Por Armando de Armas.
Acaba de fallecer exiliado en Miami el pensador cubano de origen nipón, Emilio Ichikawa.
En las antípodas ideológicas, Ichikawa y yo sostuvimos sin embargo un diálogo desde la Cultura y la Amistad.
Único diálogo posible para Cuba.
Me ha dicho Emilio en largas pláticas ya fuese vía el teléfono o vía la bebida espirituosa, espiritual, del ron peleón o el fino whisky, mientras ataviado con delantal y gorro de cocinero, por aquello de que el estilo es el hombre, preparaba unos nutritivos platos japoneses o, a veces, cubano-japoneses, que serían su forma más segura de mostrar empatía al otro. ¿Que qué queremos para Cuba? La posibilidad de un diálogo como este que mantenemos, desde la inteligencia y el alma, y no ese otro diálogo que piden, los profesionales de la moderación, desde el ego esperpéntico y la poca materia gris.
Así en un diálogo para una serie de entrevistas a personalidades de la cultura que en el pasado me permitían realizar para Radio y TV Martí me dijo: “Una sociedad como la instaurada en Cuba –eludo el problema de la definición- genera pocos eventos importantes. O los genera en suficiencia, pero quedan velados. Y luego, entre los que logran manifestarse, apenas podemos distinguir los que son definidores (dadores de sentido) de los que no lo son tanto”. Lleva razón Emilio, nada más aburrido que esa sociedad que él se negaba a definir pero que tiene un nombre: comunismo. Y tanta razón lleva que me atrevo asegurar que la última noticia real ocurrida en Cuba tuvo lugar la friolera de hace 18 años, nada menos que cuando el dictador Fidel Castro se despatarró de cabeza vía el pavimento, aquel 20 de octubre de 2004 en Santa Clara. Ni su propia muerte fue noticia porque en verdad la habían anunciado tanto que el día que final y felizmente aconteció, ya la gente lo daba por muerto hacía rato.
Y agregaba el autor del poemario Everglades, quien nació en Bauta en 1952: “Ahora bien, las “tendencias” se pueden apreciar. Pero una “tendencia” no es una “news”, no es una “novedad”. La “tendencia” se mueve lento, con fuerza pero lento; es “pesada” (pesá) y aburrida por su propia naturaleza. A la gente no le interesa mucho lo esencial, por paradójico que parezca; lo accidental es más seductor”.
Más adelante apuntaba en esa misma entrevista algo que se aprecia en los medios periodísticos cubanos del anticastrismo rentado y que es una suerte de sobreinformación que no tiene otro objeto que desinformar o despistar acerca de lo fundamental: “Entonces en el caso de Cuba te encuentras la “tendencia” rodeada de muchos acontecimientos vistosos, llamativos, más numerosos mientras menos importantes son. Y entonces tienes que elegir. Este es uno de los problemas: elegir; porque si te vas con los sucesos que fijan otros blogs y webs de las redes castristas, anticastristas y “alternativas” (que es un falso nombre para la “complementariedad”), repites; y si no repites, te quedas fuera de la onda”.
Una de las ventajas del diálogo emiliano, o con el ente emiliano, es que propicia el salto de la aterradora inmediatez insular al mundo de la Alta Cultura greco-latina y así alzar, alumbrar un poco la mencionada aterradora inmediatez insular, y en ese sentido me confesaba: “Cuba es para mí una suerte de árbol donde se cuelga todo lo otro. Desde lo más sublime hasta lo más prosaico o intrascendente. No hay problema con eso. Cuba es compatible con los demás temas: puede llevar a Ciro y Darío, y puede llevar a Andoba y Yarini. A Tchaikovski o al silencio. Al Monte o los Everglades. No es el tema, es uno mismo. Lo que pasa es que la política cubana, como “tema”, tiene que salir un poco de sí para entender ciertas cosas. Moverse centrípeta y centrífugamente; porque si te centras solo en la política no ves adelante; entonces un día te parece que el gobierno se está cayendo y otro que va a ser eterno. Y te deprimes o entusiasmas, según expectativas efímeras”.
Para definir su posicionamiento político respecto a la isla el también autor del libro Contra el sacrificio, solía decirme: “Mi mapa, en cuanto al tema político cubano, es que castrismo y anticastrismo son los núcleos primarios de un emergente bipartidismo cubano. Se trata entonces de cultura, más que de política. Ninguna parte podrá aniquilar definitivamente a la otra y tendrán que adaptarse a coexistir bajo distintas formas, nombres o excusas; y resultados alternos en la querella, en términos de derrotas y victorias. Entonces, una vez que uno parte de esto, de esa cartografía, el riesgo del camino es identificar lo que puede ser significativo en ambos posicionamientos”.
Lo cierto es que Ichikawa y yo nos veíamos desde la embozada sospecha de las dos alejadas orillas del castrismo y el anticastrismo y que, a pesar de habernos leído mutuamente, solo venimos a acercarnos gracias a los buenos oficios de Denis Fortún, quien un día nos presentó formalmente en una tertulia y a partir de ahí surgió una gran amistad, sin que nunca ninguno de los dos quisiera convencer al otro acerca de sus posicionamientos sino fluyendo más allá de los posicionamientos al único terreno en que es posible entenderse, el de la Cultura.
Emilio estaría entre los contadísimos pensadores cubanos que, pese a moverse aún en el positivismo, ha tenido en cuenta el Espíritu epocal para el análisis histórico, cosa que se aprecia en su última obra publicada, Antes del veredicto, un ensayo que viera la luz en la editorial Exodus, en 2020, y en el que analiza el proceloso proceso de canonización del padre e independentista cubano Félix Varela, donde describía entre las virtudes del patriota y religioso del siglo XIX, su sintonía con el mencionado Espíritu. No obstante, escribía yo en el prólogo a dicho libro que la virtud de un pensador –rara avis en los predios insulares- “estaría no tanto en captar y menos en adaptarse al Espíritu de su época sino más bien en oponérsele frontalmente y captar, eso sí, el Espíritu de la época venidera. Los vates, videntes, de la tribu estarían no tanto para cantar las glorias pasadas como para trazar los derroteros futuros”.
Me parece así que tanto en las Cartas a Elpidio, de Varela, como en Antes del veredicto, de Ichikawa, podemos encontrar esos derroteros no tanto en el sentido de lo que conviene ser como en el sentido de lo que conviene no ser.
Ichikawa fue según entiendo el más brillante intelectual cubano de su generación y lo fue porque no era un intelectual en el sentido estricto del término sino porque hacía gala, gala y uso, de eso que el tradicionalista francés René Guenon definía como intuición intelectual.
¡Que esa intuición intelectual nos alumbre desde ese cielo asiático-insular en que desde ahora morará Emilio y, sobre todo, que descanse en la paz que nunca tuvo o que nunca le dieron!
magnifico homenaje a un amigo, un intelectual, pensador, un narra (nipon cubano) con cariño, que Dios lo acoja con virtudes y defectos Reposa en paz y gracias por tus contribuciones