Por Zoé Valdés.
Del reciente encuentro entre los mandatarios de Rusia y Francia, Vladimir Putin y Emmanuel Macron, poco se sabe todavía, transcurrieron más de cinco largas y distanciadas horas, pese a que ocupaban el mismo vasto recinto.
Si vasto era el recinto más vasta en longitud fue la mesa que Putin colocó entre ambos. Una mesa que los separaba todavía más de lo que ya están políticamente. Parecía que Putin se hallaba en Moscú y Macron en Kamchatka. Mientras el ruso se notaba cómodo, muy en su tinta; al francés se le vio fastidiado, poniendo esa cara de circunstancias que habitualmente se le queda cuando anhela que lo tomen en serio.
En una habitación impolutamente blanca, con un pesado cortinaje nacarado que cubría los ventanales, con aquella mesa que parecía toda una travesía más imposible que imposible, con tapiz imperial a sus pies, y una pucha de flores blancas en el centro, donde seguramente estaban insertados los minúsculos micrófonos (es lo único que habrá variado entre aquella Guerra Fría y la actual, el tamaño de los micrófonos para grabar las conversaciones de sus rivales), se produjo una de las reuniones más rocambolescas de la política actual para discutir sobre una intervención rusa en Ucrania que a estas alturas se produce ya, y desde hace rato, pertenezca o no ese país a la OTAN.
Si bien es cierto que Emmanuel Macron, después de haber cumplido con las exigencias del mandatario ruso, las de haberse hecho antes de visitar ese país cinco tests previos del COVID-19, y no sólo, ha sido el único y el primer presidente en ofrecerse y estar presente físicamente como intermediario en ese conflicto de envergadura mayor, también es verdad que leído lo leído y oído lo oído sacamos en conclusión que las largas horas se quedaron en paja y verbo. Lo que resulta lamentable, sobre todo para el pueblo ucraniano.
Los memes, por supuesto, no se hicieron esperar en las redes sociales.
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Zoé Valdés es escritora y artista. Fundadora y Directora general de ZoePost y Libertad Prensa Found. Fundadora del MRLM.