativamente de las tendencias de su época. El liberalismo del siglo XIX se escudaba en la idea de liberar al ser humano de las ataduras sociales, pero lo hacía sin considerar cómo estas ataduras también protegían a las personas y limitaban los excesos de los poderosos. En la actualidad, ese mismo liberalismo, transmutado en pseudoprogresismo, sigue intentando justificar, con invocaciones más o menos ambiguas a la “libertad”, la dominación de actores globales que se nos escapan a la vista. Lo particular de nuestro tiempo es que ahora, envueltos en en la crisis de los medios tradicionales de comunicación de masas, se apela al poder de las empresas tecnológicas que supuestamente democratizan el conocimiento y la libertad de expresión, pero cuya censura se hace cada día más evidente. En este escenario, nuestro patrimonio cultural está en peligro, ya que, con la excusa de “modernizarse” y “adaptarse a los tiempos”, el sistema intenta reescribir y censurar la historia de la literatura, de una forma que recuerda las manipulaciones ideológicas de la cultura que se hacen evidentes bajo los regímenes del llamado socialismo real, pero que claramente no les resulta exclusiva, desde el momento en que ocurren de manera más o menos similar en el mundo liberal, incluso más allá de ese “Fin de la Historia” proclamado por el filósofo estadounidense Francis Fukuyama en su célebre ensayo El fin de la historia y el último hombre, publicado en 1992. La idea principal es que, con el colapso del comunismo soviético y la victoria del modelo “democrático”, que en realidad encubre la promoción de un sistema productivo de naturaleza maltusiana a nivel universal, se había llegado al punto final de la evolución ideológica de la humanidad, marcando así el fin de la historia como un proceso de desarrollo y cambio.
Es nuestro deber señalar que la historia, con sus virtudes y defectos, continúa de manera casi igual tras la caída de las principales potencias comunistas y las mutaciones sufridas por las que sobrevivieron. En el terreno de la literatura, la tarea es defender y preservar la riqueza de nuestra tradición literaria, resistiendo las tendencias que buscan desvirtuarla en nombre de una modernidad que, lejos de liberarnos, nos aleja de los valores que han sostenido nuestra civilización.
Referencia:
Anja Rekeszus, “Three forgotten women who wrote fairytales which subverted the Grimms’ gender norms,” The Conversation, 2024.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
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